El ser humano es como las cebollas. Con el paso del tiempo se
van endureciendo las capas exteriores, que hay que ir pelando una a una para
intentar llegar a las partes blandas, y ya más profundamente, al corazón.
A veces descubrimos que, aunque exteriormente parecen estar
bien, cuando quitamos estas capas duras y secas, el corazón está podrido.
Cada vez recuerdo menos mis felices años de cebolleta.