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jueves, 30 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: Desconfinando la memoria - La Marieta


A finales de los sesenta, nuestro vecino Ramón, decidió comprarse una burra, a quien según confesaba, amaba más que a su mujer (de lo que nadie tenía duda entre la vecindad). A la burra la llamó Marieta y la instaló en la cuadra que tenía por encima de la vivienda, en la que durante años tuvo una piara de cerdos (que a punto estuvieron de devorarlo en una ocasión), y posteriormente, algunas vacas.

 

La Marieta podía haber acabado sus días en el más completo anonimato, como cualquier otro animal de su especie, aunque eso sí, dándose la gran vida, porque no hacía nada. Sus años pasaron en el establo con la sola compañía de una perra llamada "Marquesa", lo que suscitó un amor casi idílico entre ambos animales; pero he aquí que, el destino, quiso que no pasase desapercibida, y cierto día, se presentó en la calle la farándula de la tele, con la intención de grabar un anuncio de motocicletas en la que iba a intervenir el animal.

El primer día de rodaje no se pudo hacer, porque el tiempo era infernal, con lluvia y frío, pero eso nos permitió a niños y mayores, descubrir que la gente que salía en la televisión era de carne y hueso. El protagonista del anuncio era un tal Kiko, un humorista bastante conocido por aquel tiempo que, helado y encogido, con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones hasta casi los codos, vestido de paleto y con la boina calada hasta las orejas, soportaba estoicamente las miradas de curiosidad y comentarios de las vecinas, mientras el agua le chorreaba sobre la masa de pintura que cubría su cara.

 

El segundo día ya se pudo concluir el rodaje, el equipo se las veía para deshacerse de los niños que nos colábamos en los planos, y encima la Marieta, poco acostumbrada a la calle, y menos aún a que la montasen, se negaba en redondo a caminar, sufriendo los palos del Ramonet (hijo del señor Ramón), cabreado, no fuese que se arrepintiesen de trabajar con la burra, y perder unos buenos dineros por su alquiler.

A los pocos días los vecinos asistíamos regocijados ante la tele, viendo a nuestra heroína bajar por la carretera de las aguas, con el paleto encima, que era adelantado por otros paletos montados en "Mobiletes"...

-¡Nubolariiii..... tardoooooon.......!

 

Algunos meses después, el señor Ramón pensó que la burra se pegaba demasiada buena vida y decidió ponerla a trabajar; así que le ató un trillo pretendiendo arar sus bancales. La Marieta se negaba a moverse y el hombre ya no estaba para muchas peleas, pero he aquí que entró en juego Miguel Ángel. Ya en vacaciones escolares, el viejo Corella le propuso que, si por la mañana le araba con la burra, el resto del tiempo podía disponer del animal a su antojo, y así de paso se la desbravaba.

A Leandro e Hile, padres de mi amigo, no les pareció mal la idea; ellos venían de un pueblo de Zamora y que su hijo aprendiese lo que era trabajar la tierra, les parecía bien siempre y cuando cumpliese con sus obligaciones habituales. Incluso, el hecho de tener a la burra prácticamente metida en casa, no les extrañaba en absoluto. Claro que el resto del barrio no estaba en la misma onda, para ellos, Miguel Ángel y su burra eran toda una atracción de feria. La mayoría de nuestros vecinos no habían visto un burro en su vida, y no acababan de acostumbrarse a verlo llegar al colmado de la señora Carmen, atar al animal en la puerta, hacer la compra y regresar a su casa montado en ella.

La Marieta tenía sus cosas, y a veces se ponía un poco brava. Todos los niños de los alrededores habíamos dado con nuestros huesos en el suelo en alguna ocasión cuando la montábamos, siempre contando, claro está, con la autorización de Miguel Ángel, que actuaba como su verdadero propietario. Gracias al animal, Gil, un amigo nuestro, hijo de un buscavidas que acababa de instalarse en las cercanías; descubrió que el hombre también tenía capacidad para volar, aunque no para aterrizar. El muchacho quiso montar a la burra por detrás, en plan demostración Camasutra, y esta, que no estaba para cosas raras, lo lanzó varios metros por el aire, utilizando sus patas traseras como catapultas.

