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martes, 8 de diciembre de 2020

 

Historias de la Nueva Era: Pandemia

Barcelona 7 de diciembre de 2020… Un inicio así, con tipografía digital y un golpeteo de tecla con la aparición de cada letra, podría haber sido el principio de una película de ciencia ficción. El argumento nos mostraría un futuro apocalíptico, de calzadas colapsadas por los vehículos, gentes con mascarillas, circulando muchos atemorizados por ese enemigo invisible que puede atacarnos desde cada partícula del aire, otros, los más jóvenes, de aspecto despreocupado, quizá como símbolo de una rebeldía que no encuentra acomodo en una mente poco educada para las cuestiones sociales, y colas, interminables filas humanas para acceder a comercios, bancos, vehículos de servicio público… La nueva normalidad.

Una ambulancia destroza los tímpanos, estridente, mientras intenta atravesar el rio de vehículos que bloquea la calzada. Sentado en el borde de la acera, junto al paso de peatones, encogido sobre sí mismo, un anciano y a su lado la que debe ser su esposa, que le hace señales con la mano a la ambulancia, a apenas una cincuentena de metros, pero que parece una quimera el llegar hasta ella. La gente que espera para cruzar, no se acerca a la pareja y lo que parece que es imposible, el mantener la distancia mínima recomendada de los dos metros, aquí se multiplica por dos. Pienso que en la actualidad es fácil que, si uno tiene cualquier contratiempo en la vía pública, acabe abandonado como un perro. Cuando me aproximo, la mujer le está haciendo las señales a la ambulancia, por lo que no cabe otra cosa que hacer. Un joven se acerca y le pregunta a la mujer si “la puc ajudar”, y ella le dice que ya está aquí la ambulancia. El hombre, que parece un poco congestionado en lo poco que deja libre la mascarilla, tose un par de veces y noto que los más cercanos retroceden otro par de pasos. La ambulancia ya está aquí.

La balsa del monumento a Macià está tomada por las gaviotas, y en un momento dado, se organiza una trifulca entre ellas, graznan amenazadoras y se atacan disputándose los despojos de una paloma. La que sale triunfadora se aleja unos metros con ellos en el pico y los abandona. Que humano me resulta, al parecer la disputa solo era por la propiedad no por la necesidad.

Tengo una sensación extraña, es como si estuviésemos bajo la mira de un francotirador que, si te alcanza, puede fastidiarte la vida o quizás acabar con ella. La que un día fue acogedora, la siento ahora como triste, desabrida e inhumana. En lo que va de año es la segunda vez que bajo a la ciudad, eso no me había pasado en mi vida y lo cierto es que me he encontrado extraño en una ciudad extraña.


sábado, 28 de noviembre de 2020

Historias de la Nueva Era: ¿Cuál es la diferencia entre tanatoestética y tanatopraxia?

Obviamente para encontrar estas palabrotas he tenido que mirar en internet, porque lo que yo buscaba era el nombre culto del oficio que, todos y todas conocemos como “maquillador de muertos” que, obviamente, no queda tan fino y además da mal rollo.

La “tanatoestética” es la encargada de maquillar y dar algo de lustre al cadáver. Dejarlo vistoso, vamos.

La “tanatopraxia” vendría a ser el de darle una forma humana. Recomponer sus gestos y esas cosas que también sabemos se quedan por el camino en el traspaso.


Hace unos años, en épocas distintas, dejaron el mundo de los vivos, entre otros, Fraga y la Rita Barberá. Me refiero a estos dos porque los tengo más recientes en el archivo de la memoria, y cuando ocurrió tuve los mismos sentimientos que estos días. Como soy bastante reiterativo, también quise expresar lo que entonces era perplejidad y ahora certeza, de que el ser humano es el más indigno de los bichos que pueblan el planeta.

El uno, había sido un fascista miembro de los gobiernos franquistas que firmaron alguna que otra pena de muerte y amo de las calles, entre otras cosas. La otra, una vividora, borracha y prevaricadora, de una calidad humana tan notable como para burlarse de los familiares de los fallecidos en el “asesinato” del metro de Valencia, que pedían responsabilidades y su dimisión.

En ambos casos, como en el noventa y nueve por ciento de los fallecimientos, solo que estos eran personajes públicos; entraron en acción los “tanatoestéticos” y los “tanatopraxicos”, para recomponer sus cadáveres y lavar su imagen, convirtiéndolos en adalides de las libertades, la democracia, y destacando una “vida dedicada al servicio público”.  

La cosa no tiene secretos, se trata de cepillar los trapos sucios y destacar (o inventar) los hechos positivos de su vida, es decir, maquillando (la tanatoestética) su biografía, y dejando caer de la misma esas “cosillas”, como los títulos y masters se caen misteriosamente del currículo de los políticos, de la noche a la mañana.

Así quedó que, “Don Manuel”, había sido incluso uno de los “padres” de la Constitución (si, la que no votó a favor), y de un talante tan tolerante que hasta se cruzó una partida de dominó con un “dictador comunista” como Fidel. La otra, fue convertida en una víctima de la sociedad, repudiada, que murió sola y frustrada en la habitación de un hotel, tras meterse en el cuerpo una cena de pincho de tortilla y vaso(s) de wiski.

A todo esto, están los “colaboradores pasivos”. Los que no practican directamente la tanatoestética, pero callan o suavizan los hechos, porque al parecer es lo políticamente correcto, y porque “no se habla mal de los muertos”. De lo que se deduce que la muerte iguala a todos, las buenas personas y los hijos de mala madre. Esta injusticia vendría a ser como la impunidad (inmunidad, le dicen) del emérito, que nos limpia los pecados en el momento del traspaso, para que los gusanos no sientan nauseas.

 

Esta semana ha fallecido un personaje que era drogadicto, alcohólico, pederasta, camorrista y colaborador de la Camorra. Un machista agresor, con un número de hijos, reconocidos y no reconocidos, que es la envidia del mismo Julio Iglesias. Que acabó su primer mundial expulsado, abandonó el Barça con una sanción de cuatro meses, dejó Italia suspendido por dar positivo en drogas, con una orden de cárcel de catorce meses por fraude, y que acabó su carrera “deportiva”, expulsado del mundial de EEUU por dopaje y suspendido de por vida. Se me olvidaba, además de todo eso, muchos decían y dicen, que ha sido el mejor futbolista de la historia, incluso los que solo han visto cuatro de sus goles en video, y añaden, que metió el mejor gol que se ha metido nunca en un mundial y también el más tramposo, ambos en el mismo partido, aunque el más idolatrado es el de la trampa, que ha pasado a la historia como “la mano de dios”.  

