El escritor Javier Cercas, en su obra “Soldados de Salamina”, cuenta que el falangista Sánchez Mazas se creía parte del pelotón de Spengler, un puñado de hombres que eran los encargados de salvar al mundo en las peores circunstancias.
En Madrid el 11 de marzo el pelotón de Spengler, formado por
unas 200 personas, elegidos por la providencia entre los héroes de lo
ordinario, personal de limpieza, obreros, oficinistas, estudiantes e
indocumentados; seguramente salvaron con su vida la convivencia para este país,
y probablemente para otros muchos, conmovidos por la tragedia de sus iguales y
que, quizás, hayan hecho que nos paremos a pensar donde estamos y que es lo que
unos pocos están haciendo con nosotros.
Unos indeseables que desafortunadamente han coincidido a la
vez en el mismo punto histórico, que se sientan en butacas con los pies sobre
la mesa mientras saborean un habano fabricado por manos orilladas de hambre y
desesperación, y se llenan la boca con la palabra “democracia” que han mamado
en los peores establos; nos quieren hacer creer que un voto es un poder que los
convierte en albaceas de nuestra vida, y nos dan certificados de democracia de
supermercado, donde puedes elegir para comprar entre lo que te quieren vender.
Las animas del pelotón de Spengler no pueden desaparecer,
tienen que estar ahí con su eterno acompañante que, guadaña en ristre, les haga
sentir el frío acero de la hoja con la que han segado la vida de sus víctimas;
fabricantes de esos productos del supermercado donde ellos se reparten los
beneficios, mientras les prometen el premio de una paga extraordinaria en el
más allá.
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