Historias de la Nueva Era: Machado
Una gruesa losa gris
vela el sueño del hermano.
La hierba crece a sus pies
y le da sombra un ciprés
en verano.
El jarrón que alguien llenó
de flores artificiales,
unos versos y un clavel
y unas ramas de laurel
(Colliure de J.M. Serrat)
El pasado lunes se cumplió uno de esos “tengo que…” que, como
las promesas de año nuevo, nos hacemos a lo largo de nuestra vida. Pequeñas
cosas y objetivos que por unas cosas u otras vamos aplazando hasta que se
convierten en imposibles, absurdos o en el menor de los casos, logramos
alcanzarlos.
Desde que, hace varios años ya, me entré que el pueblo donde
está enterrado Antonio Machado nos quedaba a una distancia similar a la del
delta del Ebro (por decir algo que no parece una quimera), tenía el deseo de
visitar su tumba.
No he encontrado mejor descripción de lo que vi y sentí que
la que hizo Serrat en su “Colliure”, a las que me he referido al comienzo.
Serrat ha sido una de esas decepciones que nos acostumbra a
regalar la vida, como cuando nos enteramos que los reyes son los padres. Y no
lo digo por su posicionamiento en Catalunya, donde efectivamente se le ponen
rabos y cuernos a mucha gente, por una parte sectaria de la sociedad. Me
refiero a su silencio ante las injusticias, la degeneración democrática y la
persecución a la libertad de expresión, incluyendo colegas de profesión. Sin embargo,
debo prescindir de todo eso, reconocer que muchas de sus canciones forman y
formarán parte de la banda sonora de mi vida, y sobre todo que él y algún otro
cantautor, nos descubrieron a muchos “atontados” de mi generación, como yo, a
los poetas víctimas del franquismo, repudiados por el régimen y “desaparecidos”
de nuestros libros de texto.
Nunca me han dolido prendas en reconocer que yo fui bastante tardío,
pero desde entonces, acostumbraba a echar dentro de la bolsa cuando iba de
viaje, El Caminante de Hesse, los Poemas y Canciones de B. Brecht y las
Soledades de Machado; para hojearlos si se me apetecía o para que me hicieran
compañía.
Felizmente, probablemente porque era hora francesa de comer, el cementerio estaba desierto cuando llegamos, que es como debe ser para poder sentir la “paz eterna” en uno mismo. La tumba de Machado está junto a la misma senda de entrada, a apenas una decena de metros. Una vieja losa, cubierta de variopintos objetos y dedicatorias de gente, que ofrece su efímero homenaje en papel. Banderas republicanas y alguna cinta con la senyera. Por si a alguien aún le cabe duda de a quién representa la bandera esa con la que se envuelven, y adornan, muñecas y vestuario los de la otra España, “su” España.
Machado llegó a Colliure tan ligero de equipaje como se fue y
el mismo predijo:
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Enfermo y sin nada, pues por el camino hubo de dejar hasta la
única maleta que llevaba, llegó a Colliure el 28 de enero de 1939. Con él iban
su madre y su hermano pequeño, y se alojaron en un hotel cercano al cementerio,
donde fue enterrado tras su fallecimiento el 22 de febrero, en el nicho cedido
por una vecina del pueblo. Tres días después, el 25 de febrero, fallecía su
madre, el mismo día que cumplía 85 años, siendo enterrada junto a su hijo.
Al parecer, el escritor Gibson dice que Machado no debe ser repatriado, y que debe seguir donde está como símbolo del exilio a que se vieron forzados muchos españoles, pero no deja de causarme un poco de pena que, su país, el de quienes presumen del mismo y gritan su orgullo, desprecie a uno de los suyos, uno de los más grandes, y la única referencia sea una placa del 2019 en el ochenta aniversario del exilio.
Junto a la misma senda que se interna entre las tumbas, una llama la atención. Otro exiliado, que tuvo que buscar refugio en ese pueblo, el pintor valenciano Balbino Giner.
Me llamó la atención que el año de su fallecimiento fue en
1976, y sin embargo, el mosaico está firmado por B. Giner el año 2004; pero
para eso está internet, para informarnos que el firmante era su hijo, también
fallecido, e igualmente pintor.
Soplaban vientos del sur
y el hombre emprendió viaje.
Su orgullo, un poco de fe
y un regusto amargo fue
Su equipaje.
Miró hacia atrás y no vio
Más que cadáveres sobre
unos campos sin color.
Su jardín sin una flor
y sus bosques sin un roble.
y viejo
y cansado
a orillas del mar
bebióse sorbo a sorbo su pasado.
Profeta ni mártir
quiso Antonio ser.
Y un poco de todo lo fue sin querer.
Una gruesa losa gris
vela el sueño del hermano.
La hierba crece a sus pies
y le da sombra un ciprés
en verano.
El jarrón que alguien llenó
de flores artificiales,
Unos versos y un clavel
y unas ramas de laurel
son las prendas personales,
del viejo y cansado que
a orillas del mar
bebióse sorbo a sorbo su pasado.
Profeta ni mártir
quiso Antonio ser.
Y un poco de todo lo fue sin querer.
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