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miércoles, 20 de junio de 2001

LOS CUERNOS DEL JEFE (Anibal Burdo)


Esta mañana había un runrún en la oficina cuando he llegado, diez minutos tarde como casi siempre, mis compañeros sisean y se hacen muecas de complicidad. Pregunto qué es lo que pasa y me informan que, a Peláez, que ocupa el cargo de Director Adjunto, su mujer le ponía los cuernos y se ha marchado de casa. Parece ser que desde hace varios años aquella tiene un amante y ahora, ante la perspectiva de la inminente jubilación del marido, ha decidido marcharse de casa con su querido.

Miro al despacho del pobre infeliz y allí está, abandonado de su habitual aspecto chulesco, el cuello hundido en el pecho y una profunda expresión de tristeza y vergüenza.
Jodeté, pienso, y mi mente se regodea imaginando a la mujer de ese desgraciado, en sensual ropa interior pagada con el dinero del marido, revolcándose entre las sabanas matrimoniales y comprándole caras corbatas de seda con su tarjeta del Corte Inglés a su amante, después de haberlo invitado a merendar en la cafetería, él con una mano en la taza de chocolate y otra entre los muslos de ella. Entretanto Peláez dedicando su vida al banco, sin ver la luz del sol apenas en la media hora del frugal almuerzo y controlándonos inquisidoramente, al tiempo que reprochándonos nuestra falta de implicación en la empresa.

Llegando a casa, me cruzo con Marta, la amiga de Rosa, que va del brazo de su novio, y la saludo rápidamente, casi descortésmente ansioso por contarle a mi mujer la historia de Peláez. Rosa no está en casa y una nota cuelga de la puerta del frigorífico “he ido al Corte Inglés con Marta, caliéntate las lentejas que están dentro de la olla”.
Algo se remueve dentro de mí, una sensación de náuseas y vértigo, y corro al cajón de la ropa interior de Rosa, empiezo a sacar bragas y sujetadores y descubro unas braguitas tanga rojas, que no había visto nunca antes; entre el revoltijo asoman los enganches de un liguero y eso hace que se me nuble hasta la vista. Recuerdo las veces que le he pedido a Rosa que se comprase un liguero para nuestras noches de pasión, y sus negativas diciéndome que eso eran cosas de fulanas por las que ella no iba a pasar.
Ya no tengo ganas de lentejas, me siento en el sofá con la cabeza hundida entre los hombros y mientras enciendo un cigarrillo, pienso en donde estarán guardadas las facturas de El Corte Inglés.

jueves, 14 de junio de 2001

ORGULLO CASUAL


Hace un rato he oído en la radio a una señora que llamaba para decir que estaba muy orgullosa de ser española, andaluza, sevillana y del barrio de Triana… He subido a echarle de comer a Duna (que es la perra que tenemos en las terrazas de arriba de la casa), y me he pasmado mirando el cielo ¡Vaya noche!  Júpiter parecía otro sol, entornado por millones de estrellas. Desde aquel planeta a la Tierra ni se la ve, y si el cosmos fuese un pedazo de playa, podíamos estar pegando puñados en la arena y tardaríamos años en agarrar el montón donde estuviese el grano de la Tierra… pero esta señora está orgullosa de ser de Triana ¡Hay que joderse!