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miércoles, 7 de agosto de 2019

El entoldat y la fiesta mayor de Finestrelles


En la segunda semana de junio, por San Antonio, patrón del barrio, se celebraba la fiesta mayor, con mayor o menor duración, boato e intensidad a lo largo de los años, según la situación social y económica que se viviese.

Los primeros años se clavaban unas estacas alrededor de una explanada, de las cuales pendían  unas guirnaldas de cuerdas y flores que confluían en el centro, sujetas con cables. Desde no sé cuando antes de nacer yo y hasta finales de los sesenta, se instalaba una carpa de lona (“entoldat”), en cuyo interior se realizaban la mayor parte de las actividades, permitiendo que no hubiese interrupciones por la lluvia, bastante habitual en esa época del año.

El “entoldat”, por dentro, constaba de una pista central sobre una tarima de madera, rodeada de unos palcos numerados, cada uno equipado con una mesa y un par de largas banquetas a su lado, y a un nivel de un par de escalones del suelo. Durante el año, los vecinos que lo deseasen, pagaban una cuota mensual que les daba derecho a un palco y las plazas que deseasen abonar, pero también había otras opciones para entrar si no se disponía de palco, como pagar una entrada para ese día o, en el caso de la mayoría de los niños, arrastrarnos bajo las lonas y acceder reptando a través de los palcos. Estas “coladas” se hacían mayormente por “afición”, ya que mi familia y la de prácticamente todos, disponían de palcos reservados, pero por un lado estaba el gusto de cabrear al antipático encargado de la asociación de vecinos, de controlar los accesos, y por otro lado, por necesidad, ya que a los niños solo nos dejaban acceder si íbamos acompañados de nuestros familiares.

La explanada se encontraba al final de la calle Santa Rosa, entre el colegio y el barranco y era conocida como “el embalat” o “embalao” para los castellanoparlantes.

Comenzaba el mes de junio. Una cuadrilla de hombres se dedicaba a desbrozar matorrales y alisar el terreno, muy deteriorado desde el año anterior. El “embalat” no estaría a más de cincuenta metros del colegio, y desde allí, mientras mi compañero de pupitre, Tinin, y yo, hacíamos carreras de palotes o sacábamos las piedras para contar; escuchábamos ilusionados los golpes y lamentos de los serruchos de los obreros, acondicionando y clavando las estacas de madera encargadas de sostener la lona, o clavetear los palcos y tarimas, de lo que sería lugar de encuentro de la vecindad los próximos días.

Antes incluso que diesen comienzo oficialmente las fiestas, el entoldat se inauguraba con la despedida del curso escolar. La maestra reunía a los niños allí dentro, bajo una atmosfera cargada por el aire calentado del medio día, repartía algunos diplomas a quien ella consideraba oportuno (casualmente niñas, en exclusiva), un par de caramelitos a los demás, y hasta el año que viene o hasta nunca.

En el “entoldat” se celebraban los bailes nocturnos, las meriendas (chocolatadas) y fiestas infantiles para los niños, entre las que se incluía el “romper la olla”, de lo que yo no era un experto precisamente, pero en realidad romperla era casi una desgracia, porque solían llenarlas de cenizas (con agua, en ocasiones), entre las cuales había algunas figuritas y coches de plástico, cromos y demás baratijas. Encima, mientras el autor de la rotura intentaba desprenderse del pañuelo de los ojos y los restos de ceniza, los demás niños se lanzaban sobre los objetos, y fácil que se quedase sin nada.

Durante dos o tres años también se realizaron sesiones de “cine al carrer”, en concreto en la calle Bellavista.

Los mayores realizaban algunas actividades deportivas, como los partidos de frontón y futbol. En cuanto al futbol, se organizó al menos un partido que podríamos denominar “serio”, dirigido por el árbitro de la liga de Segunda División, Jorge Ortiga, vecino del barrio, que contó con su esposa, Fifí, como dama de honor, lo que creo hoy en día, se consideraría prevaricación. Pero los que prendieron en la gente, como si de una película de Berlanga se tratara, fueron una serie de partidos entre los equipos de “Los Nenes C.F.” y “El Matusalén F.C.”. Los encuentros entre estos, se jugaban en el campo del Esplugas, ubicado en el mismo lugar que en la actualidad, solo que, entonces, se trataba del fondo de un barranco, donde años más tarde aprovecharon para formar las gradas.

El equipo de Los Nenes, hacía su entrada en la población a lomos del burro y el carro del señor Emilio, presidente de la Asociación de Vecinos, y portero del equipo. Los jugadores, algunos ataviados con chichoneras de la época pitos y megáfono, intentaban amedrentar a sus oponentes, que hacían las veces de local.

No hace falta decir que la seriedad de los partidos brillaba por su ausencia. El árbitro, coronado con sombrero napoleónico, tenía más delito que los que arbitraban al Madrid (de cualquier época, pasada, presente y futura), y cuando algún jugador caía lesionado, aparecía el masajista con una gran maleta, de la que sacaba un enorme serrucho, con el que perseguía al jugador, que, a la vista del artilugio, ponía pies en polvorosa, fruto de una cura milagrosa.

