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miércoles, 16 de febrero de 2005

El territorio (Crónicas desde el exilio)

El viento sopla racheado y a su compás resuenan las notas de “ella’s baila’n sola’s” sobre el techo del comedor, son las sillas de la terraza del sobre ático que celebran su libertad ya que los dueños no se preocupan por ellas.
Hay que salir a la galería y mirar todo lo lejos que se pueda. La vista hay que estirarla para que el ojo no se acostumbre a las distancias de este país. En la parte más lejana que forma este extraño polígono que es el patio interior, habrá como mucho cien metros. En la parte más cercana cero metros, porque supongo que será la retina de mi ojo. Entre los pisos de enfrente se divisa parte de la montaña del Garraf (la del depósito de agua), es como un palmo aparente que en la realidad serán un par de kilómetros (pero yo solo veo un palmo). Se ve el cielo eso sí, porque si no es que estoy dentro de la casa (y ya hemos quedado que estoy en la galería), y el jirón de nubes que se ve al fondo tiene la parte de abajo muy roja, por lo que deben estar cerca del horizonte teórico (porque el efectivo es el de los áticos y sobre áticos).
El único que esta asomado tras el ventanal de la galería soy yo. Cuatro pisos más abajo, en el patio que tiene su vivienda, una joven morena de larga cabellera cogida con una cola, chaqueta de lana de varios colores que recuerdan a las peruanas y pantalón de pana negro, cepilla a su perrito que esta aplastado boca abajo en el suelo absolutamente inmóvil, por un momento dudo que sea de verdad y no se trate de un peluche, pero finalmente acaba y con sus propias manos quita los pelos del animal que han quedado enganchados en el cepillo. Antes de meterse en su vivienda levanta la cabeza y nuestras miradas se cruzan por un momento. La joven tiene una cuidada barba y bigote ¿o es que no era una joven? Al ratito vuelve a salir, mira hacia donde yo sigo y desde aquí logro distinguir una mueca de extrañeza. Estoy en la misma posición que antes y quizás se pregunte si soy real. No hay nadie más asomado a los balcones.
Los balcones de los pisos son como los escaparates de las viviendas donde los vecinos exponen sus ropas a la vista de todos, hace unos días que he empezado un juego que consiste en ir estudiando las prendas que hay tendidas y pretender adivinar qué tipo de personas son las que las rellenan. Seguramente no acertaré ni una, pero he visto calzoncillos de algodón donde aparentemente no son muy mayores (los que los lavan que deben ser los propietarios) y ropa interior roja transparente (con camisola), tendiéndolos una señora de muchas primaveras (creo que cambiaré el juego por el de seguir observando a esta señora en lugar de a los calzoncillos de algodón).
Además de la ropa también es un lugar pensado para poner las escaleras de mano, me ha sorprendido ver tantas y he decidido contarlas, pero cuando he llegado a seis y ya no he logrado ver más he parado, mas que nada porque me ha decepcionado a mí mismo, como viendo tantas, había tan pocas. Por cierto, todas eran de cinco escalones. ¿Para que querrán una escalera de cinco escalones en un piso?, si te subes en el quinto escalón puedes meterte en el piso de los vecinos de arriba hasta la cintura. Por cierto, que la que yo compré es de seis escalones ¿será que quiero meter algo más que la cintura en el sobre ático primera?. La compré de seis escalones porque estaba de oferta en el Leroy, quizás es que cuando las compraron ellos las que estaban de oferta eran las de cinco.
La terraza del ático de enfrente es un patio de pueblo, está cubierta con un toldo de esos de plástico azul de los que se compran para tapar cosas (¿gente?), también tienen colgado un botijo de una de las barras de hierro. El botijo se balancea con las rachas de viento y me quedo mirándolo un rato para ver si se descuelga y se cae, lo empujo con la mente, pero sigue columpiándose orgulloso. De pequeño nunca fui capaz de romper la olla en las fiestas del barrio.
La Nesi de vez en cuando se levanta y recorre las habitaciones, cuando hay gente también lo hace, yo creo que nos cuenta para ver si estamos todos, aunque también puede ser que lo haga para dejarse ver por si a alguien se le ocurre sacarla a la calle. Cuando te ve con la correa en la mano salta de alborozo para que se la pongas (yo creo que Ánsar era un profeta y esa es la clase de libertad que nos gusta, ¿o es porque los perros le ladraban por las esquinas?). La Nesi se pone contenta cuando me saca a pasear, yo creo que se pone orgullosa delante de los demás perros… La Nesi… ¿no me estará considerando su mascota…?
Si ha vuelto a salir la vecina de la barba bien recortada ya sabrá que yo era real porque ahora no estoy en la galería ¿o si…?