Joaquín el cajero de siempre en esta Sucursal ya no está en
el Banco. Le ofrecieron la prejubilación bajo una velada amenaza de prescindir
de sus servicios unilateralmente si no la aceptaba.
Joaquín tiene cincuenta y nueve años y está en el Banco desde
los catorce; lo conoce mejor que nadie y ha visto pasar varios Presidentes,
Consejos de Administración y Directores de esta Sucursal donde llevaba más de
veinte años. Los clientes lo conocen por su nombre, le comentan la jornada
futbolística del domingo y soportan amistosamente las proezas de sus palomos,
que es a quien dedica todo el tiempo de que dispone después del trabajo, que es
mucho, porque esta solo desde que hace cerca de diez años falleció su madre sin
lograr ver a su hijo casarse.
Esta falta de familia propia, hacía que Joaquín cada año por
las fiestas de Navidad, se disfrazase de Papá Noel en la fiesta organizada por
la Empresa para los hijos de los empleados, y se sintiese tan emocionado como
los niños que, temblorosos, se acercaban a recoger su regalo. También el
Presidente, viejo y medio sordo, se acercaba a él como todos los años, con una
cariñosa palmadita dándole las gracias y recordándole aquellos tiempos en que
el botones Joaquín les iba a buscar el bocadillo a los empleados de Cartera.
Una lágrima amarga resbalaba por la mejilla de Joaquín cuando
se despedía esta mañana de su familia de la Sucursal. Los clientes seguirán
yendo, aunque el viejo cajero ya no esté tras el mostrador, y soportarán con
normalidad al nuevo empleado joven y engominado, que además de pagarles su
talón, aprovechará para intentar venderles algún producto del Banco; pero ya no
habrá más Papa Noel; ni los empleados tienen ganas o necesidad de serlo, ni sus
hijos creen en Papá Noel. Ya nadie cree en Papá Noel, ni el Presidente que
dormita en su despacho sin recordar exactamente quién era ese tal Joaquín que
le ha mandado una nota de despedida.
Hoy han matado a Papá Noel y a nadie le parece importar.