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martes, 22 de septiembre de 2020

Historias de la Nueva Era: La leyenda de Melinda - Jafre (en ruta por el Garraf)


Cuenta la leyenda que, hace cerca de un siglo, una adinerada familia de origen austriaco, se mudó a una Masía abandonada, que se encontraba un tanto alejada del pueblo más cercano, en este caso Jafre (también, Jafra), en el Garraf. La familia no era muy sociable, de hecho, no permitían a los hijos salir del sendero y tampoco dejaban entrar a otras personas. Esto es porque se sabía que los hijos tenían una enfermedad en la piel y al parecer los padres no querían que nadie los viera.

En ese tiempo, el padre de la familia, quien se dedicaba a la medicina, mandó a construir un jardín para que sus hijos pudieran jugar. La obra se construyó en 3 años y llevaba la firma de un arquitecto de renombre en aquel entonces, Jean-Claude Nicolas Forestier, y el jardín consistía en un enorme laberinto de árboles y arbustos, hecho exclusivo para sus hijos.

 

La leyenda comienza cuando la madre dio a luz a su cuarta hija, a la que llamaron Melinda. El parto fue dentro de la Masía y la madre murió esa noche, a consecuencia del mismo. A partir de ahí comenzaron a suceder sucesos extraños.

Los otros hijos fueron muriendo uno a uno (se atribuye a la enfermedad que tenían). El padre se sentía muy angustiado, ya que sólo quedaba su hija Melinda con vida. También se decía, que el padre envenenaba a los niños con sopa de rana.

Los jardineros y ayudantes de limpieza, abandonaron su trabajo porque el señor de la casa se comportaba de manera extraña. Se justificaron diciendo que, de un momento a otro, se enfurecía como un maniático.

Una noche de octubre, Melinda, a sus seis años, huyó al jardín, perseguida por su padre completamente enloquecido. Dice la leyenda que la niña se cayó al pozo del jardín y nunca más se supo del paradero de ella ni del de su padre.

Es por eso que se cuenta que, en los bosques del Garraf, aparece el fantasma de Melinda, quien ayuda a los visitantes que se encuentran extraviados y les señala el camino, para ayudarlos a escapar de las garras de su malvado padre.

Otros dicen que, en las curvas del Garraf, han visto las apariciones del espectro de una niña que atribuyen a Melinda, razón por la que la conocen por “la niña de la curva”.

 

Jafre tiene una historia casi milenaria. De este pueblo se tienen las primeras noticias escritas cuando el sacristán Guillem Ramón, en su testamento del año 1147, lo legó a su hijo Pere. Posteriormente tuvo bastantes propietarios, y se pobló y despobló en diversos periodos, hasta que, integrado ya en el término de Olivella, desde 1820 hasta 1960 pasó de 83 habitantes a 19, debido a la despoblación con motivo de la filoxera, que acabó con los viñedos, que eran la fuente principal de subsistencia junto a la ganadería y la leña. Su último propietario fue el barón Ignasi Torrents i Piserra.

En 1997 lo compró la Diputación de Barcelona con intención de dotarla de infraestructuras para realizar allí diversas actividades, como talleres o escuelas de oficios, pero la cosa al final quedó en nada. Las únicas obras realizadas consistieron en poner una capa de hormigón, a modo de tejado, en la cubierta de la iglesia para evitar las filtraciones de agua y su hundimiento, y vallar todo el perímetro de la baronía para impedir el paso a la gente, con la idea de que no hubiera más vandalismo

Actualmente, Jafre no es más que unas cuantas ruinas de edificios desmoronados, tomados por la maleza e inmerso en historias de leyendas malditas y fenómenos paranormales

  

Faustino Calderón, en su web de “pueblos abandonados”, localizó a la última habitante de Jafre. A continuación, un extracto de la historia que le contó la propia protagonista, Rosa Mora Benedé:

  Un tío mío, que se encontraba haciendo el servicio militar a las órdenes del coronel Ignasi Torrents i Piserra, barón de Jafre, se entera de que el puesto de masovero en la baronía, estaba vacante tras la marcha de los últimos que vivieron allí: el matrimonio formado por Pepe y Amparo. Se lo comenta a mis padres, y como mi padre era muy aventurero y tenía ganas de recorrer mundo (había pensado en marchar incluso a Argentina), se entusiasma con la idea de marchar de masovero a Jafre. Va primero él solo a visitar el lugar y a llegar a un acuerdo con el barón y luego, a los pocos días, ya vamos todos”.

Atrás dejamos Benissanet en la Ribera del Ebro (Tarragona), y nos vamos toda la familia: mis padres Joan y Lorenza (natural de Grañen, en Huesca), mis hermanos pequeños Joan (11 años), Josep (7 años) y yo, Rosa (13 años)”.

