Es el tema del día, todas las radios y cadenas de televisión
vuelven a recuperar imágenes que poco a poco parecen ir amarilleando. Hace
cinco años del atentado de las torres gemelas de Nueva York. En los EE.UU. se
repiten las manifestaciones y actos repletos de banderas de barras y estrellas,
mientras sus “centurias” patean la tierra aplastando todos aquellos países con
un suculento y accesible botín del que apoderarse en nombre de la “pax
americana”.
Aquel 11 de septiembre se hundieron las torres de Babel y con
ellas empezó a morir la libertad de los pueblos de la tierra. Seguro que ni en
sus mejores sueños los terroristas que estrellaron los aviones habían imaginado
un resultado tan grandioso para conseguir su supuesto objetivo de extinguir la
civilización occidental.
Viendo la cara de autista de Bush cuando le informaron del
atentado solo quedaban dos dudas, ¿trataba de digerir el éxito de la operación
diseñada por los poderes fácticos que lo habían puesto ahí o simplemente
intentaba entender lo que significaba la palabra avión?
Los romanos se hicieron los amos del mundo conocido y
extendieron una forma política y social, no conocida hasta entonces entre los
pueblos medio salvajes que conquistaron. Se apropiaron de los bienes de
aquellos y enriquecieron las arcas de sus cesares, pero también extendieron un
orden, su cultura y un idioma común.
Siglos más tarde, los españoles se hicieron con un imperio
donde nunca se ponía el sol y también extendieron su idioma y cultura, es
decir, la religión, sífilis y el esclavismo. Los tesoros expoliados también
sirvieron para llenar las arcas de una iglesia sin escrúpulos, vamos, como
antes y después.
Veintiún siglos después de la extinción del imperio romano,
las hordas yankis también dominan el mundo para extender un sistema político,
al que llaman “democracia” para escarnio de sus creadores, que es una coartada
para ir colocando sus colaboradores; ni más ni menos que como antes hicieron
romanos, españoles o la Alemania nazi. También extienden un idioma común y
expanden su cultura, en Afganistán las mujeres todavía van con Burka cinco años
después de ser “liberadas”, pero este mes han inaugurado la primera factoría
“Coca-cola”.
Israel tenía un problema antes del 11-S. Negar el genocidio
es un delito que está castigado con duras penas de cárcel; se puede negar que
la tierra gira en torno al sol e incluso que sea redonda, pero no la realidad
del genocidio. Aquella triste historia les ha servido como coartada para poder
liquidar a los pobres palestinos, ni más ni menos que como intentaron los nazis
hacer con ellos, los asesinan a sangre fría, derriban sus casas, arrasan los
campos de labor y pueblos con excavadoras, y siembran la tierra de sal.
Afortunadamente decir esto todavía no es un delito, pero tiene uno muchos
números de entrar en un archivo secreto de “presuntos terroristas”, con todas
las connotaciones que eso tiene. Desde entonces parece que siempre tengamos a
“desconocidos” metidos entre los chips de nuestro ordenador o el teléfono
móvil. Israel tiene un problema menos desde el 11-S, los terroristas que
viajaban en los aviones, o los que se escondían en cuevas de las montañas de
Afganistán o, lo más probable, aquellos que comen hamburguesas en la Casa
Blanca, le firmaron el aval de la impunidad.
En nombre de la libertad se secuestran ciudadanos, sobre
nuestras cabezas vuelan aviones donde se les tortura, se les introduce en
agujeros o en jaulas como animales; escuchan nuestras conversaciones y leen
nuestros correos. Tienen acceso a información privilegiada impunemente, se
apoderan del petróleo de esos países para su comercialización, destruyen
ciudades y edificios para poder vender material y mano de obra en la
reconstrucción, instalan sus fábricas y destruyen su alimento para poder
venderles el suyo, se arrasa la tierra del tercer mundo para que las fábricas
de armamento no paren en su producción y enriquecimiento. Estos Ángeles
custodios de nuestra libertad, además, también creen en Dios.