Llevamos unos días de desfile televisivo, radiofónico e internauta, de plañideros tanatoestéticos y tanatopraxicos, convenciéndonos que ese llamado “dios” de iglesia propia, también disponía de su Santísima Trinidad, y que había que diferenciar entre el futbolista, el personaje y la persona. Lo de siempre. Así, con los ojos convertidos en contenedores lacrimógenos, nos aleccionaban de que no había que hablar de “esas cosas que todo el mundo conoce”, sino de su futbol, de la felicidad que había llevado a millones de personas de todo el mundo, y a la vez, que todos ellos parecían tener una relación personal con “Diego” (así, en plan familiar), anécdotas (chorradas) con él, que les hacía sentirse más importantes, y sobre todas las cosas, que “Diego” era una gran persona. Como contaba mi suegro, médico, que le dijo una señora de esas que, si le cuentan que lo suyo no era “arreglar a los muertos” sino ejercer la tanatoestética, le suelta un guantazo a quien le profiriese ese insulto; tras emperifollar a un fallecido, se dirigió a él “mire usté que precioso y que bonito ma quedao”.

 

En fin, que mi padre se equivocó conmigo, porque me educó para ser una buena persona, y en realidad me tendría que haber educado para procurarme en vida unos buenos tanatoestéticos y tanatopraxicos, que fuesen mis biógrafos en el más acá para cuando me traspasase al más allá.


viernes, 13 de noviembre de 2020

Historias de la Nueva Era: Lo mejor que habían visto mis ojos (Desconfinando la memoria)


La otra tarde, en el Islandia de RAC1, pidieron a los oyentes que participasen, en mensajes de voz, contando cuál había sido lo mejor que habían visto sus ojos. Ese momento impresionante.

Como sucede en los concursos, en que uno participa íntimamente, aunque no lo haga en la realidad, pero sí consiguen que lo hagamos de forma virtual; naturalmente me hizo intentar encontrar cuál había sido ese “mi” momento. Evidentemente momentos impactantes a lo largo de nuestra vida tenemos muchos, pero todos los que llamaron hacían referencia a los ocurridos durante algún viaje, así que mi mente también se constriñó a esa circunstancia.

Las respuestas resultaban muy sugerentes “los millones de estrellas de una noche en el desierto”, “la llegada y el entorno del Machu Pîcchu”, “la impresionante visión del Annapurna” …

 

La noche del 21 de julio de 2015 la habíamos pasado en el alto de Furkapass, a 2.436 metros de altitud, en pleno corazón de los Alpes suizos. Fue una noche de mucha tormenta y poca agua, pero a las 4,30 el cielo estaba en calma y decidí levantarme a fotografiar la salida del sol, que tuvo inicio a las 5 de la mañana “con puntualidad suiza”.

Miguel salió con su bici a machacarse en los puertos y yo, ya que estaba levantado a esas horas, decidí que era inexcusable hacer una excursión al glaciar que se veía en un pico próximo de donde estábamos ubicados. Tampoco me quise presionar, si llegaba, bien, y si no, hasta donde llegase. Eché en la mochila un trozo de pan, otro de queso, un botellín de cerveza, y como no, “El caminante” de Hesse, al que ya me he referido en otra ocasión.

Llegar hasta el glaciar no tuvo mucho mérito, pues apenas estaba a unos tres kilómetros de distancia y los dos primeros eran de pendiente tendida. La única preocupación de seguir más allá, era que había dejado el móvil en la auto caravana y si sufría un percance, aunque solo fuera una torcedura de tobillo, nadie sabría dónde estaba. Nunca antes había tenido una sensación así, por lo que concluí que el móvil en realidad nos hacía más esclavos de él, que libres.

Una vez llegado a la nieve y el hielo del circo, saqué mi almuerzo, y mientras lo disfrutaba, me perdí en aquel horizonte de montañas piramidales, adornadas con lo que supongo nieves perpetuas, aunque cada vez más perecederas, cuyas siluetas cambiaban de forma y color por las sombras de las nubes que se desplazaban a bastante velocidad. Frente a mí, el impresionante glaciar del Ródano, de reflejo metálico, brillaba en lo que suponía hielo como el que yo mismo acababa de pisar, de un azul acuoso, en cuyo interior de grosor indefinido, parecían flotar las piedras que había ido engullendo en su, casi imperceptible, lento descenso. Residuos atrapados, como esos insectos u objetos oclusionados en bloques de resina.

Miraba todo aquello, y siento que ese fue mi momento impresionante. Impresionante porque de repente me vi allí como separado del mundo. Sentí que ese mundo, mi mundo, podía funcionar perfectamente sin mí. Que pudiera ser importante, e incluso muy importante, para algunas personas, pero que no era imprescindible para su vida, y eso me daba una enorme tranquilidad. De repente no me importaba nada de lo que estaba pasando en esos momentos ahí fuera… y me sentí muy bien.

“… El mundo es más hermoso. Estoy solo, y la soledad no me hace sufrir. No deseo otra cosa. Estoy dispuesto a dejarme cocer por el sol. Siento avaricia de madurar. Estoy dispuesto a morir, dispuesto a nacer de nuevo...” (El caminante)

 

En mi pos adolescencia (en un viaje a Tarifa), compré “El caminante” de Hesse. No lo conocía, simplemente me atrajo la sinopsis…

“… documenta una de las fases más importantes de su evolución: el distanciamiento de los rituales de la existencia y la seguridad burguesas, el paso de la vida activa a la vida contemplativa…”

Y principalmente, me pareció de un tamaño adecuado para rellenar algunos huecos de los días vacacionales.

Escrito en 1918, Hesse, en prosa, poemas y apuntes de acuarela, narra sus sensaciones en una travesía a pie que lo lleva desde Alemania a Italia, atravesando los Alpes. Mi mente soñadora viajaba con él. Ambos atravesábamos aquel paso de montaña, nos acercábamos a una aldea y también yo sentía en mi paladar el sabor de aquel vaso de vino, tomado bajo la parra de un hogar del camino.

Ese día estaba en esos mismos Alpes, a apenas una decena de kilómetros de territorio italiano, un par de montes más allá, en mitad de un amplio semicírculo de nieve fresca y hielo, bajo un pico culminado por una cruz. Lo sentía como algo natural, en absoluto excepcional, y busqué entre las páginas:

“El viento sopla sobre el valiente sendero. Árboles y arbustos han quedado atrás, aquí solo hay piedra y crece el musgo. Nadie tiene nada que buscar aquí, nadie posee nada, los campesinos no tienen heno ni madera en estas alturas. Pero la lejanía atrae, el anhelo consume, y ellos son quienes han construido, a través de rocas, pantanos y nieve, este buen sendero que conduce a otros valles, otras casas, otras lenguas y otros hombres.

Me detengo en el punto más alto del paso. El camino desciende por ambos lados, hacia ambos lados fluye el agua, y lo que aquí se encuentra próximo y va de la mano, halla su derrotero hacia dos mundos…”

 

Ya era mediodía, las ovejas que tanto me habían “impresionado” la tarde anterior (a las que me referiré próximamente), ya habían alcanzado la mitad de la ladera del valle a mis pies. Había llegado la hora de regresar y reincorporarme al mundo real…

¿Y tú? ¿Qué es lo mejor que han visto tus ojos, los exteriores y también los interiores?