Cuando llegamos a Jafre, mi madre casi se espanta de ver la soledad del lugar y exclama a su marido: “Joan, ¡¡dónde me has traído!!” El conductor del camión que nos había traído a nosotros y los muebles, al ver la situación, le dice a mi madre: “Lorenza, ¿cargamos otra vez todas las cosas y nos volvemos para Benissanet?” A lo que mi madre respondió con resignación: “¡¡No!! Ya que estamos aquí, probaremos”. En aquel momento, octubre del año 1954, nos establecimos en Jafre”.

Hacía pocos días que se habían marchado los anteriores masoveros, solamente vivía allí el pastor, Paco, con su mujer, Josefina, una hija recién nacida y dos mozos, padre e hijo, provenientes de un pueblo de la Terra Alta de Tarragona. Los bienes con los que contábamos eran, alrededor de cien cabras, un macho y un burro, además de un pequeño huerto”.

Mi padre, después de echar cuentas y viendo que pagando la renta al barón las ganancias no alcanzaban para tantos, decide prescindir de los dos mozos y hacer él las tareas del campo con la ayuda del pastor, por lo que a mi hermano Joan y a mí, nos tocaba el pastoreo con las cabras”.

Mi padre y el pastor se dedicaban a cortar leña de pino y hacer fardos para bajarlos a Sitges, puesto que en aquellos años había muchos hornos para elaborar el pan. Mi madre se levantaba a las cinco de la mañana para ordeñar las cabras, y después de vaciar la leche en los cántaros, los cargaba en el burro y hacía diariamente los ocho kilómetros que había hasta Sitges. Allí, una parte de la carga la dejaba en una lechería y otra parte la llevaba a la estación de tren, donde la recogía un señor para llevarla a Barcelona”.

Además, con los productos que recogíamos del huerto (tomates, pimientos, judías), una parte era para consumo de la casa y otra parte la llevaba a vender a Sitges, donde tenía varios clientes que se los compraban (casas particulares y pensiones). Así, de esto era de lo que vivíamos: la leche, la leña y los productos de huerta. También venía algunas veces un carnicero de Sitges a comprar cabritos”.

Mi madre iba a Barcelona cada mes a pagar la renta al barón, a cobrar la leche, y aprovechaba para comprar algunas cosas. El pan lo comprábamos en Sitges, y para beber agua, había dos aljibes en Jafre, que se llenaban con agua de lluvia”.

Luz nunca tuvimos y nos iluminábamos con los candiles de carburo.

La fiesta mayor de Jafre era el 8 de septiembre, pero nosotros ya no la conocimos. Creo que después de la guerra ya no se hicieron”.

El médico estaba en Sitges. Una vez mi padre cogió una pulmonía y tuvimos que bajarlo en un carro hasta allí. La correspondencia la recogíamos en el bar Español, en Sitges. Como no había escuela y la de Olivella y Sitges quedaban muy lejos, pues no fuimos en esos años. Mi madre, cuando iba a Barcelona compraba unos cuadernos de caligrafía y de cuentas, y con eso íbamos un poco manteniendo la escritura y las reglas básicas. Mi hermano pequeño, cuando ya nos bajamos a vivir a Sitges, hizo cuatro cursos en un año para recuperar el ritmo escolar”.

Había seis mases en los alrededores, pero yo solo conocí habitado el Mas Vendrell. La Fassina, Mas Llorenc, Mas de Baix, Mas de Dalt, Mas Nou y El Morsell ya estaban deshabitados. En Jafre la vida era muy monótona y no había mucho con que entretenerse, pero nosotros nos los pasábamos bien de cualquier manera. Algunos domingos bajábamos a Sitges al cine y luego, a las once o las doce de la noche de vuelta para Jafre. Otras veces nos íbamos hasta La Plana Novella, que era una gran masía, propiedad de unos indianos que habían hecho fortuna y allí nos metíamos a jugar por un jardín que tenía mucha variedad de plantas y árboles, o montábamos en una barquita que había en un pequeño lago”.

En el año 56 cayó una nevada muy grande, como no recordaban los más viejos del lugar. Nos quedamos aislados varios días. Para colmo de males, el barón acumuló muchas deudas por problemas económicos y acabaron embargándole los bienes que tenía en Jafre: las cabras y el macho. El burro se salvó porque cuando vinieron a hacer el embargo lo tenía mi madre en Sitges. Al quedarnos sin las cabras como medio de vida ya era imposible seguir viviendo allí. Aun así, estuvimos unos meses más. Mi madre se encargaba de lavar la ropa en el hotel Subur de Sitges. Más tarde, mi padre se colocó también a trabajar un huerto que tenía el hotel y mi hermano Joan en el mantenimiento del garaje. Se quedaban allí toda la semana y subían a Jafre en días sueltos”.

Aquí nos quedamos durante un tiempo mi hermano Josep y yo, para que no nos robaran los muebles y las cosas que teníamos aquí, hasta que nos pudiéramos instalar definitivamente en Sitges. El pastor y su familia se marcharon a Vallcarca y nosotros lo hicimos al barrio del Poble Sec en Sitges. Esto fue en el año 1957”.

(Toda la información ha sido extraída de diversas webs de Internet, excepto las fotografías, que son propias)