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domingo, 9 de abril de 2006

Crónicas desde el exilio: Naturaleza



Hace un rato, ya entrada la madrugada, he bajado a la Nessy al parque. En el torrente-balsa amamantado artificialmente, ya han crecido los lirios amarillos y entre ellos, como altavoces de sonido ambiente de un parque temático, un coro de ranas y sapos ponían voz a la noche. Sonidos guturales de muy diferentes tonos e intensidad que me han hecho pensar en la frase “cantan como un charco de ranas”. He imaginado la garganta dilatada de un gran sapo de ojos saltones y de repente he pensado en mi abuelo materno…
A Curro Jiménez “el rano”, al que apodaban así sus paisanos por lo bien que cantaba el “chacarrá” (cante y baile propio de Tarifa), no lo llegué a conocer, ya que falleció algunas decenas de años antes de nacer yo. Fue zapatero y murió cuando aún no había cumplido los cincuenta años. Su imagen se limita a una desgastada fotografía en color sepia, puesta junto a otras, tras un pequeño recipiente de aceite sobre el que flotaban unas “mariposas” (mechas) encendidas, tantas como familiares ya fallecidos recordados por mi familia en la noche de difuntos.
He pensado que, seguro que nunca imaginó que el hijo de una de sus hijas, aun niñas cuando falleció, se iba a acordar de él en una noche de madrugada, casi un siglo después y a más de mil kilómetros de distancia de las tierras en las que vivió.

Los sapos y las ranas cantan llamándose al apareamiento, ellas seguro que tampoco conocieron a las que cantaban en algún lugar similar hace casi un centenar de años, pero sí que saben que deben engendrar otros seres a los que transmitir su mensaje genético, el de la vida eterna. El mismo que ha hecho que yo haya resucitado a mi abuelo, aunque solo fuera durante unos instantes, al acordarme de él.