 

“... vencer el sedentarismo y despreciar las fronteras convierte a la gente de mi clase en postes indicadores del futuro. Si hubiera más personas que sintieran mi profundo desprecio por las fronteras, no habría más guerras ni bloqueos. No existe nada más odioso que las fronteras, nada más estúpido. Son como cañones, como generales: mientras reina el buen sentido, la humanidad y la paz, no nos percatamos de su existencia y sonreímos ante ellas, pero en cuanto estallan la guerra y la demencia, se convierten en importantes y sagradas…”


viernes, 30 de octubre de 2020

Historias de la Nueva Era: El nuevo mundo


El 20 de junio nos entreabrieron una puerta para que nos asomásemos a ese mundo que nos había estado vedado durante toda la primavera, y como estaba previsto, los ciudadanos la empujamos para salir, y resarcirnos en lo posible, de la asfixiante falta de libertad en la que habíamos vivido. Nosotros no fuimos menos, y naturalmente intentamos acapararlo al máximo, aunque en realidad no dejaba de ser como pegar puñados a la arena del mar.

El nuevo mundo que nos encontramos se podría denominar como el del post-apocalipsis. Un mundo semitapado por las mascarillas, lleno de restricciones poco definidas. Un mundo de calles semivacías y comercios cerrados o poco concurridos. Sobre todo, un mundo temeroso.

El 9 de julio estrenamos coche, y como el que no quiere la cosa, entre ese y los dos meses siguientes le hicimos más de 5.000 kilómetros. Fueron todos viajes de un solo día, porque en el fondo se trataba de aprovechar el tiempo, temiendo, porque así lo sentíamos, que ese periodo solo era un paréntesis y que más pronto que tarde volveríamos al redil. 

jueves, 1 de octubre de 2020

Historias de la Nueva Era: Pongamos que hablo, nuevamente, de Madrid

Hace muuuuchos años, en pleno franquismo, se contaba un chiste cuyo origen sería probablemente de los sesenta. Para ponerlo en contexto hay que recordar que, en aquellos tiempos, los españoles no se consideraban racistas. Aquí no se odiaba a los negros, claro que teniendo en cuenta que el rey Baltasar de las cabalgatas de reyes, era un señor blanco teñido de betún, da una pista sobre el porqué de esa inexistencia de racismo.

Cosa aparte eran los gitanos. Opinar sobre ellos, que eran todos gente de la que había que desconfiar, ladrones y estafadores, que huían del trabajo y solo servían para la fiesta folclórica. Frases hechas como “es un gitano” (referido a su fiabilidad), “pareces un gitano” (vestimenta y aspecto físico) …. Eso sí, en ningún caso se identificaba eso como racismo. Y claro, abundaban los chistes de gitanos:

En cierta ocasión, estaba Franco (alias el Generalísimo, el Caudillo, etc.), a punto de cortar la cinta de inauguración de uno de sus múltiples pantanos (igual fue el de Tous), y de repente cedió la tierra bajo sus pies, pero cuando ya caía al vacío, le agarró salvadora la mano de un gitano que se encontraba a su lado y un Guardia Civil, que también estaba junto a ellos, sujetó al gitano para que no cayese arrastrado por el peso del dictador.

Ya repuestos, Franco se dirigió al gitano:

-Gracias muchacho, me has salvado la vida. Pídeme lo que quieras que te lo concederé.

Entonces el Guardia Civil protesta a Franco:

-Hombre excelencia, que yo también he ayudado, sujetando al gitano para que no cayeran los dos al pantano…

-No te preocupes guardia –le contesta el dictador-, a ti te concederé el doble de lo que pida el gitano…

Y el gitano pidió:

-Quiero que me arranquen un ojo…

 

A la presidenta de la Comunidad de Madrid (cuyas siglas son IDA, y con eso ya debería estar dicho todo), el gobierno le pide (implora), que adopte medidas de confinamiento para parar la sangría de contagios. Hasta ahora, se ha limitado a culpar a “los panchitos” y su sistema de vida, la manifestación del 8-M y los viajeros de Barajas. También ha manifestado que Madrid es “especial” y debe tener un trato diferencial, que no solo es que sea la capital, sino que Madrid es España y España es Madrid, porque todo pasa por Madrid y toda España va a Madrid (pero no la llaméis nacionalista). Sus “drásticas” medidas fueron, en la primera ola prohibir que los hospitales públicos acogiesen a los ancianos, que no tuviesen seguro privado, contagiados de las residencias, además de exigir el desconfinamiento de la capital, en persona y por medio de los “cayetanos”, como intermediarios, porque, según ella, lo que se quería es hundir Madrid y su economía.

Ahora, cuatro meses después de volver a ser su responsabilidad, en los que ha despedido médicos, cerrado hospitales de campaña (IFEMA) y centros de atención primaria, pero contratado curas hospitalarios, dotando de subvenciones culturales a la tauromaquia, y anunciado rebajas de impuestos; exige al gobierno que se haga responsable de lo que pasa en Madrid “porque los ha abandonado”. Que sea el gobierno quien ponga los medios.

Madrid, con el 40% de todos los contagiados del país, ha tomado medidas como confinar los barrios y poblaciones “pobres”, pero solo para el uso de ellos, es decir, una madre “pobre” puede ir a trabajar en un metro atestado (1.800.000 viajeros en un mes, por 1.400.000 de la pérfida Barajas), a cuidar a los niños de una familia bien de las zonas nobles, y llevar a esos niños a jugar al parque, pero cuando regresa a su casa no puede llevar a sus hijos al parque, porque los de su barrio están cerrados y además no forma parte de las autorizaciones para salir de casa.

En España nadie salía de su asombro cuando se multiplicaban los brotes de infectados en Aragón, Catalunya, La Rioja, Castilla y León… y milagrosamente en Madrid no existían. Hasta que estalló lo del Fuenlabrada. La Comunidad comunica apenas diez contagios en toda ella y de repente dieciséis (no contabilizados, por lo visto), en tan solo un equipo de futbol. La burbuja de la mentira les estalló en todos los morros y el resto del país, empezaba a “mosquearse” por una segunda ola, expandida desde el centro (como muchos expertos atribuyen a la rapidez de la expansión en la primera).

 

Tras acusar al gobierno, “los panchitos”, a los independentistas, Torra (¡cuanto lo van a echar de menos los “ellos”!), y naturalmente a Iglesias y los comunistas; el primer ministro del imperio monárquico español, tuvo a bien reunirse con la virreina de España (Madrid es España), en la “sala de banderas” del palacio del virreinato. El ratoncillo Sánchez cayó sumiso en la trampa, y hasta ese momento, si Madrid tenía un problema, desde entonces la vida (sanidad) de los madrileños pasó a ser su problema, el del gobierno. Llenaron los barrios y poblaciones pobres (obreros), de policías, guardias civiles y, cómo no, el ejército (mismo problema mismas soluciones ¿Qué puede salir mal?). Y después de “digos”, dimisiones y acusaciones, llegamos al día de hoy, donde la virreina, tal y como venía exigiendo, ha conseguido (pedido) que le quiten un ojo si con ello consigue que le quiten los dos a las colonias (o al menos uno de ellos).