 

La historia de Miguel Ángel y Marieta la zanjó su madre tras la enésima caída de su hijo, que acabó con magulladuras y el destrozo de la garrafa de vino y gaseosas que acarreaba, aunque el motivo principal fue el final del verano y el comienzo del curso escolar.

 

La Marieta volvió a su permanente encierro junto a la perra Marquesa, quien, en los tiempos que Miguel Ángel se llevaba a la burra, ladraba y aullaba hasta que la devolvía, recibiéndola entonces alborozada, dando saltos, chupando y mordisqueando sus patas.

 

Pasaron unos pocos años y el viejo Ramón decidió enviar a la pobre burra al matadero y a las pocas semanas murió de pena la perra Marquesa, quizá cuando entendió que su única e inseparable amiga, no iba a volver más.


martes, 28 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: Regreso al futuro 

Después de una mañana esplendida, por la tarde tocaba llevar al Twidi a su veterinario.

Son tantos ya los días viviendo en este sin vivir, que solo pensar en salir fuera de los limites me empieza a producir un estado de ansiedad. La mascarilla, el antiséptico, la cartera, mi tarjeta sanitaria, las gafas de ver, la cartilla del perro, la correa, el arnés…

-¿Lo llevas todo…?

–Sí, creo que si…

-Ten cuidado… pon un “guasa” cuando llegues…

-Jodeeer… -cuando bajo las escaleras, creo que me empiezan a temblar las piernas… ¿me acordaré de conducir? Hace cerca de dos meses que no toco el coche…

-Ah, y pon gasolina, que no sé si te dará para llegar… -oigo justo cuando cierro la puerta de la calle.

-Hostia, lo que faltaba…

 

El Twidy está distraído intentando marcar “su” jurisdicción, que han ido okupando los perros que ahora le da a la gente por pasear por aquí arriba para escaquearse, y cuando lo llamo para que se suba al coche, el animal corre entusiasmado, casi no se puede creer que lo vaya a llevar de paseo. Y es que son como niños.

El veterinario está en Cornellá, pero yo me siento como Indiana Jones en busca del Templo Maldito, incluso me arrepiento de no haber cogido el tirachinas, que es la única arma en condiciones que tenemos en casa, ya que la escopeta de balines, bastante tiene con conseguir que el perdigón no te caiga en el zapato cuando lo disparas.

Anexo a la carretera de Esplugues está el carril bici. Me paro en el semáforo en rojo, y a mi altura, en ese carril, una niña que no tendría seis años, y un niño apenas un par de años mayor que ella, ambos con mascarilla, se paran también en su semáforo. No va ningún adulto acompañándolos, pero esperan pacientemente a que el semáforo se ponga verde. Pienso que estos dos no tienen porvenir como futuros usuarios de la bicicleta.

Al llegar al veterinario, otro problema. Como la mayoría de la gente está sin trabajo, resulta imposible encontrar un aparcamiento. Finalmente lo consigo a unos quinientos metros de distancia. Medio kilómetro entre zombis con mascarillas, guantes, miradas hurañas y desconfiadas cuando nos cruzamos, ambos intentando calcular bien las distancias mínimas. Un operario, embutido en un uniforme como sacado de una película de ciencia ficción, con una bombona a la espalda, va fumigando la acera, y cuando nos miramos, veo unos ojos de muerto tras los plásticos algo empañados de sus gafas. El cristal de un escaparate devuelve mi imagen con la mascarilla, me paro perplejo, vuelvo para atrás para confirmar que soy yo y me miro unos instantes. No sé si el cuerpo me pide reír o llorar. Siento una horrible pena, quizás porque, por muchas imágenes que nos inoculen las televisiones y las redes, uno no es consciente de formar parte de esta broma que nos ha gastado el destino, hasta que te sumerges en ella.

