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jueves, 18 de marzo de 2004

El bizcocho


Fui hundiendo lentamente el trozo de bizcocho en mi humeante vaso de leche, mientras el sol se ponía en el horizonte sin haberse mostrado en todo el día, escondido tras aquella baba grisácea y pegajosa que cubría el cielo.
Desde el comedor llegaba el runrún de la radio y observé como el bizcocho se embebía la leche, absorbiéndola lentamente y aumentando su volumen en la misma proporción.
Me puse trascendental y pensé que la leche era la vida y el bizcocho mi cerebro que se empapaba de su sabiduría. Poco a poco me sentía crecer y me vanagloriaba de los conocimientos que iba adquiriendo. Débiles puntos de luz iban apareciendo entre la neblina, detrás de los cristales de la ventana de la cocina.
Bajé la vista hacia mi bizcocho y me quedé consternado viéndolo desecho en una mezcla pastosa en lo que antes era leche. De repente me asusté, miraba el resto seco que aun mantenía entre los dedos, luego otra vez el vaso y pensé que estaba equivocado, que era la vida el monstruo que se alimentaba de nuestra sabiduría, absorbiéndonos el cerebro.
El otro trozo me lo metí seco en la boca y, una vez allí, le hice sitio para el sorbo de leche. No estoy de acuerdo con las cosas de la vida y ya que tenemos que hacer el mismo camino, por lo menos lo haremos como iguales.

lunes, 15 de marzo de 2004

El pelotón de Spengler



El escritor Javier Cercas, en su obra “Soldados de Salamina”, cuenta que el falangista Sánchez Mazas se creía parte del pelotón de Spengler, un puñado de hombres que eran los encargados de salvar al mundo en las peores circunstancias.
En Madrid el 11 de marzo el pelotón de Spengler, formado por unas 200 personas, elegidos por la providencia entre los héroes de lo ordinario, personal de limpieza, obreros, oficinistas, estudiantes e indocumentados; seguramente salvaron con su vida la convivencia para este país, y probablemente para otros muchos, conmovidos por la tragedia de sus iguales y que, quizás, hayan hecho que nos paremos a pensar donde estamos y que es lo que unos pocos están haciendo con nosotros.
Unos indeseables que desafortunadamente han coincidido a la vez en el mismo punto histórico, que se sientan en butacas con los pies sobre la mesa mientras saborean un habano fabricado por manos orilladas de hambre y desesperación, y se llenan la boca con la palabra “democracia” que han mamado en los peores establos; nos quieren hacer creer que un voto es un poder que los convierte en albaceas de nuestra vida, y nos dan certificados de democracia de supermercado, donde puedes elegir para comprar entre lo que te quieren vender.
Las animas del pelotón de Spengler no pueden desaparecer, tienen que estar ahí con su eterno acompañante que, guadaña en ristre, les haga sentir el frío acero de la hoja con la que han segado la vida de sus víctimas; fabricantes de esos productos del supermercado donde ellos se reparten los beneficios, mientras les prometen el premio de una paga extraordinaria en el más allá.

jueves, 11 de marzo de 2004

Madrid 11 de marzo



Olor a pólvora y carne quemada,
humo negro y ojos que no lloran,
oídos que no oyen,
piernas que no caminan, manos que no suplican.
Almas que no encuentran sus cuerpos y
cuerpos que no encuentran sus almas.
Hoy, hay obras que no encuentran sus obreros,
fábricas sin operarios, oficinas de sillas vacías,
escuelas sin estudiantes;
pero también hay madres y padres sin hijos,
hijos sin madres ni padres,
espíritus sin cuerpo y cuerpos sin espíritu.

Hoy es 11 de marzo, día del fin del mundo para unos,
día del principio sin mundo para otros.
Un millar de dramas y tragedias,
un millar de sinsentidos.
¿Ficción o realidad? ¿Por qué y para qué?
¿estrategia o casualidad?
¿armas políticas o víctimas de la política?
Que papel más triste les tocó en el reparto de la vida,
protagonistas tras un telón multicolor,
envueltos en mortajas de hierro,
protagonistas del fin del mundo.
Cuerpos que no encuentran su espíritu.
Espíritus que no encuentran su cuerpo,
deambulan sin oír, hablan sin decir,
¿Por qué y para qué?