Desde hoy, al parecer, IDA acepta que se confinen las zonas de Madrid que pasen de 500 contagios por cada 100.000 habitantes, siempre que se haga lo mismo en el resto de ciudades de las colonias del Imperio.

A ver si lo entendemos, según dijeron el otro día, un barrio como Puente de Vallecas tiene más de 300.000 habitantes. Si solo tuviese 500 por 100.000 serían 1.500.

Girona son algo así como 102.000 habitantes. Si tuviese 500 infectados, tendría exactamente 500.

Dando por supuesto que la ciudad de Girona es de una extensión notablemente mayor que el barrio de Puente de Vallecas y por lo tanto menos hacinamiento de población, hete aquí que las medidas de confinamiento serán las mismas para unos y otros. ¿Por qué? Porque la presidenta de la Comunidad de Madrid lo ha exigido a cambio de la vida de unos miles de madrileños, que iban a caer si no se aceptaban sus condiciones. Si en Madrid se va a ver afectada la economía (en realidad lo único que le interesa), que se joda también donde sea posible.


martes, 22 de septiembre de 2020

Historias de la Nueva Era: La leyenda de Melinda - Jafre (en ruta por el Garraf)


Cuenta la leyenda que, hace cerca de un siglo, una adinerada familia de origen austriaco, se mudó a una Masía abandonada, que se encontraba un tanto alejada del pueblo más cercano, en este caso Jafre (también, Jafra), en el Garraf. La familia no era muy sociable, de hecho, no permitían a los hijos salir del sendero y tampoco dejaban entrar a otras personas. Esto es porque se sabía que los hijos tenían una enfermedad en la piel y al parecer los padres no querían que nadie los viera.

En ese tiempo, el padre de la familia, quien se dedicaba a la medicina, mandó a construir un jardín para que sus hijos pudieran jugar. La obra se construyó en 3 años y llevaba la firma de un arquitecto de renombre en aquel entonces, Jean-Claude Nicolas Forestier, y el jardín consistía en un enorme laberinto de árboles y arbustos, hecho exclusivo para sus hijos.

 

La leyenda comienza cuando la madre dio a luz a su cuarta hija, a la que llamaron Melinda. El parto fue dentro de la Masía y la madre murió esa noche, a consecuencia del mismo. A partir de ahí comenzaron a suceder sucesos extraños.

Los otros hijos fueron muriendo uno a uno (se atribuye a la enfermedad que tenían). El padre se sentía muy angustiado, ya que sólo quedaba su hija Melinda con vida. También se decía, que el padre envenenaba a los niños con sopa de rana.

Los jardineros y ayudantes de limpieza, abandonaron su trabajo porque el señor de la casa se comportaba de manera extraña. Se justificaron diciendo que, de un momento a otro, se enfurecía como un maniático.

Una noche de octubre, Melinda, a sus seis años, huyó al jardín, perseguida por su padre completamente enloquecido. Dice la leyenda que la niña se cayó al pozo del jardín y nunca más se supo del paradero de ella ni del de su padre.

Es por eso que se cuenta que, en los bosques del Garraf, aparece el fantasma de Melinda, quien ayuda a los visitantes que se encuentran extraviados y les señala el camino, para ayudarlos a escapar de las garras de su malvado padre.

Otros dicen que, en las curvas del Garraf, han visto las apariciones del espectro de una niña que atribuyen a Melinda, razón por la que la conocen por “la niña de la curva”.

 

Jafre tiene una historia casi milenaria. De este pueblo se tienen las primeras noticias escritas cuando el sacristán Guillem Ramón, en su testamento del año 1147, lo legó a su hijo Pere. Posteriormente tuvo bastantes propietarios, y se pobló y despobló en diversos periodos, hasta que, integrado ya en el término de Olivella, desde 1820 hasta 1960 pasó de 83 habitantes a 19, debido a la despoblación con motivo de la filoxera, que acabó con los viñedos, que eran la fuente principal de subsistencia junto a la ganadería y la leña. Su último propietario fue el barón Ignasi Torrents i Piserra.

En 1997 lo compró la Diputación de Barcelona con intención de dotarla de infraestructuras para realizar allí diversas actividades, como talleres o escuelas de oficios, pero la cosa al final quedó en nada. Las únicas obras realizadas consistieron en poner una capa de hormigón, a modo de tejado, en la cubierta de la iglesia para evitar las filtraciones de agua y su hundimiento, y vallar todo el perímetro de la baronía para impedir el paso a la gente, con la idea de que no hubiera más vandalismo

Actualmente, Jafre no es más que unas cuantas ruinas de edificios desmoronados, tomados por la maleza e inmerso en historias de leyendas malditas y fenómenos paranormales

  

Faustino Calderón, en su web de “pueblos abandonados”, localizó a la última habitante de Jafre. A continuación, un extracto de la historia que le contó la propia protagonista, Rosa Mora Benedé:

  Un tío mío, que se encontraba haciendo el servicio militar a las órdenes del coronel Ignasi Torrents i Piserra, barón de Jafre, se entera de que el puesto de masovero en la baronía, estaba vacante tras la marcha de los últimos que vivieron allí: el matrimonio formado por Pepe y Amparo. Se lo comenta a mis padres, y como mi padre era muy aventurero y tenía ganas de recorrer mundo (había pensado en marchar incluso a Argentina), se entusiasma con la idea de marchar de masovero a Jafre. Va primero él solo a visitar el lugar y a llegar a un acuerdo con el barón y luego, a los pocos días, ya vamos todos”.

Atrás dejamos Benissanet en la Ribera del Ebro (Tarragona), y nos vamos toda la familia: mis padres Joan y Lorenza (natural de Grañen, en Huesca), mis hermanos pequeños Joan (11 años), Josep (7 años) y yo, Rosa (13 años)”.

Cuando llegamos a Jafre, mi madre casi se espanta de ver la soledad del lugar y exclama a su marido: “Joan, ¡¡dónde me has traído!!” El conductor del camión que nos había traído a nosotros y los muebles, al ver la situación, le dice a mi madre: “Lorenza, ¿cargamos otra vez todas las cosas y nos volvemos para Benissanet?” A lo que mi madre respondió con resignación: “¡¡No!! Ya que estamos aquí, probaremos”. En aquel momento, octubre del año 1954, nos establecimos en Jafre”.

Hacía pocos días que se habían marchado los anteriores masoveros, solamente vivía allí el pastor, Paco, con su mujer, Josefina, una hija recién nacida y dos mozos, padre e hijo, provenientes de un pueblo de la Terra Alta de Tarragona. Los bienes con los que contábamos eran, alrededor de cien cabras, un macho y un burro, además de un pequeño huerto”.