 

Esperando mi turno en la calle, pues en la consulta solo pueden entrar los animales y en la salita solo debe haber una persona, del portal de al lado sale un señor, un niño y una niña, que son unos polvorillas. El niño no creo que tenga ni cuatro años y la niña es evidente que fue un “regalo” de la cuarentena. Las dos criaturas salen dando saltos de alegría, corren, gritan y saltan. Miro para arriba del bloque de donde han salido. Es un edificio de tres plantas sin balcones. Mes y medio encerrados ahí. Si, no llevan mascarilla, si, los niños sienten infinita alegría cuando se ven y si, se tocan. Es más, los niños hacen muchas más cosas que les han advertido que no hagan, cogen lo que no deben, se hurgan la nariz, se tocan “la cosita”, rompen los juguetes, aprenden palabrotas… y luego está la gente que el domingo se dedicó a sacar fotos a ellos y a sus padres para demostrar que deberían haber seguido, confinados no, presos, en esos pisos sin un mísero balcón. ¿Fotos de quienes respetaban las recomendaciones? no, naturalmente, que podrían desbaratar el discurso.

 

Al salir del veterinario y girar la primera calle, de uno de los pisos (estos si, con balcón), nos arrojaban reggaetón a un volumen cuyos decibelios no hubiesen admitido ni en una discoteca. En el balcón, un par de veinteañeros bailaban y miraban a la gente como un “mira que guay soy”. No había desaparecido ese martirio, cuando se mezcló con otro de un par de calles más abajo (le llaman mestizaje), donde tenían puesto a un grupo roquero catalán, incluso a un volumen superior, absolutamente insoportable al llegar a la altura del piso desde donde “deleitaban” al vecindario, y una señora fumaba lo que parecía un canuto en el balcón, mientras movía el culo y hacía un karaoke.

Tanto reírles las gracias en las televisiones a los idiotas que hacían tonterías en los balcones, sacar en las redes a disyoqueis aficionados y aprendices de instrumentos musicales, han convertido algunos barrios en un tormento, y quizás ahora nos demos cuenta de que los yanquis no eran tan tontos como pensábamos, cuando lo primero que hicieron fue comprar armas al empezar la pandemia.

Frente a ese bloque, en uno de los pisos alguien ha instalado una tienda de dormir en el balcón, quiero suponer que, porque en esa casa debe haber algún contagiado y no tendrán otra forma de aislarse, porque la otra opción es, que alguien haya mandado a otro alguien a tomar viento fresco, porque tanta convivencia es más de lo que se puede soportar. Un balcón más abajo una señora mira con cara de delirio en la dirección desde donde viene la música. No me cabe duda que en ese momento hubiese dado cualquier cosa por ser una yanqui en el Bronx.

La gasolina a 0,97. Es curioso que esté tan tirada de precio justo cuando no se puede viajar, utilizar los vehículos poco, y con muy limitado recorrido. Ya decían aquellos que, si naciste pa martillo, del cielo te caen los clavos.

Cuando llegamos a casa “mi perro y yo”, el sol hace bastantes minutos que se ha largado y en el horizonte apenas si queda un tenue reflejo anaranjado, destacando el panel, esta semana de color verde, con el que iluminan el espacio chill out de su casa, cierto polémico futbolista, emparejado con cantante famosa. Así que hoy no hay puesta de sol.

En el coche, de vuelta al refugio, no me he podido quitar de la cabeza el estribillo, una y otra vez, de una de las canciones más tontas de Víctor Manuel:

Érase una vez el año 2000

un hombre con su hijo paseaba por Madrid

con trajes de hojalata reforzada y plexiglás,

cubríanse del aire con caretas antigás.

Érase una vez el año 2000.


lunes, 27 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: Los ruidos del confinamiento

Los de la obra de enfrente de casa, aporreando estructuras de aluminio con martillos de hierro hasta que no aguantamos más. Les instamos a que utilizasen mazos de madera o goma, pararon y esta semana ya disponen de mazos de madera.

