Historias de la Nueva Era: Si Catalunya y Euskadi no estuvieran en España
Viendo las imágenes de la anciana rebuscando comida en la
basura (tras ella un letrero de supermercado “ahora te llevamos tu compra a
domicilio”), mientras pasaban por la acera, los patriotas con look de Doctor
Slump, real, no como se ve él, de guapo; me asaltaron dos pensamientos.
El primero, que la anciana aun salió bien parada en cercanía
de aquellos “intelectuales”, pues al menos no fue apalizada, ni rociada con
gasolina y prendido fuego. Quizás porque estaban muy ocupados, ellos hablando
de su hándicap en el campo de golf, y ellas sobre si para manifestarse es mejor
ir informal o ya que salen, vestir su ropa de tarde-noche.
La segunda cosa que pensé, es en la mala suerte que habían
tenido los españoles de que Catalunya y Euskadi formasen parte del país, o lo
que es casi lo mismo, la mala suerte que habían tenido de “disfrutar de una
ejemplar transición”. Reconozco que esta idea no la tengo muy bien cocinada y
no estoy muy seguro de adónde voy a ir a parar.
Supongamos que, en lugar de tener una “ejemplar transición”,
hubiéramos tenido simplemente “una transición”.
Con la ejemplar ya sabemos lo que ha pasado. Se hizo una
Constitución con los sables de los militares rechinando en los cuarteles, en la
que se coló una monarquía con un rey heredero, no de la dinastía, sino del
dictador, que lo había acogido en su seno y, como catalanes y vascos (también
los gallegos, pero a otro nivel), deseaban autogobernarse, para no molestar a
los de los sables, y que las demás “regiones” acallaran sus voces reclamando lo
mismo, aunque no tuvieran ninguna conciencia diferencial, se instauró el “café
para todos”, o lo que es lo mismo, se le cambió la denominación de regiones
(con algún retoque geográfico), por la de autonomías. A los militares se dio la
potestad de ser los defensores de la unidad de España, se pusieron unos
articulitos para garantizar que si la cosa no iba como ellos querían, pudieran
apretar el botón de pausa cuando quisieran, y a los franquistas reconvertidos
en partidos políticos, la llave de blindaje de esos “fueros”, redenominados
Constitución.
Ahora vamos al ultramundo de las suposiciones en el que todo
cabe, porque todo es mentira y nada es real (ya que sino, no serían
suposiciones, digo yo). ¿Qué habría pasado si hubiéramos tenido simplemente
“una transición normal”?
De entrada, se habría pedido cuentas a quienes aprovechando
la impunidad del Régimen, habían cometido delitos de sangre (igual que en la
“ejemplar”, no se amnistió a quienes tenían sus manos manchadas de ella), y
restaurado todo lo robado (bienes personales y públicos), con lo que, una
amplia mayoría de los patriotas que mean colonia y salieron a manifestarse en
el barrio de Salamanca, a esas horas estarían, perfumados con Varón Dandy, en
las colas de Caritas o en las de las asociaciones populares de Vallecas, para
recibir algunos alimentos que llevar a sus familias.
España sería una república, pues tal y como dijo el
presidente Suarez, no hicieron un referéndum sobre si los españoles deseaban o
no una monarquía, porque tenían datos que decían que lo hubiesen perdido. Es
decir, el campechano, ahora emérito, hubiera sido “el exiliaó”.
El “preparaó” estaría vendiendo seguros o de chusqui en un
cuartel.
El Urdangarín se habría casado con la novia que tenía antes
del braguetazo, y como la cabra siempre tira al monte, ahora estaría en prisión
como cualquier otro chorizo.
El Marichalar habría seguido trabajando en el banco, pero al
ser un desconocido, habría salido del armario sin problemas, y sería conocido
por los bares de alterne de Soria, como la “Mari Chalá”.
La Cristina no sería infanta, sino simplemente una parte de
otra dinastía en el exilio, como la de sus abuelos griegos que ya nadie
recuerda. Durante unos años habría sido la comidilla del Hola y el Semana, por
sus líos con vetustos play-boys, y pillaría algún tonto que la mantuviese.
La Leticia seguiría siendo la Leti, solo que las huellas de
la edad la habrían sacado de las pantallas y ahora estaría de oficinista en
alguna cadena de televisión, quizá intentando esquivar los manoseos de Matías
Prats, al cruzarse por los pasillos. Y cuando se viese la cara en el espejo de
los lavabos, no podría evitar una lagrima, al darse cuenta de que los años
habían pasado y también sus sueños de juventud de camelar un príncipe azul.
En cuanto a la Elena, yo me la imagino con un sombrero
rojigualda, envuelta en la bandera con el torito, llena de pulseras y collares
también de esos colores, deambulando por las calles, y la familia haciéndose
cruces porque aún no se ha enterado que ya no pintan nada, en un país al que
odian. Mientras, ella va siguiendo a la gente contándoles que es su princesa y
tal, hasta que le dan unas monedas para quitársela de encima.
