Historias de la Nueva Era: El científico Sebastianín (Desconfinando la memoria)
Era raro el niño al cual no le traían los “Reyes” una pistola
por lo menos, que se complementaba con la cartuchera e incluso un sombrero de
plástico para los más afortunados.
En una casita techada de uralita, por lo que se podría
definir más acertadamente como barraca, ubicada en el solar de una calle
cercana, a la que el Régimen bautizó con el rimbombante nombre de “La Victoria”,
y la democracia renombró, pese a seguir siendo tan miserable como siempre,
terriza como todas, y contorneada por maleza, zarzas y ginestas; vivían con sus
padres, Sebastianín, un año mayor que yo y Francisco José, su hermano pequeño.
-Vamos a jugar a Rin-Tin-Tin...
-Yo soy el Cabo Rusty... sino no juego... -Saltaba
rápidamente el pequeño.
-El Cabo Rusti soy yo... que tengo el sombrero...
-O soy el Cabo Rusty o no juego... y se lo digo a mamá y
Sebastianín tampoco jugará...
-Bueno vale... pero mañana soy yo...
Francisco José era un niño caprichoso e incordiante, que
siempre procuraba fastidiar todos los juegos.
El interés de Sebastianín por estos juegos “mundanos”, era
muy relativo y temporal. Rápidamente se retiraba a su casa y se ocupaba de sus
historias...
-¿De mayor vas a ser inventor...? -Le preguntaba, mientras lo
veía trastear con un motorcillo de los que, se dotaban a los cochecitos a pilas
y otros chismes similares.
Él era un niño privilegiado y los reyes le habían traído el,
tan deseado por los niños de la época, tren eléctrico. Se trataba de un círculo
de apenas medio metro de diámetro, donde una máquina y dos vagones, daban
vueltas ininterrumpidamente. Yo miraba aquella supuesta maravilla, preocupado,
preguntándome, qué es lo que no funcionaba en mi cerebro, para que no le
encontrase la gracia al juego.
-¿Quieres ver como descarrila un tren...? -Entonces se movía
rápidamente por el patio de su casa, hasta que volvía con una hormiga de las
“cabeza-gorda”; cuidadosamente, le arrancaba tres o cuatro patas y la
depositaba sobre uno de los raíles, poniendo el pequeño tren eléctrico en
marcha.
-¡Toma ya...! ¿Has visto como le ha cortado la cabeza...?
-Gritaba entusiasmado el “científico”.
-¿Vamos a ver quién aleja más...?
-Yo también voy... -Se apuntaba Francisco José.
Bajo una higuera que había en un huerto frente a su casa, y
sobre el muro que separaba el bancal alto del bajo; abríamos nuestras braguetas
y daba comienzo la competición...
-¡Picha corta... picha corta...¡ gano yo con seis metros...-
Gritaba su hermano pequeño, mientras Sebastianín sin prestar atención,
pretendía “instruirme”...
-¿Sabes que el pito a veces echa una leche como la de los
higos? -Y diciendo esto arrancó un higo, aún muy verde, comprimiéndolo entre
sus dedos...
-Mira... mira como chorrea... -Decía mientras se rebozaba el
prepucio, divertido, quizá por mi cara de pasmado ignorante.
A los pocos días, estábamos terminando de comer, cuando
llegaron a casa el Sebastianín y su madre...
-Eugenia... que me voy a llevar el niño al médico, que yo no
sé lo que le ha pasado... ¡Qué harta me tiene...! A ver bájate los pantalones que
te vean...
Sebastianín, con la cabeza gacha y sonrojado de vergüenza,
lentamente comenzó a bajarse el pantalón, y tras él los calzoncillos...
Una expresión de estupor salió de los presentes, tenía el
prepucio como una masa deforme, inflamado y cubierto de una mezcla multicolor
de pus y secreciones...
-¿Pero, qué le ha pasado...?
-Y yo qué sé... dice que estaba meando debajo de la higuera y
que se cayó un higo y... ¿Tú te crees...? -Y dándole un pescozón- ... -Anda y
súbete el pantalón... que te voy a matar...
Eran los daños colaterales de ser un investigador científico.
Esta noche, mientras el Twidy olisqueaba los “árboles” metálicos, de farolas y bolardos en que han convertido el mundo de su calle, he visto como hacía tiempo que no veía, pese a haberlo mirado en multitud de ocasiones, el espacio, ahora oculto bajo las plantas silvestres que lo pueblan, donde estaba la casa de Sebastianín. No sé porque me ha ocurrido, pues tampoco ha sido una mirada nostálgica, pero la memoria en multitud de ocasiones tiene esas cosas, que me ha traído al primer plano la imagen de él y su hermano, y a veces viene a lomos de un sonido u olor que solo percibe nuestro subconsciente… o quizás, es porque los científicos están de moda en estos días, y algunos se acuerdan de su prepucio y lo que les cuelga.
Después de esa familia, otra ocupó la vivienda, y finalmente
abandonada, fue desmantelada poco a poco hasta desaparecer por completo,
excepto en mi cada día más agrietada memoria.
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