Los de los perros del Parra, uno de los vecinos, que a modo de “vieja del visillo”, están pendientes de cualquier cosa que pasa en la calle, para iniciar una competición de ladridos y aullidos.

Los de algún vecino de la parte sur del barrio que, a las ocho de la tarde, pone a todo volumen el “resistiré” del Dúo Dinámico.

Los del helicóptero de los mossos que pasan dos o tres veces al día, siguiendo el recorrido de la autopista.

Los de los helicópteros que llegan de vez en cuando al hospital de Sant Joan de Deu, y te hacen encoger el corazón.

Los de las sirenas de ambulancias y policía, que se ven y oyen a lo largo del día por las diferentes vías.

Los de las dos horas de rap a todo volumen, con las que nos obsequió el vecino contiguo, por la misma ventana donde su “abuelastro” hace más de cincuenta años, colocaba la tapa-altavoz del tocadiscos y le daba por compartir los discos de la Piquer, cuando tenía ganas de molestar a los vecinos.

Los aplausos de las ocho de la tarde, excepto los cuatro vecinos de la parte alta del barrio, donde el ruido es de cacerola, trompetilla y nuestra bocina, como protesta a los sinvergüenzas que intentan tapar su responsabilidad, con el homenaje a quienes tienen que arriesgar su vida y la de sus familias por su culpa.

El silencio de la madrugada, cuando salimos el Twidy y yo. Un silencio tan absoluto que, a veces, me hace sentir un escalofrío en la espalda.

 

Hoy los protagonistas de la tarde primaveral han sido los pájaros.

La gaviota, que al parecer se ha viciado con los palomos del vecino y los merodea continuamente, navegando como un velero por entre las nubes.

La paloma torcaz, que observa curiosa a la tribu de gorriones cebados con el níspero del Parra.

El halcón, capaz de permanecer completamente quieto, como colgado del cielo por un hilo invisible, mientras se hace sombra con las alas y otea detenidamente la vaguada de la montaña.

 

Y hoy,  45 días ya, hasta me ha parecido sufrir un espejismo y ver un precioso lago que se extendía hasta el horizonte… y navegar… 

domingo, 26 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: Los sonidos del confinamiento

El piar de los gorriones, el gorjeo de las tórtolas y palomas, el graznido de las urracas y las gaviotas, el zumbido amenazante de una avispa, el del moscardón, el sonido de las campanas de la iglesia de Esplugues dando las horas… De repente, hace unas semanas ya, la gran maquinaria que parece ser el engranaje y mover el mundo, se paró, el del tráfico, sobre todo procedente de la autopista, el de los aviones pasando continuamente sobre nuestras cabezas… ese ruido constante que engulle los sonidos y que, a fuerza de acostumbrarnos, solo nos damos cuenta de su existencia cuando desaparece.

 

Hoy han asimilado los derechos de los niños a los de los perros. Desde hoy es posible sacar a pasear a un niño, igual que hasta ahora podíamos hacer con los perros, es más, incluso se pueden llevar sin sujetar a la correa.

Esta mañana, se juntaron tres o cuatro familias, con sus correspondientes niños, en el cruce de la calle de abajo, parecía que todos hablaban a la vez, ansiosos y excitados. Obviamente, no había sido un encuentro casual. De pronto, una pareja con un par de niñas, igual que el resto aparentando no llegar a la decena de años, apareció por la cuesta, y cuando se reconocieron con las otras niñas, todas gritaron con un espontaneo delirio corriendo a abrazarse a sus amigas. Continuaron con sus gritos y también hablando atropelladamente a la vez. Tenían mucho que contarse, y alguien nos tendrá que explicar alguna vez, qué o quién, es lo que ha dirigido sus decisiones.