Mi padre, después de echar cuentas y viendo que pagando la renta al barón las ganancias no alcanzaban para tantos, decide prescindir de los dos mozos y hacer él las tareas del campo con la ayuda del pastor, por lo que a mi hermano Joan y a mí, nos tocaba el pastoreo con las cabras”.

Mi padre y el pastor se dedicaban a cortar leña de pino y hacer fardos para bajarlos a Sitges, puesto que en aquellos años había muchos hornos para elaborar el pan. Mi madre se levantaba a las cinco de la mañana para ordeñar las cabras, y después de vaciar la leche en los cántaros, los cargaba en el burro y hacía diariamente los ocho kilómetros que había hasta Sitges. Allí, una parte de la carga la dejaba en una lechería y otra parte la llevaba a la estación de tren, donde la recogía un señor para llevarla a Barcelona”.

Además, con los productos que recogíamos del huerto (tomates, pimientos, judías), una parte era para consumo de la casa y otra parte la llevaba a vender a Sitges, donde tenía varios clientes que se los compraban (casas particulares y pensiones). Así, de esto era de lo que vivíamos: la leche, la leña y los productos de huerta. También venía algunas veces un carnicero de Sitges a comprar cabritos”.

Mi madre iba a Barcelona cada mes a pagar la renta al barón, a cobrar la leche, y aprovechaba para comprar algunas cosas. El pan lo comprábamos en Sitges, y para beber agua, había dos aljibes en Jafre, que se llenaban con agua de lluvia”.

Luz nunca tuvimos y nos iluminábamos con los candiles de carburo.

La fiesta mayor de Jafre era el 8 de septiembre, pero nosotros ya no la conocimos. Creo que después de la guerra ya no se hicieron”.

El médico estaba en Sitges. Una vez mi padre cogió una pulmonía y tuvimos que bajarlo en un carro hasta allí. La correspondencia la recogíamos en el bar Español, en Sitges. Como no había escuela y la de Olivella y Sitges quedaban muy lejos, pues no fuimos en esos años. Mi madre, cuando iba a Barcelona compraba unos cuadernos de caligrafía y de cuentas, y con eso íbamos un poco manteniendo la escritura y las reglas básicas. Mi hermano pequeño, cuando ya nos bajamos a vivir a Sitges, hizo cuatro cursos en un año para recuperar el ritmo escolar”.

Había seis mases en los alrededores, pero yo solo conocí habitado el Mas Vendrell. La Fassina, Mas Llorenc, Mas de Baix, Mas de Dalt, Mas Nou y El Morsell ya estaban deshabitados. En Jafre la vida era muy monótona y no había mucho con que entretenerse, pero nosotros nos los pasábamos bien de cualquier manera. Algunos domingos bajábamos a Sitges al cine y luego, a las once o las doce de la noche de vuelta para Jafre. Otras veces nos íbamos hasta La Plana Novella, que era una gran masía, propiedad de unos indianos que habían hecho fortuna y allí nos metíamos a jugar por un jardín que tenía mucha variedad de plantas y árboles, o montábamos en una barquita que había en un pequeño lago”.

En el año 56 cayó una nevada muy grande, como no recordaban los más viejos del lugar. Nos quedamos aislados varios días. Para colmo de males, el barón acumuló muchas deudas por problemas económicos y acabaron embargándole los bienes que tenía en Jafre: las cabras y el macho. El burro se salvó porque cuando vinieron a hacer el embargo lo tenía mi madre en Sitges. Al quedarnos sin las cabras como medio de vida ya era imposible seguir viviendo allí. Aun así, estuvimos unos meses más. Mi madre se encargaba de lavar la ropa en el hotel Subur de Sitges. Más tarde, mi padre se colocó también a trabajar un huerto que tenía el hotel y mi hermano Joan en el mantenimiento del garaje. Se quedaban allí toda la semana y subían a Jafre en días sueltos”.

Aquí nos quedamos durante un tiempo mi hermano Josep y yo, para que no nos robaran los muebles y las cosas que teníamos aquí, hasta que nos pudiéramos instalar definitivamente en Sitges. El pastor y su familia se marcharon a Vallcarca y nosotros lo hicimos al barrio del Poble Sec en Sitges. Esto fue en el año 1957”.

(Toda la información ha sido extraída de diversas webs de Internet, excepto las fotografías, que son propias)







lunes, 17 de agosto de 2020

Historias de la Nueva Era: Colliure

De siempre he calificado a los turistas en dos tipos:

-los nacionalistas: ¿Esto? No está mal, pero nosotros tenemos en mi pueblo… ¿Esto? Esto no vale nada, para pueblo el mío ¿y árboles…? para árboles los que tenemos allí, eso si son arboles…

 -los acomplejados: joder tío, esto sí que es bonito… y que limpio lo tienen todo, hasta papeleras tienen en las calles. Que orden… ¿Y los uniformes de los policías? Tan azules y con esa gorra… y encima se llaman gendarmes ¡que glamur! Más quisiéramos nosotros, es que tenemos que aprender mucho de esta gente.

Como no quiero situarme ni en uno ni en otro, me identificaré con los dos en mi batidora mental.


Colliure fue toda una sorpresa, porque tuvimos a bien no mirar nada antes de ir. Esto tiene la pega de que te pierdes muchas cosas que no sabías que estaban ahí, pero dejas abierta la puerta de la sorpresa y las emociones (como lo de saber el sexo del feto en la ecografía, o no).

No solo a mí, Colliure nos encantó con sus casas de colores contorneando calles estrechas que suben y bajan (sube y baja la misma calle según el sentido en que vayas, claro, que tontería). Muchas tiendas de souvenirs a precio francés, y también muchas llamadas “galerías de arte”, que en realidad no dejan de ser lo mismo, pero adornadas con obras de artistas totalmente desconocidos.

El puerto es espectacular, al pie del Castillo Real, símbolo de una historia convulsa, similar a una partida de Monopoly. Desde el siglo VII pasó a formar parte del reino de Aragón, del de Mallorca, de España, y finalmente de Francia, tras el Tratado de los Pirineos; con el primer Borbón que, tuvo a bien echar abajo una gran parte de la población para ampliar el Castillo (lo que vendría a ser algo así como poner un hotel en el Monopoly). Por lo demás ninguna sorpresa borbónica. De casta le viene al galgo.

También lo es el litoral, que contornea la población, calas y playas con más o menos piedras, bañadas por un mar que quiere lucir sus profundidades. Tan trasparente como toda la Costa Brava catalana.

Y claro, luego viene lo otro. El pueblo se llenó de turistas franceses una vez finalizado “le repas de midi”. Supongo que, con la recomendación de su gobierno de no viajar a Catalunya, que es su destino habitual, se han quedado en su lado de los Pirineos a hacer país. Porque allí también existe la campaña para consumir productos de proximidad.

