Ahora que la casa duerme al compás del reloj de pared del
comedor, tac-tac tic-tac, esporádicos ruiditos desconocidos y algún ladrido
lejano, que hace más notable el resto que solo es silencio, no quiero ponerme
ritualmente nostálgico (entre otras cosas tampoco es mi estado de ánimo en este
momento), pero sí me parece ver los fantasmas de quienes hemos sido niños entre
estas mismas paredes, a lo largo de décadas de cobijarnos entre ellas en una
noche como esta. Noches de reyes frías, ventosas, algunas incluso teñidas de
blanco, pero con el común de la ilusión. Nervios que te impedían coger el
sueño, y nervios que hacían temblar inconteniblemente todo nuestro cuerpo, al
levantarnos y descubrir aquellos objetos que colmaban todos nuestros deseos,
independientemente de que se tratase de lo que habíamos pedido en aquella carta
garrapateada con más o menos habilidad, dirigida a nuestro rey favorito.
Cacharritos de cocina de aluminio y muñecas de cartón para mis hermanas, la
cajita de lápices Alpino, mi cartuchera y mi pistola, que este año en lugar de
con un sombrero vaquero de plástico, era un plumacho indio con su machete de
goma, y sobre todas las cosas, aquel triciclo de asiento rojo y unas cintas
colgando de las empuñaduras, con el que entré triunfal en la habitación de mis
padres (que también era la mía), para enseñárselo y compartir con ellos mi
alegría, y ahora aún recuerdo sus caras de ilusión y también comprendo esa
ilusión. Al día siguiente, excepcionalmente, los niños íbamos a la escuela del
barrio con nuestros juguetes, y allí iba yo, calle terriza abajo, arrastrando
de una cuerda un camión con bombonas de butano, penacho de plumas, pistolera al
cinto y el machete asomando del bolsillo. Eran años en que no queríamos saber,
para que la realidad no matase la ilusión.
Bastantes años después, aquellos niños fuimos también reyes y
tampoco queríamos que la realidad matase a la ilusión. Primero fueron Jordi y
Carlos, y más tarde, también aquí mismo donde estoy yo ahora, Rocío y
Alejandro, quienes subían corriendo al comedor y nos despertaban, enseñándonos
ilusionados todo aquello que habían encontrado.
Esas noches especiales con la banda sonora de radio Barcelona
y "ningún niño sin juguetes" (luego, cap nen sensa jogines), que
solían empezar yendo a llevar un pequeño donativo y luego, la espera de que por
fin cogiesen el sueño para empezar a preparar las cosas; entre sorbitos al
chupito y los clásicos comentarios del yayo Rafael sobre la excesiva cantidad
de juguetes que tenían los niños "de hoy en día", y por eso "no
saben apreciar las cosas"... en definitiva, noches de ilusión.
Son ya más de las cuatro de la madrugada y a este paso, como
no me duerma, no van a venir los reyes. Espero que hayan entendido que cuando
me declaro republicano no me estoy refiriendo a ellos.
"Queridos Reyes Magos, este año......"