A lo largo de la mañana, sobre todos esos sonidos que contaba más arriba, se ha impuesto el de la chiquillería que subía hasta aquí con sus familias, corriendo calle arriba y abajo, como hace semanas no podían hacer, o de excursión por el camino y carretera de las aguas. Era previsible que el destino para disfrutar de esta libertad de segundo grado, iba a ser la montaña y, probablemente porque en mi niñez no existía la autopista, y porque ahora, provisionalmente, ha desaparecido ese ruido, yo también he recuperado aquel sonido que venía de las laderas de Sant Pere Martir, en días como “el entierro de la sardina” o “el de la tortilla”, cuando en los colegios se daba fiesta o se organizaban excursiones, y también la montaña adquiría ese sonido juvenil.

 

Durante el día he escuchado y visto en redes y medios, a gente que, sin duda de buena fe, se quejaba de que se hubiese permitido salir a los niños y adultos que los acompañan, a las calles. También de quienes aprovechaban la ocasión para salir, aunque no tuviesen “justificación”. Argumentan que no iban a respetar las normas, que nos ponen a todos en peligro, que así no íbamos a poder parar esta pandemia, que en pocos días volverían a crecer los infectados y nos volverían a encerrar… y naturalmente, vuelven a crecer los llamados “policías de balcón”, esos que, aunque nos cueste reconocerlo, hemos sido o somos todos, por acción o pensamiento, quizás por el sentimiento del mal de muchos consuelo de tontos, o lo que es lo mismo, si yo me quedó en casa, por qué tienen que salir esos espabilados.

El fascismo, nazismo y/o totalitarismo, según mi escaso conocimiento, utiliza el medio sociológico de buscar la complicidad de los ciudadanos para conseguir sus fines. Que la población controle a la propia población. Intenta que todos sus afines vistan y tengan una misma estética para diferenciarlos de sus enemigos. Inocula el sentimiento de la patria como la iglesia que nos une. El que no está conmigo está contra mí, y lo que es peor, contra nuestro país. Así, los ciudadanos pasan a ser cómplices, delatores, jueces y verdugos. Para todo esto es necesario encontrar un enemigo común, y sobre todas las cosas, el miedo. Infundir el miedo en la población.

Yo no voy a decir que vivamos en un estado, país o nación (da igual cual), fascista o totalitario. Pero tampoco voy a decir que no.

Gerifaltes del ejército, guardia civil y policía han estado compareciendo en las pantallas de televisión casi diariamente, hablando de guerras, enemigos, batallas… para contarle al pueblo (amenazarlo), refiriendo detalles de detenciones de gentes que se “saltaban” el confinamiento, acosos desde los helicópteros y arrestos, y cuando no tenían nada que contar, sobre el requisamiento de limones y naranjas robadas.  Entre tanto, su gente campa por las calles aterrorizando a los ciudadanos con casi un millón de multas, cuando no pillándolos apaleando directamente a transeúntes. Resultado, miedo al coste económico y al daño físico.

El éxito de su táctica es indiscutible según los principios totalitaristas, cuando son jaleados por esos “policías de balcón”, cuando los de uniforme apalean y detienen a algún “rebelde”.

Esa gente, los “servidores del estado”, además, se jactan de controlar las redes y los medios de comunicación. Resultado, miedo a represalias e imposición de autocensura.

La coordinadora “25-S” quiso hacer una manifestación hace unos días, para protestar por las directrices de Marlaska y contra la “ley mordaza”, pero no fue autorizada “por cuestiones de seguridad y para evitar contagios”.  Se vigilan, censuran, castigan las opiniones de los ciudadanos, y de paso, se cargan sus derechos fundamentales.

Si no es un régimen totalitario se parece mucho.

Nos responsabiliza a los ciudadanos, a los que incumplen sus mandatos, de ser los causantes del caos, el contagio, saturación de hospitales y finalmente, del número de muertos (suelen utilizar el “fallecidos” porque parece tener menos impacto en el subconsciente).

