Historias de la Nueva Era: Leones y cachorrillos
Ellos lo tienen todo. Se echan a la calle con sus Loewe,
Louis Vuitton, Burberry, Gucci…, sus pelos engominados, sus permanentes
exclusivas, su palo de golf, hierro siete, para aporrear señales; sus chachas
para que hagan ruido en su nombre, se envuelven en banderas del país donde
evitan pagar impuestos, porque sería como regalárselos a los pobres
desgraciados que han nacido para servirles. Les da igual si cumplen o no las
leyes, porque están por encima de la ley, y si no, siempre estará su abogado,
un fajo de billetes y el “patriotismo” de los “Can Cerberos”, policías que
guardan las cuevas de jueces y fiscales que comparten con ellos, y protegen, su
estilo de vida. Porque esa es la cuestión, salen a la calle a “defender su
estilo de vida”.
A los patéticos ciudadanos que hemos nacido para servirles,
nos resultan graciosos, ridículos, grotescos, les recriminamos su insolidaridad
(que es como ir a la “señu” porque el Paquito ma pegaó o la Nina ma llamaó
tonto). Y es que, en el fondo, “los mataos”, es decir el resto, somos tan
dignos y tenemos una ética tan superior, que solo “merecen” nuestro desprecio.
Hace muchos años, al pasar por delante de la extinta Formiga
D’Or, del Portal de l’Ángel, un libro llamó mi atención (como pasa siempre, por
tener una portada atractiva), se llamaba “Manual para viajeros por España y
lectores en casa” de un tal Richard Ford, escrito en 1845. Al parecer este
escritor inglés, se dedicó a pasearse por el país a caballo y diligencias, y
publicó sus impresiones en varios volúmenes de una o varias regiones. El que
cayó en mis manos era el dedicado a Andalucía, y tras hojearlo, me pareció
interesante y lo compré.
Este hombre, con una escritura muy amena, daba su visión de
lo que era esa región desde el punto de vista de un ser superior, intelectual y
socialmente. Recuerdo que consideraba que la península pertenecía a Oriente,
decía que los mosquitos eran una plaga insufrible, pero que a los españoles no
les picaban, porque de tanto comer ajos, su piel olía a ese condimento y los
insectos ni se les acercaban (curiosamente bastante más de un siglo después, la
pija Victoria Beckam, hizo esa misma afirmación cuando su marido vino a jugar a
este país oriental).
Pero de todas sus historias, la que más llamó mi atención era
la que contaba que, en cierta ocasión, al pasar el Almirante Nelson con su
flota frente a las costas de Tarifa, los españoles dispararon sus miserables
cañones contra los barcos, pero él, con el mayor desprecio y dignidad, optó por
no responder, “tal y como habría hecho un león al que ladra un cachorrillo”.
En este cuento de ahora y de toda la humanidad, los leones
son ellos y los cachorrillos nosotros, pero tenemos un implante genético que se
encarga de renovar eso que llaman religión, según el cual, por encima de la
justicia terrenal está la divina, que será quien premiará nuestras penas en
esta vida, una vez la hayamos abandonado, y entretanto, estos que son quienes
más dicen creer en ese Dios justiciero, precisamente porque se encarga de
defender “su estilo de vida”, viven como parásitos, sin importarles si hacen
daño directamente o con sus actitudes perjudican a los mataos que han nacido
para servirles.
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el
Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia
la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán
consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán
llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y
digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande
en los cielos.
Por si no había quedado claro.
Así que mientras el resto, vulgares cachorrillos, actuamos
como leones vegetarianos, ellos, ante nuestros ojos, roban nuestros dineros,
nuestra sanidad, nuestra educación, pasean sus coches de lujo por las
carreteras que les pagamos… eso sí, nos parecen ridículos, pero tendremos asegurado el reino de los cielos de
“los ateos dignos”.
Y es que en realidad ¿a alguien le parecería coherente defender
nuestro estilo de vida, el que "disfrutamos"?
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