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sábado, 16 de mayo de 2020

Historias de la Nueva Era: Alta tensión

Sería por la segunda mitad de los sesenta. Era una noche de invierno, la niebla casi se había apoderado de la montaña y las gentes estábamos guarecidos en las casas, pegados a la estufa o al brasero, probablemente viendo cualquier programa nocturno, de la exigua programación en la única cadena de televisión. De repente se fue la luz, al tiempo que sonaba algo semejante a la sirena de un transatlántico, un “tuuuuttt” estridente y prolongado, y todo se iluminó con un gran flash, que igual solo duro cuatro o cinco segundos, pero parecieron una eternidad.

Los vecinos salimos a la calle asustados por algo que nunca antes había ocurrido y cuyo origen desconocíamos (afortunadamente aun no estaban de moda los platillos volantes ni invasiones extraterrestres). Los mayores preguntaban unos a otros ¿lo habéis oído…? ¿lo habéis visto…?

La respuesta la tuvimos ante nuestros ojos y oídos a los pocos minutos, cuando se repitió el fenómeno, ya ante la visión de quienes permanecíamos en la calle, envueltos en mantas y ateridos de frío.

Hacía unos pocos meses que habían profanado la montaña instalando las torres de una línea de alta tensión, que llegaba hasta la central de la carretera de Collblanc, y en esa noche de niebla, la humedad, al parecer, ocasionaba sobrecargas o lo que sea y eso daba lugar a aquel sonido terrorífico que, acababa con una chispa final tan potente, que convertía la noche en día por unos instantes.

Este mal funcionamiento fue corregido algunos meses después y se acabó aquel espectáculo que, una vez conocido su origen, se había convertido incluso en una diversión.

Es verdad que los vecinos no vimos con buenos ojos la instalación de aquellos gigantes metálicos a lo largo de la ladera, pero también es cierto que, hasta entonces, las tormentas repartían sus rayos indiscriminadamente y en esa lotería nadie ni nada estaba a salvo. Era habitual que destrozasen algún pino en parte o totalmente, e incluso antes de nacer yo, cayó uno en la terraza superior de la casa y echó abajo uno de muros laterales.

 

Han tenido que pasar más de cincuenta años, para que un confinamiento que me obliga a participar solo visualmente del paisaje que rodea la vivienda, haya hecho que me fije en algo que antes mis ojos trataban de desenfocar, como se hace con los objetos cercanos en fotografía, para que no distraigan la atención de lo que nos interesa mostrar. Y me han llamado tanto la atención (he llegado a pensar obsesivamente), que, teniéndolas ante mis ojos, no me había dado cuenta “consciente” que incluso son diferentes.

Naturalmente esto no podía ser una casualidad ni un concurso de diseño, y mirando en esa biblioteca de Alejandría que es internet, me he enterado de algo que seguro es una obviedad para muchos, que cada forma responde al número de kilovatios que transporta. Parece una tontería, pero esto es para mí como si nos hubiesen presentado, y desde ahora supiese su nombre y apellidos.


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