Los de aquí, allá y acullá, se escandalizan, en un postureo indignante, del gran número de ancianos fallecidos en las residencias, cuando todo el mundo sabe que ese ha sido uno de los grandes negocios del sector privado. Ancianos (en genérico) abandonados a su suerte en centros con personal insuficiente, sin médicos ni sanitarios, dándoles bazofia para comer y siendo víctimas de maltratos en bastantes casos. Todo ello con la Administración, y muchas de sus familias, mirando para otro lado y ahora haciéndose los indignados cuando las miserias salen a la luz. Lo mismo que el mundo (los alemanes también), poniéndose la careta del horror cuando salieron a la luz las imágenes de los crímenes en los campos de concentración nazis, como si no hubieran sido conscientes cuando sucedía.

Mientras tanto, todos nosotros asumiendo como cómplices el asesinato de estas personas, que no fueron llevadas a un hospital para que no ocupasen plazas de otras más jóvenes, a las que se suponía tenían más posibilidades de sobrevivir a la enfermedad, quizás porque a ellos el sistema ya los daba por amortizados. Para completar el desprecio a su vida, sus muertes ni tan siquiera fueron contabilizadas.

Ahora, por su seguridad dicen, los tienen confinados en sus habitaciones sin poder salir de ellas, ver el exterior, ni juntarse con otros residentes. Nadie les ha preguntado si prefieren morir recluidos en una celda sus últimos días, o como personas libres y dignas, de hecho, muchos y muchas, ni siquiera parecen vivir ya en este mundo, pero todos, los hijos del hambre de la posguerra, se van a ir en el anonimato de un número y sin poder despedirse de sus familias.

 

En la crisis del 2008 salieron economistas como setas. Radios, televisión, prensa escrita, las tertulias, se los rifaban y ellos nos sermoneaban desde sus pulpitos, algunos incluso atribuyéndola a los ciudadanos, por “haber estirado más el brazo que la manga”, porque nos dijeron que podíamos acceder a todos los bienes que el capitalismo nos ofrecía y nos lo creímos. Proclamaban lo que había que haber hecho y lo que había que hacer.

No quiero ejercer de “Capitán Aposteriori”, pero ahora aquellos economistas, ya casi en paro, son los científicos. Los expertos nos invaden y dicen una cosa y la contraria incluso en el mismo día. Por no hablar de los iluminados que nos quieren inocular desinfectante u otros brebajes. Asumo que esto supera sus conocimientos y desde luego no me quiero sumar a esos indeseables, para los que todo se está haciendo mal, y sus propuestas son corbatas negras, banderas a media asta, monumentos al soldado caído o incineraciones sumarísimas en el Valle de los Caídos. Yo no sé lo que hay que hacer ni como, pero tampoco me pagan para eso, ni tan siquiera para pensar, pero si pido, deseo, exijo, que los culpables de muchísimas de esas muertes, los que se cargaron la sanidad, los que cambiaron una noche la Constitución para asegurar que primero se pagase la deuda, y si quedaba algo, se dedicase a los gastos sociales (sanidad, entre otros), pidan perdón. Que pidan perdón a la sociedad y dejen de culparnos de las muertes “por salir a la calle”, y después de eso, ya que su nueva amenaza es un rebrote y “que se colapse el sistema sanitario”, se dediquen a preparar los medios, hospitales, material y personal suficiente. No tienen excusa, porque ya saben lo que hay.

 

Supongo que nadie habrá tenido paciencia suficiente para llegar hasta aquí, pero si lo has hecho te doy las gracias por haber sido capaz de sufrir esta cháchara de bar que no tienes porqué compartir ya que solo son mis neuras, pero es que hoy no tenía ganas de contar esas cosas de mi vida, la de los recuerdos, lo cotidiano y lo intrascendente, porque el día empezó con la fotografía y el grito conmovedor de unas niñas al reencontrarse con sus amigas, mostrando la triste realidad de lo que las televisiones han intentado disfrazar y esconder, poniendo videos de niños “disfrutando” del confinamiento en sus domicilios, y acabó con dos patrullas de la policía pidiendo la documentación a un señor y su hija que iba en patinete, y sancionando (aparentemente, no lo sé), a un par de jóvenes que bajaban de correr por la montaña. Por cierto, agentes sin mascarilla.

