Historias de la Nueva Era: 100 días de nuestra vida
Empezó con una noticia casi anecdótica, de las que parecen de
relleno en los noticieros, apenas un recuadro en prensa la víspera de reyes de
este año 2020, al que no más de una semana antes, la humanidad había recibido
(como todos), con los mejores deseos, “y eso pese a ser bisiesto”.
Las bromas sobre el origen, un virus chino originado en un
mercado de Wuhan, por el consumo humano de carne de murciélago, aunque algunos
apuntaban al pangolín, al que definían como una cochinilla de un kilo; fueron
adobadas con la extensión de la idea de que era poco menos que un resfriado y
“más muertes ocasionaba cada año la gripe”.
El pasmo y desconcierto no tardó en extenderse, sorprendidos
por su rápida expansión, como aquel chapapote gallego, por todo el globo. Y
esta vez no se limitó a masacrar a los más desfavorecidos del tercer mundo,
como en las últimas pandemias. El Coronavirus Covid-19 impactó de pleno, como
un torpedo, en la línea de flotación del primer mundo que, gracias a las
políticas liberales dominantes, se encontraron que no tenían como afrontarlo, debido
a unos sistemas sanitarios que habían ido desmantelando.
El virus encontró terreno abonado para su labor de exterminio:
desconocimiento del mismo, servicios sanitarios físicos y humanos precarios,
líderes políticos de las primeras potencias, que parecen escapados de un
psiquiátrico, y una extrema derecha (en algunos lugares como España, llamada
derecha), que aprovechaba para expandir su propio virus infectando de odio a la
sociedad.
En España los primeros que cayeron fueron los ancianos de las
residencias, que han sido un filón de enriquecimiento de sus desalmados
gestores, siendo abandonados a su suerte, sin derecho a ocupar camas
hospitalarias, reservadas (junto a los escasos respiradores), para quienes se
consideraban con más posibilidades de supervivencia.
Los sanitarios, expuestos al contagio por no disponer de
equipos de protección, debían, además, “condenar” a enfermos, al elegir a
quienes debían conectar a esas insuficientes maquinas o ingresar en las precarias
UCIS provisionales. Se les sometió, también, a un sobreesfuerzo inhumano,
mientras quienes se habían encargado durante años de abandonarlos a su suerte,
miraban para otro lado, se ponían corbatas negras y ocultaban su falta de
propuestas, tras la bandera.
Se promulgó confinamiento total, tras la infección de medio
país, en lo que influyó notablemente la diáspora de muchos ciudadanos de Madrid,
a quienes se dejó campar a sus anchas. Se cerraron y cancelaron todos los
negocios y actividades que no eran de primera necesidad y cientos de miles de
trabajadores sufrieron ERTES que los mandaron a sus casas.
En el resto del mundo, igual que aquí, también se
suspendieron todas las actividades lúdico-deportivas (conciertos, Juegos
Olímpicos, ligas y europeo de futbol, etc.)
De repente, el mundo global se comprimió entre cuatro
paredes, mientras no cesaba el goteo, a cada segundo, de infectados y
fallecidos.
El miedo, natural y artificial, se hizo el amo del mundo,
mientras en Madrid, principalmente, los “cayetanos”, organizaban
manifestaciones “patrióticas”, para exigir libertad de poder acudir a jugar al
golf, al pádel, compartir unas cervezas o a sus segundas residencias, pero sobre todo, libertad de circulación para que los y las empleadas de servicio,
pudieran acudir a sus domicilios a limpiarles sus miserias.
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