Y ahora, en una vuelta de tuerca más al tornillo ese de la
imaginación. Supongamos que a catalanes y vascos se le hubiera dado la
posibilidad de elegir si querían seguir perteneciendo a la nación española, y
ya en una forzadísima vuelta de tuerca, que casi rompe el tornillo y el
destornillador, sale que sí. Pero es que además (ahora si ha ido al carajo
pieza y herramienta), el resto del país lo acepta, a regañadientes, pero lo
acepta.
Estamos en 2020 de ese mundo imaginario, y aún no hemos sido
fumigados. Probablemente los tres,
España, Catalunya y Euskadi, sean más pobres, y como no tengo ni idea, ni de
economía ni de esas macro cifras (como los economistas, porque si dos tipos que
han estudiado lo mismo, tienen argumentos tan dispares es que eso es como el
Tarot), voy a dármela por buena.
Hemos quedado que España sería una república, así que de una
tacada se ha limpiado un buen puñado de parásitos, presentes y futuros que, como
además, cuando monarquean no trabajan, y son alimentados y enriquecidos por el
pueblo, crían como conejos para poder acumular más para la familia presente y
futura, probablemente si tuvieran que trabajar para llevar ese ritmo de vida y
pagar colegios y demás, se harían republicanos.
¿Y qué pasaría con todas y todos esos, que se echan a la
calle envueltos en banderas al grito de ¡viva España!? Pues que la gente los
miraría como a unos locos y diría “bueno, viva España ¿y qué?” porque claro, al
no existir los separatistas porque ya se separaron, no corre peligro la tan
famosa “unidad”, ni lo del “España se rompe”, ni tan siquiera los policías y
guardia civiles serían los héroes del “a por ellos”; más bien al contrario,
serían esos energúmenos que habrían aporreado a indefensos ciudadanos españoles
de Murcia o Almería, manifestándose por el precio del pan. De golpe y porrazo
(tal cual) se habrían esfumado un montón de medallas y muchas magulladuras de
la Catalunya real.
Quiero decir, que esos patriotas del barrio de Salamanca
serían solamente los “pijos insolidarios del barrio de Salamanca”, ya que, al
no llevar banderas por no tener sentido, solo se les vería lucir sus Lacoste, Ralph
Laurent o Manolos. La población en general, al no tener la mediatización de ser
de los suyos, porque solo existirían españoles, y por tanto desaparece esa
reivindicación, los miraría con asco y los repudiaría. La policía los multaría
por romper el confinamiento, y tampoco las televisiones, diarios y demás, les
prestarían atención, porque carecería de sentido enseñar a todas horas a unos
cientos de pijos, reclamando a sus chachas y el gin-tonic del Club Ecuestre.
Así que de paso los españoles recuperarían su bandera. Si vale, los fachas y neonazis la seguirían
utilizando como en los países donde no hay nacionalismos, pero en esos países no
se confunden, porque la ultraderecha se envuelve en ella para atacar a enemigos
externos, y lo de la xenofobia y homofobia ocurriría en uno y otro mundo.
En ese mundo imaginario, los españoles no toleraran a tantos políticos
ladrones y corruptos como en el real, porque esos delincuentes no podrían
distraer la atención con lo del “peligro de los nacionalismos” y tal. No habría
“Mases”, ni “Torras”, ni presos políticos catalanes dando “golpes de Estado”.
En todo caso, habría políticos presos por destruir pruebas a martillazos,
saquear las arcas públicas y repartirse el patrimonio del Estado con sus
amiguitos de pupitre del colegio. Es decir, los españoles se podrían dedicar a
lo que realmente si les importa.
Esos políticos tampoco podrían desenterrar a los asesinados
por ETA cada cierto tiempo, para ocultar sus verdaderos planes, ya que, al
haberse independizado Euskadi, se supone que se desintegró esa organización
terrorista, y en todo caso, si no era así, sería el problema de un país
extranjero.
Tampoco habría problemas lingüísticos, porque los gallegos,
como serían españoles, se entenderían entre ellos, y de todas formas, antes de
verse inmersos en un problema, emigrarían.
El partido político Ciudadanos nunca se habría fundado porque,
al no existir Catalunya dentro de España, no tendría razón de ser. Así que los
españoles se hubiesen ahorrado muchas dosis de odio y exhibición de performance
desde el escaño. Ribera solo habría salido del banco para ir a apuntarse al
INEM, tras haber sido despedido, después de comprobarse que había colocado
Preferentes a cientos de ancianos y se había montado una banca paralela.
Atresmedia (La Sexta y Antena 3), no existirían por el mismo
motivo, así que es probable que a Ferreras tampoco lo conociese ni su mujer, a
la que, por cierto, tampoco conocería nadie.
En fin, seguro que hay miles de cosas que demostrarían que a
los españoles les hubiera ido mucho mejor, para su salud mental, que
la transición no hubiese sido modélica, sino simplemente normal y, sobre todo, que Euskadi y Catalunya no formasen parte de su nación.
Es verdad que en esa España imaginaria, probablemente estaría
la Belén Estaban, porque lo de su “yo por mi hija mato”, cabe en las dos.
También estarían los zánganos de Gran Hermano, los de la Isla, las Campos, los
arbitrajes al Real Madrid, con VAR y sin VAR… pero esas cosas hay que
aceptarlas, porque si no se siente lo malo, no se reconoce lo bueno.