Lo único cierto, es que hoy unos millones de pequeños seres han dormido soñando con su patinete, bicicleta, balón o el reencuentro con sus amigos, y con la ilusión de haber vuelto a su mundo, el que le hemos robado los mayores.


sábado, 25 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: La perspectiva de las cosas


¿Dos puestas de sol en el mismo día? Solo hay que cambiar de perspectiva. Un par de minutos después de desaparecer por el horizonte, basta con subir a la terraza de arriba, y no solo se vuelve a ver el disco solar íntegramente, sino en otra posición. No es difícil comprender porque muchas veces nos cuesta ponernos de acuerdo en las cosas, y que, además, todos podamos tener razón.

Por lo demás, ver crecer un esparrago, una gaviota y un avión compartiendo el tan manido espacio aéreo. 43 días como protagonistas de esta película de ciencia ficción.


Las cosas más simples son a menudo las más reales (Richard Bach – Juan Salvador Gaviota)





miércoles, 22 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: 40 días y 40 noches

Cuarenta días y cuarenta noches, según la Biblia, son los que pasó Jesús en el desierto, ayunando y sufriendo las tentaciones del demonio. De cuarenta deriva el término médico “cuarentena”, aunque curiosamente solo trata de indicar un tiempo no determinado de abstinencia, aislamiento o lo que sea. Los Cuarenta Principales. Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo. Alí-Babá y los Cuarenta Ladrones. La talla XL, que suele ser la mía… Cuarenta días y cuarenta noches, ese es el tiempo que llevamos con el confinamiento, y desde luego no parece que fue ayer, aunque cada día parece estar uno más alejado de lo que ocurre ahí fuera.

Y lo que sucede ahí fuera es que la vida, la de la naturaleza, sigue su curso. El ciclo invariable de su existencia. Incluso parece mucho más exuberante, colorida y ruidosa que nunca. Los gorriones, que llevan unos años luchando (supongo que inconscientemente), por evitar su extinción, pían ruidosos, los machos cortejan a las hembras y pelean por ellas entre las ramas de los tres únicos árboles, que tuvieron a bien dejar en esta especie de zona industrial en que convirtieron la calle. Ellas y ellos, van ocupando los agujeros de ventilación de las “terrazas catalanas” de estas viviendas, para hacer sus nidos, incluso antes de haber formalizado el matrimonio.

Por otro lado, si miras en paredes, sobre las plantas y flores, o bajas la vista al suelo, es difícil no descubrir algunos insectos, mayoritariamente escarabajos, de infinitas formas, colores y tamaños, que también buscan aparearse. Los unos, los otros y las otras. Es la orden que llevan grabada en los genes para conservar la especie.

 

Esta mañana, al abrir en la tablet la web donde escucho una emisora de radio, en los titulares de noticias que van incluyendo en portada, había una que decía “un estudio (de no recuerdo quien), señala que ha aumentado el deseo sexual en un sesenta por ciento entre… quienes llevan el confinamiento en solitario…”.

Hace unos días, en esa misma web, otro estudio indicaba que “el deseo sexual había sufrido una disminución de casi el cincuenta por ciento, entre… las parejas en confinamiento”.

Eso sí, el ser humano se autodenomina “especie dominante” y “animal racional”.


Por tercer día consecutivo el sol se ha despedido por la puerta de atrás, así que hoy tampoco hay foto del ocaso, pero a cambio, la primavera esta mañana ha pintado el cielo de Capilla Sixtina. De azules intensos y trasparentes, nubes espectaculares que modificaban imágenes y tonos como lo harían bajo los pinceles de Miguel Ángel.


