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lunes, 11 de septiembre de 2006

Crónicas desde el exilio: La libertad


Es el tema del día, todas las radios y cadenas de televisión vuelven a recuperar imágenes que poco a poco parecen ir amarilleando. Hace cinco años del atentado de las torres gemelas de Nueva York. En los EE.UU. se repiten las manifestaciones y actos repletos de banderas de barras y estrellas, mientras sus “centurias” patean la tierra aplastando todos aquellos países con un suculento y accesible botín del que apoderarse en nombre de la “pax americana”.
Aquel 11 de septiembre se hundieron las torres de Babel y con ellas empezó a morir la libertad de los pueblos de la tierra. Seguro que ni en sus mejores sueños los terroristas que estrellaron los aviones habían imaginado un resultado tan grandioso para conseguir su supuesto objetivo de extinguir la civilización occidental.
Viendo la cara de autista de Bush cuando le informaron del atentado solo quedaban dos dudas, ¿trataba de digerir el éxito de la operación diseñada por los poderes fácticos que lo habían puesto ahí o simplemente intentaba entender lo que significaba la palabra avión?

Los romanos se hicieron los amos del mundo conocido y extendieron una forma política y social, no conocida hasta entonces entre los pueblos medio salvajes que conquistaron. Se apropiaron de los bienes de aquellos y enriquecieron las arcas de sus cesares, pero también extendieron un orden, su cultura y un idioma común.
Siglos más tarde, los españoles se hicieron con un imperio donde nunca se ponía el sol y también extendieron su idioma y cultura, es decir, la religión, sífilis y el esclavismo. Los tesoros expoliados también sirvieron para llenar las arcas de una iglesia sin escrúpulos, vamos, como antes y después.
Veintiún siglos después de la extinción del imperio romano, las hordas yankis también dominan el mundo para extender un sistema político, al que llaman “democracia” para escarnio de sus creadores, que es una coartada para ir colocando sus colaboradores; ni más ni menos que como antes hicieron romanos, españoles o la Alemania nazi. También extienden un idioma común y expanden su cultura, en Afganistán las mujeres todavía van con Burka cinco años después de ser “liberadas”, pero este mes han inaugurado la primera factoría “Coca-cola”.
Israel tenía un problema antes del 11-S. Negar el genocidio es un delito que está castigado con duras penas de cárcel; se puede negar que la tierra gira en torno al sol e incluso que sea redonda, pero no la realidad del genocidio. Aquella triste historia les ha servido como coartada para poder liquidar a los pobres palestinos, ni más ni menos que como intentaron los nazis hacer con ellos, los asesinan a sangre fría, derriban sus casas, arrasan los campos de labor y pueblos con excavadoras, y siembran la tierra de sal. Afortunadamente decir esto todavía no es un delito, pero tiene uno muchos números de entrar en un archivo secreto de “presuntos terroristas”, con todas las connotaciones que eso tiene. Desde entonces parece que siempre tengamos a “desconocidos” metidos entre los chips de nuestro ordenador o el teléfono móvil. Israel tiene un problema menos desde el 11-S, los terroristas que viajaban en los aviones, o los que se escondían en cuevas de las montañas de Afganistán o, lo más probable, aquellos que comen hamburguesas en la Casa Blanca, le firmaron el aval de la impunidad.
En nombre de la libertad se secuestran ciudadanos, sobre nuestras cabezas vuelan aviones donde se les tortura, se les introduce en agujeros o en jaulas como animales; escuchan nuestras conversaciones y leen nuestros correos. Tienen acceso a información privilegiada impunemente, se apoderan del petróleo de esos países para su comercialización, destruyen ciudades y edificios para poder vender material y mano de obra en la reconstrucción, instalan sus fábricas y destruyen su alimento para poder venderles el suyo, se arrasa la tierra del tercer mundo para que las fábricas de armamento no paren en su producción y enriquecimiento. Estos Ángeles custodios de nuestra libertad, además, también creen en Dios.