Esta suposición me recuerda otro defecto del que yo suelo abusar. Hacer del instante o la anécdota una generalidad: Hace muchas décadas, en un viaje a Italia con el instituto, coincidimos varios días con las chicas de un colegio de Santander, que hacían ese mismo viaje. Algunos colegas trabamos amistad con algunas de ellas, y en cierta ocasión nos dijeron que habían ido en autocar desde su ciudad hasta Barcelona, donde comieron y cogieron un barco que las llevó a Roma. Nos contaron que Barcelona les había parecido una porquería, sucia, de calles estrechas y malolientes. A ver, a primeros de los setenta faltaban casi veinte años para convertirla en lo que se llamó “capital del diseño” pero, ¿una porquería? Entonces nos enteramos que el autocar las dejó en la Barceloneta, comieron por la zona, y dieron una vuelta por el puerto y los alrededores. Para ellas eso era Barcelona.

Quiero decir, que igual resulta que siempre está lleno de turistas franceses y no tiene nada que ver con mis suposiciones, basadas en una visita de pocas horas.

Y esto también me recuerda que, mientras estábamos en el cementerio, paró un coche delante de la puerta, sin importarle cortar la circulación de la estrecha calle, se bajó un personaje, se hizo un selfi delante de la tumba, subió de nuevo al coche, y se largó ¿qué contará a sus amistades? ¿qué estuvo en el cementerio? ¿será un influencer, y ahora empezará a copia/pega de internet para su viaje, y recomendaciones sobre la tumba? Como solo estábamos nosotros ¿contará que no tiene interés y no la visita casi nadie?

Bueno, siguiendo con esa otra parte, me pareció sorprendente que, siendo un pueblo de la Catalunya Nord, del Languedoc, con vínculos catalanes tan fuertes como que, creo no me equivocaría si dijese que el setenta por ciento de las tumbas del viejo cementerio rotulan nombre y apellidos catalanes, no encontramos a nadie en ningún comercio que hablase catalán “¿catalá?””no” “¿español? “no”, tan solo uno de los camareros (este sí, bastante agradable), y el dueño de una cuchillería cuya mujer nos contestó con un seco “no”, sin mirarnos apenas ni esperar a que terminásemos de hablar, y le dijo al marido “españoles”. ¿Será porque son franceses?

He leído por ahí, que en el Tratado de los Pirineos se acordó que Francia respetaría las instituciones catalanas que tenían su sede en Perpiñán, y el Derecho Catalán, pero lo primero que hizo el rey Luis XIV fue cargarse las instituciones, el Derecho y prohibir absolutamente el catalán.

Siguiendo la costa norte de Colliure, a menos de una decena de kilómetros, está la playa de Argelès-sur-Mer, donde los franceses tuvieron a bien confinar, en lo que en realidad era un campo de concentración, a los refugiados españoles que cruzaban los Pirineos huyendo de las huestes del genocida Franco.

Hace unos años, leí las memorias de una de aquellas refugiadas, donde contaba el maltrato al que fueron sometidos. Custodiados por soldados senegaleses, estos les saquearon los objetos de valor que llevaban. Confinados en la arena de la playa, con bajísimas temperaturas, y obligados a hacer sus necesidades en la propia playa, y lavarse en el agua del mar. Algunos, además, fueron usados como esclavos trabajando para los campesinos de la zona.

¿Parece inhumano? Pues ahora que les pregunten a quienes vienen huyendo de las guerras y genocidios, dejándose la vida en esas mismas aguas mediterráneas, mientras este mundo del siglo XXI mira para otro lado, o les dispara bolas de goma en el agua, observando cómo se ahogan.

En fin, que Colliure es un pueblo precioso, que merece mucho la pena conocer y al que, sin duda, hay que volver.


Historias de la Nueva Era: Machado

Una gruesa losa gris

vela el sueño del hermano.

La hierba crece a sus pies

y le da sombra un ciprés

en verano.

El jarrón que alguien llenó

de flores artificiales,

unos versos y un clavel

y unas ramas de laurel

(Colliure de J.M. Serrat)

 

El pasado lunes se cumplió uno de esos “tengo que…” que, como las promesas de año nuevo, nos hacemos a lo largo de nuestra vida. Pequeñas cosas y objetivos que por unas cosas u otras vamos aplazando hasta que se convierten en imposibles, absurdos o en el menor de los casos, logramos alcanzarlos.

Desde que, hace varios años ya, me entré que el pueblo donde está enterrado Antonio Machado nos quedaba a una distancia similar a la del delta del Ebro (por decir algo que no parece una quimera), tenía el deseo de visitar su tumba.

No he encontrado mejor descripción de lo que vi y sentí que la que hizo Serrat en su “Colliure”, a las que me he referido al comienzo.

Serrat ha sido una de esas decepciones que nos acostumbra a regalar la vida, como cuando nos enteramos que los reyes son los padres. Y no lo digo por su posicionamiento en Catalunya, donde efectivamente se le ponen rabos y cuernos a mucha gente, por una parte sectaria de la sociedad. Me refiero a su silencio ante las injusticias, la degeneración democrática y la persecución a la libertad de expresión, incluyendo colegas de profesión. Sin embargo, debo prescindir de todo eso, reconocer que muchas de sus canciones forman y formarán parte de la banda sonora de mi vida, y sobre todo que él y algún otro cantautor, nos descubrieron a muchos “atontados” de mi generación, como yo, a los poetas víctimas del franquismo, repudiados por el régimen y “desaparecidos” de nuestros libros de texto.

 

Nunca me han dolido prendas en reconocer que yo fui bastante tardío, pero desde entonces, acostumbraba a echar dentro de la bolsa cuando iba de viaje, El Caminante de Hesse, los Poemas y Canciones de B. Brecht y las Soledades de Machado; para hojearlos si se me apetecía o para que me hicieran compañía.

Felizmente, probablemente porque era hora francesa de comer, el cementerio estaba desierto cuando llegamos, que es como debe ser para poder sentir la “paz eterna” en uno mismo. La tumba de Machado está junto a la misma senda de entrada, a apenas una decena de metros. Una vieja losa, cubierta de variopintos objetos y dedicatorias de gente, que ofrece su efímero homenaje en papel. Banderas republicanas y alguna cinta con la senyera. Por si a alguien aún le cabe duda de a quién representa la bandera esa con la que se envuelven, y adornan, muñecas y vestuario los de la otra España, “su” España.

Machado llegó a Colliure tan ligero de equipaje como se fue y el mismo predijo:

Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

Enfermo y sin nada, pues por el camino hubo de dejar hasta la única maleta que llevaba, llegó a Colliure el 28 de enero de 1939. Con él iban su madre y su hermano pequeño, y se alojaron en un hotel cercano al cementerio, donde fue enterrado tras su fallecimiento el 22 de febrero, en el nicho cedido por una vecina del pueblo. Tres días después, el 25 de febrero, fallecía su madre, el mismo día que cumplía 85 años, siendo enterrada junto a su hijo.

