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sábado, 8 de mayo de 1999

LA TRAVESIA



Sobre una patera a la deriva,
mi corazón y mi mente se medían con la vida,
a merced de las olas, que con su cariño me envolvían.
Tempestades rugientes, rayos y
hasta algún momento de alegría.
La soledad menos querida,
la del náufrago en la algarabía,
fue compañera de viaje,
con ella me acostaba, discutía y
hasta pensé que la quería.
Zigzagueos incontrolados pues
tan solo uno de los remos asía.

Cantos de sirena, dulces y ardientes,
en ocasiones debía desdeñar,
pues no era eso, más que instinto animal.
Camino italiano de fría noche otoñal,
en mis manos pusiste a quien me ayudara a gobernar,
de dos corazones rotos, en ocasiones,
uno se puede completar.

Con un remo cada uno, y poniendo mucho amor,
pusimos rumbo incierto, pero decidido por los dos.
Sorteamos temporales que nos lanzaron por babor,
cuando acabábamos de sortear los que nos llegaron
de estribor.
Son cosas corrientes que, sin proponérselo,
te hagan daño los seres que te quieren,
a menudo siguiendo impulsos,
surgidos del corazón.
Fuimos fuertes y hasta la “calma chicha”,
plena de monotonía y depresión,
superamos con grandes dosis de imaginación.
Por el camino logramos
Incluso aumentar la tripulación.

Contramaestre algo perezosa y ladina,
que, con grandes dosis de diplomacia y zalamería,
ablanda hasta los duros cocos,
hasta conseguir lo que se proponía.
Números y letras, del colegio no le caben,
que la cabeza la lleva en un casco
y hasta con su moto dormiría.

Con el tiempo un grumete incorporamos,
impaciente por enrolarse,
forzó los tiempos, para llegar antes.
El escaqueo es su deseo,
la tele y los tebeos.
Los Pokemon lo dominan,
y los Digimon lo fascinan,
pero no le hables de colegio,
que le sobra todo, menos lo que cocinan.

El que los remeros se soporten,
Es condición necesaria,
Todas esas cosas que no nos gustan,
hacen a la comprensión prioritaria.

Que la vida es una travesía,
es algo sabido y asumido,
lo que hay tras las olas, penas o alegrías,
nos lo dirá el devenir de los días.
Hay que disfrutar el momento,
los pequeños detalles que no tienen precio,
esos que nos hacen mirar atrás,
nostalgias del pensamiento,
pues por mucho que queramos adivinar,
quién sabe dónde estará el final.