Actividades lúdico-sociales al margen, la más popular eran los bailes nocturnos, amenizados por grupos y solistas de la época, algunos algo conocidos por la radio, y las visitas a los palcos de vecinos con los que se tenía afinidad, para compartir unos vasos de vino o cerveza, ellos, o en el caso de las mujeres, poner a parir a alguno/as. Los niños, mientras tanto, o jugábamos a nuestro deporte favorito, arrastrarnos por el suelo saliendo y entrando bajo el toldo de la carpa, o haciendo “escubidus” con las serpentinas, hasta que nos vencía el sueño, y aparecíamos milagrosamente en nuestra cama a la mañana siguiente.

Para nuestra familia, por desgracia, la fiesta mayor se acabó el año 1964, y para el resto de vecinos, languideciendo, aún duró un par de años más, pero la crisis, y también la falta de interés o compromiso, hizo que acabase esa tradición hasta que, más modestamente, se retomó unas decenas de años después, pero ya para siempre sin entoldat.



Llegada de Los Nenes C.F. a Esplugas

Salida de jugadores y "técnicos" al campo

El entoldat

Cine al carrer

Chocolatada en el entoldat

Interior del entoldat durante la merienda infantil

Rompiendo la olla







viernes, 8 de marzo de 2019

Día mundial de la Mujer Trabajadora

El 25 de marzo de 1911 se incendió la fábrica textil Triangle Shirtwaist de Nueva York, ocasionando la muerte de 146 personas; 129 trabajadoras y 17 trabajadores. Las mujeres tenían entre 14 y 23 años, y procedían en su mayoría de los países del este, e Italia. La factoría ocupaba las plantas 8, 9 y 10 del edificio donde estaba ubicada. Nunca se conocieron las causas concretas que originaron el incendio, aunque se atribuyeron a un accidente fortuito. Sin embargo, se rumoreó que fue uno de los empresarios quien inició el fuego, como venganza por las protestas de las trabajadoras por sus sueldos miserables. Las puertas de las plantas estaban cerradas para evitar los robos, quedando atrapadas las trabajadoras, que fallecieron por quemaduras, asfixia, y en bastantes casos, por lanzarse al vacio huyendo de las llamas.

Cuenta la leyenda, que un hombre y una mujer se besaron junto a una ventana, y después saltaron a la calle cogidos de la mano. También cuenta esa misma leyenda, que debido al color de las camisas de hombre que estaban fabricando en esos momentos, el humo del enorme incendio, visible en toda la ciudad, era de color violeta y de ahí que esa sea el color elegido para la lucha por los derechos de la mujer.

Lo cierto es que en 1908 las sufragistas inglesas ya habían elegido el violeta como uno de sus colores, y se manifestaban portando unas bandas tricolores, con violeta, verde y blanco. La líder de este movimiento, Emmeline Pethick, argumentaba que el violeta, como color de los soberanos, simbolizaba la sangre real que corría por las venas de cada luchadora por el derecho al voto, la libertad y la dignidad individual.

En la antigüedad el violeta era el color del poder, por lo costoso y las dificultades que había para conseguirlo, lo que hacía que quedase reducido casi exclusivamente a la realeza. Los emperadores romanos lo declararon color imperial, siendo el violeta el color de la tinta con la que firmaban los documentos oficiales, y también es el color de la máxima autoridad jerárquica, tras el Papa, de la iglesia católica.

Un siglo después, la catástrofe de la fábrica Triangle Shirtwaist marca el inicio del Día Internacional de la Mujer, y la leyenda de aquella columna de humo color violeta, inunda de ese color las calles como símbolo de la lucha por la igualdad.



Incendio del Triangle Shirtwaist de Nueva York (imagen de autor desconocido)

jueves, 24 de enero de 2019

Gósol. La España "olvidada"


La primavera de 1.906, tras un viaje en tren hasta Guardiola de Berguedà y varias horas a lomos de una mula, a través de un tortuoso y peligroso camino medieval, atravesando vaguadas y precipicios; Picasso, al que acompañaba su amigo parisino Fernande Olivier, llegó hasta el pueblo de Gósol donde pasó dos meses inspirado por los paisajes y colores del entorno. Tras esos dos meses, de nuevo a lomos de la mula y las telas enrolladas en el lomo, marcha junto a su amigo a Francia, a través de Bellver de Cerdanya.

La ruta completa es de 60 Km y es promocionada por el Consorci de Turisme de l'Alt Berguedà.

Gósol vende Picasso, pero sobre todo vende Pedraforca, pues de ahí sale la ruta más popular para alcanzar la cima de la montaña mágica.

El miércoles pasado nevó copiosamente en toda la zona, y el jueves, fuertes rachas de viento lanzaban nubes de ella, como fumarolas, envolviendo los picos del Pedraforca, bosques y valles, y cubriendo la única carretera de acceso desde Saldes, que a primera hora habían limpiado las quitanieves. En el pueblo solo había un restaurante abierto, del que nosotros tres fuimos sus únicos clientes. No había cobertura de telefonía móvil, ni para cobrar con el datafono. La cabina telefónica, que se encuentra en una de las aceras de la plaza, solo tiene el nombre de lo que fue. Ahora funciona como punto de intercambio de libros. Hace unas semanas, Salvados, contaba la odisea de este pueblo donde la caja, banco o cajero automático más cercano, está a 30 kilómetros de distancia. En la España y Catalunya del siglo XXI, por lo visto, los políticos fomentan la economía del trueque y se la resbala el pequeño mundo rural y su mísera cosecha de votos.