Al parecer, el escritor Gibson dice que Machado no debe ser repatriado, y que debe seguir donde está como símbolo del exilio a que se vieron forzados muchos españoles, pero no deja de causarme un poco de pena que, su país, el de quienes presumen del mismo y gritan su orgullo, desprecie a uno de los suyos, uno de los más grandes, y la única referencia sea una placa del 2019 en el ochenta aniversario del exilio.

Junto a la misma senda que se interna entre las tumbas, una llama la atención. Otro exiliado, que tuvo que buscar refugio en ese pueblo, el pintor valenciano Balbino Giner.

Me llamó la atención que el año de su fallecimiento fue en 1976, y sin embargo, el mosaico está firmado por B. Giner el año 2004; pero para eso está internet, para informarnos que el firmante era su hijo, también fallecido, e igualmente pintor.

 

Soplaban vientos del sur

y el hombre emprendió viaje.

Su orgullo, un poco de fe

y un regusto amargo fue

Su equipaje.

Miró hacia atrás y no vio

Más que cadáveres sobre

unos campos sin color.

Su jardín sin una flor

y sus bosques sin un roble.

y viejo

y cansado

a orillas del mar

bebióse sorbo a sorbo su pasado.

Profeta ni mártir

quiso Antonio ser.

Y un poco de todo lo fue sin querer.

Una gruesa losa gris

vela el sueño del hermano.

La hierba crece a sus pies

y le da sombra un ciprés

en verano.

El jarrón que alguien llenó

de flores artificiales,

Unos versos y un clavel

y unas ramas de laurel

son las prendas personales,

del viejo y cansado que

a orillas del mar

bebióse sorbo a sorbo su pasado.

Profeta ni mártir

quiso Antonio ser.

Y un poco de todo lo fue sin querer.


martes, 4 de agosto de 2020

Historias de la Nueva Era: Si tiene miedo no salga, quédese en casa


Comercio textil. Cola para pagar. En el suelo hay pegados, cada dos metros, unos sintasoles, indicando la distancia mínima que deben observar los clientes. La gente se pasa esto por lo que vendría a ser, el forro.

Detrás mío, dos señoras (digamos que entre veinte y treinta y pocos años), que en los EEUU definirían como hispanas (y no quiero que se tome como una observación xenófoba, sino descriptiva), sin mascarillas, pese a que son obligatorias, según se avisa en la entrada del comercio. Junto a dos niñas que las acompañan, van probándose gafas, sombreros, y todo lo que encuentran a su paso, en el trayecto hasta las cajas. Todo esto pasando por delante, por el lado, volviéndose a colocar detrás… rozándome, y a menos de medio metro. Las miro varias veces, aunque no se dan por aludidas o igual confunden el motivo.

La cola avanza, y una de ellas, la que siempre llevo detrás, también avanza hasta volver a colocarse pegada a mí. Me giro:

-Perdona ¿Te puedes poner a los dos metros de distancia?

-¿Para qué?

Me irrito -¿Cómo que para qué? Porque tienes que mantener la distancia de dos metros.

-Da igual

-¿Cómo que da igual? –ya le alzo la voz- ¿El qué, da igual?¿que se contagie la gente?¿qué se muera?¿Eso te da igual?

-SI TIENE MIEDO NO SALGA. QUEDESE EN CASA

-¿Qué no salga?¿Qué no salga? Imbécil. La que no tienes que salir eres tú, maleducada. Todo esto (y otras cosas más que no recuerdo), se lo recrimino levantando la voz. La gente que está cerca, calla. También las cajeras, pero miran con caras asustadas, temiendo una bronca, y lo que es peor, igual solo ven a un viejo chillándole a una jovencita.

La que va con ella, me dice:

-Vale, ya está, tampoco es para que se ponga así…

-Así no, se lo he pedido con educación, y… -me toca turno.

 

Este Centro Comercial, está en un barrio muy popular, donde se concentra el mayor número de contagiados de la población. Incluso el mes pasado, fue donde hubo más brotes de virus en Catalunya, pero ahora ya sé el motivo. El problema es, que los viejos salimos y no nos quedamos en casa.


lunes, 29 de junio de 2020

Historias de la Nueva Era: 100 días de nuestra vida

Empezó con una noticia casi anecdótica, de las que parecen de relleno en los noticieros, apenas un recuadro en prensa la víspera de reyes de este año 2020, al que no más de una semana antes, la humanidad había recibido (como todos), con los mejores deseos, “y eso pese a ser bisiesto”.

Las bromas sobre el origen, un virus chino originado en un mercado de Wuhan, por el consumo humano de carne de murciélago, aunque algunos apuntaban al pangolín, al que definían como una cochinilla de un kilo; fueron adobadas con la extensión de la idea de que era poco menos que un resfriado y “más muertes ocasionaba cada año la gripe”.

El pasmo y desconcierto no tardó en extenderse, sorprendidos por su rápida expansión, como aquel chapapote gallego, por todo el globo. Y esta vez no se limitó a masacrar a los más desfavorecidos del tercer mundo, como en las últimas pandemias. El Coronavirus Covid-19 impactó de pleno, como un torpedo, en la línea de flotación del primer mundo que, gracias a las políticas liberales dominantes, se encontraron que no tenían como afrontarlo, debido a unos sistemas sanitarios que habían ido desmantelando.

El virus encontró terreno abonado para su labor de exterminio: desconocimiento del mismo, servicios sanitarios físicos y humanos precarios, líderes políticos de las primeras potencias, que parecen escapados de un psiquiátrico, y una extrema derecha (en algunos lugares como España, llamada derecha), que aprovechaba para expandir su propio virus infectando de odio a la sociedad.

En España los primeros que cayeron fueron los ancianos de las residencias, que han sido un filón de enriquecimiento de sus desalmados gestores, siendo abandonados a su suerte, sin derecho a ocupar camas hospitalarias, reservadas (junto a los escasos respiradores), para quienes se consideraban con más posibilidades de supervivencia.

Los sanitarios, expuestos al contagio por no disponer de equipos de protección, debían, además, “condenar” a enfermos, al elegir a quienes debían conectar a esas insuficientes maquinas o ingresar en las precarias UCIS provisionales. Se les sometió, también, a un sobreesfuerzo inhumano, mientras quienes se habían encargado durante años de abandonarlos a su suerte, miraban para otro lado, se ponían corbatas negras y ocultaban su falta de propuestas, tras la bandera.

Se promulgó confinamiento total, tras la infección de medio país, en lo que influyó notablemente la diáspora de muchos ciudadanos de Madrid, a quienes se dejó campar a sus anchas. Se cerraron y cancelaron todos los negocios y actividades que no eran de primera necesidad y cientos de miles de trabajadores sufrieron ERTES que los mandaron a sus casas.

En el resto del mundo, igual que aquí, también se suspendieron todas las actividades lúdico-deportivas (conciertos, Juegos Olímpicos, ligas y europeo de futbol, etc.)

De repente, el mundo global se comprimió entre cuatro paredes, mientras no cesaba el goteo, a cada segundo, de infectados y fallecidos.

El miedo, natural y artificial, se hizo el amo del mundo, mientras en Madrid, principalmente, los “cayetanos”, organizaban manifestaciones “patrióticas”, para exigir libertad de poder acudir a jugar al golf, al pádel, compartir unas cervezas o a sus segundas residencias, pero sobre todo, libertad de circulación para que los y las empleadas de servicio, pudieran acudir a sus domicilios a limpiarles sus miserias.



domingo, 28 de junio de 2020

Historias de la Nueva Era: Último mensaje en la botella 


Cuando empezó toda esta movida no fuimos exactamente conscientes de lo que en realidad estaba sucediendo en nuestras vidas. Para ser más exactos, no fuimos conscientes que de repente la vida había dejado de ser “nuestra”, inmersos como extras en lo que el cerebro no podía calificar en otra cosa que no fuese una película de ciencia ficción y terror, donde el guion se iba reescribiendo cada jornada, mientras nos iban dejando caer datos del horror que estaba aconteciendo en el exterior “ahí fuera”, como en “La fuga de Logán”. Un mundo del que, si osábamos escapar, solo nos esperaba el sufrimiento y la muerte.

Y la película se convirtió en serie. Las temporadas se sucedían unas tras otra cada dos semanas. Supongo que, como muchos, no tardé en descubrir que la cosa iba para largo y aquellas imágenes de gentes haciendo cosas raras en sus casas, bromeando, compartiendo sus ruidos impunemente… me hizo pensar que no eran conscientes de la realidad y se trataba de una situación tan surrealista, que decidí dejar constancia del día a día, para cuando llegue el momento en que, habiendo perdido la conexión con la memoria, tenga donde agarrarme para demostrarme a mí mismo que, “aquello” fue verdad. Para eso decidí utilizar el Facebook como dietario y colocar al menos una imagen (todos tenemos un medio de expresión favorito y el mío es la fotografía), teniendo en cuenta que desde hace mucho procuro hacer al menos una foto de lo que sea, cada día. Luego la cosa se complicó, porque aproveché para apretar la esponja y soltar lo que vamos absorbiendo, y ya para rematarlo, llevar todo esto a una trilogía de los tres meses (100 días más o menos), que cambiaron el mundo, en tres fotolibros.


domingo, 21 de junio de 2020

Historias de la Nueva Era: Día 1 de la "represa"

Y la primavera se marchó. La vimos pasar por delante de nuestras ventanas, bajo los balcones, sobre el cielo de nuestras terrazas... Algunas de las emisiones de radio y televisión, despedían su programa de los viernes deseando un buen fin de semana a los oyentes o televidentes, como si a nosotros nos importase su ficticia normalidad. Los meteorólogos nos contaban con entusiasmo las estadísticas de unas lluvias y temperaturas que siempre son superiores o inferiores al año anterior, como si a nosotros nos interesasen. Incluso al dudar de sus palabras, pues las fotografías de ese año anterior, muestran similares días de lluvia, calor o fresco que el actual...

De hecho, yo al menos, tenía tanto interés por esas cosas como si en pantalla nos mostrasen un Ferrari Testa Rosa, y nos dijesen que su precio había bajado 3000 Euros o que a un diabético le pusiesen ante sus narices un escaparate lleno de tentadores dulces (se de lo que hablo). Incluso, ya que no lo podíamos disfrutar, mejor si el fin de semana era frío y lluvioso, al menos no afectaría a nuestro ánimo más de lo que ya lo está. Nos habían abierto la puerta de la jaula, pero no salimos al exterior, sino a un patio como el de las prisiones, donde los presos pueden explayarse un ratito, aunque sea rodeados de muros y vallas de seguridad.

 Y se fue la primavera tal y como había venido (sin saber cómo había sido), y el verano nos trajo la “represa”, o al revés, la represa (nueva normalidad), nos trajo el verano, porque en esa competición en que se han enfrascado los políticos en los últimos meses, los del Ebro para arriba, los del Manzanares, los del Miño, los del Tajo, los del Guadalquivir, los del Guadiana..., empeñados en salir a todas horas en cualquier medio de comunicación o contaminación, para recordarnos lo bien que lo hacían ellos y lo culpables que eran los otros, he llegado a la conclusión de que al final nos van a convencer de que, hasta las estaciones del año nos traen ellos, en lugar de preocuparse por traer mascarillas, EPIs y respiradores, para cuando el cielo vuelva a caer sobre nuestras cabezas, que visto lo visto (por ejemplo en el montón de jóvenes que se juntan cada noche en la plazoleta de la calle, para contaminarnos con sus ruidos, basuras y virus), no tardará en caer.

 Hoy he vuelto a los Encantes, varios meses después. Como una imagen vale más que mil palabras (que original), ahí las dejo. Ni que decir tiene que el producto estrella de los puestos fijos, que son los únicos que están habilitados, son las mascarillas.

En el recinto, que tiene varias puertas de acceso, solo habían dejado cuatro abiertas, controladas por un vigilante jurado en cada una. Al salir, pasadas la una del mediodía, las colas, por el límite de aforo permitido, en cada una de ellas, daban la vuelta a la manzana entrelazándose unas con otras. Las colas van a ser la nueva identidad a partir de ahora, como el papel higiénico lo fue del confinamiento, y espero que la gente se lo tome como es debido, no me refiero a que las respete, que eso en este país (no sé en los demás) es una utopía, sino a defender el lugar como los pívots la zona de baloncesto.




viernes, 19 de junio de 2020

Historias de la Nueva Era: Entre dos aguas


Por la mañana pase a la fase 3. Por la noche, pase a “fase represa” …

¿Y esto qué es? Por lo visto es la versión catalana de la “nueva normalidad”, que parece que es lo mismo, pero no lo es.

Según la Consellera de Salut, se puede hacer de todo (¿), pero serán los ciudadanos quienes deberán poner los medios para evitar los contagios, o lo que es lo mismo, todos a hacer lo que les salga de sus atributos y, cuando estemos rebrotados, otra vez encerrados en casita.

Quienes querían encerrarnos desde el primer día, ahora apelan a la formula sueca. Esa que decía, que sus ciudadanos tenían una educación superior a los demás, y cuyo resultado fue que, a las pocas semanas tenían medio país infectado.

Seguramente estaré equivocado, pero todo esto me suena al sistema ese que nos viene de serie, y hace que cuando se estropea un electrodoméstico, o chisme similar, lo primero que hacemos es darle un golpe para ver si funciona, y cuando eso no da resultado (que es siempre), viene el técnico, y lo primero que hace, es desenchufarlo y volverlo a enchufar.

Volvamos a engrasar las cicloestaticas, las máquinas de cortar el pelo, comprar tinte… y, prioritario, hacer acopio de papel higiénico y harina.

Día 98