Hoy el Twidy parecía querer cobrarse su día de encierro de ayer, así que lo saqué (me sacó) por la mañana, que no suele ser habitual. Y hoy yo también extendí mi confinamiento un centenar de metros montaña arriba. Como ya he dicho, la naturaleza y la vegetación, en concreto, están exuberantes. El corto sendero que enlaza longitudinalmente las dos sendas principales que suben hacia la Carretera de las Aguas, está siendo invadido por margaritas, jaramagos (con h sonora, que decía mi padre), y yerbajos, que decíamos los niños. La falta de decenas de seres humanos pisoteándola casi diariamente, hace que la naturaleza reconquiste su terreno, porque la naturaleza siempre recupera lo que es suyo, y paradójicamente, también es cuando recuperamos la naturaleza para nosotros.

Allí, sentado en un peñasco, discutía con mis sentimientos de culpabilidad (los que impusieron a mi generación el nacionalcatolicismo de los curas católicos y los “grises” franquistas), pensaba si, en cualquier momento, aparecería en la plazoleta una nave de la policía de la Alianza para Restaurar la República, o del Emperador para mantener su Imperio Galáctico, y “se me caería el pelo”. Me lanzarían una red para apresarme y encerrarme en una jaula de Guantánamo custodiado por Chewbacca o simplemente, me dispararían con sus pistolas láser, desintegrándome, porque desconozco cuál es el límite de “poder sacar” al perro. He leído que el límite está entre los mil metros de Madrid como máximo y los cinco metros de un pueblo de Extremadura. Asimismo, que el límite es solo “para que el perro haga sus necesidades”. Que habría que saber qué entienden por “necesidades”, porque para un humano consiste en vaciar la vejiga de una tacada (en el caso de aguas menores), y para un perro en una suerte de regadío por goteo.

Para no tentar demasiado la suerte, decidí fumarme solo una pipa y volver al presidio, pero eso sí, de camino para abajo, no podía dejar de pensar en los resultados de esos dos estudios reflejados en la web radiofónica, y todavía me pregunto, cómo es posible que el ser humano aún no se haya extinguido… porque no será por intentarlo.


martes, 21 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: Aquel 21 de abril (Desconfinando la memoria)


Aquel 21 de abril de 2015 cerramos una etapa de nuestra vida. Cinco años después parece ser que hemos cerrado otra.

Sacrificamos nuestra carrera profesional (categoría, posición social, consideración laboral, dinero…), por intentar trabajar por el bienestar nuestro y de los demás; pero no fue ningún sacrificio, lo hicimos porque quisimos, porque nos gustaba, nos producía satisfacción y esa era compensación suficiente, nadie nos obligó, que no fuera nuestra propia conciencia.

Aquel 21 de abril de 2015 firmamos la extinción de nuestra relación laboral con la empresa y no puedo encontrar ninguna palabra, frase o poema para expresar mejor nuestros sentimientos, que la canción 21 de abril de Loquillo (que no es precisamente ningún referente mío). La dedico, y me la dedico, a todos nosotros, los que cerramos capitulo ese día, al libro de nuestra vida. A los que fuimos jóvenes y ya no lo somos:

 

En torno a nosotros, el mundo envejecía,

acariciando portales, promesas de un día

Nos educaron como perdedores,

y nos agotamos queriendo ser los mejores

 

Algo de mí se fue quedando,

año tras año, paso tras paso

Sin darme cuenta, mi corazón se ha ido

rodando a la cuneta

 

Aferrarse al pasado es morir,

en cualquier pelea o sobre el raíl,

que te lleva hacia cualquier lugar,

donde es imposible mirar más allá

 

Odio y amor, gozar, sufrir,

unidos en el devenir

que el tiempo va desgarrando,

rompiendo y separando

 

Ojalá que vivas tiempos interesantes,

que borren los años perdidos junto a mí.

Quiero que la fuerza te acompañe

Quiero que sonrías como aquel 21 de abril

 

Quiero que tu vida sea

Ojalá que sea como aquel 21 de abril

(21 de abril – Loquillo y los Trogloditas

lunes, 20 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: Hubo un tiempo en que todo era más oscuro


El frio era más frio, los sabañones en orejas y otros apéndices, las extremidades enrojecidas de “cabritillas”, formaban parte de la geografía infantil.

El viento soplaba más fuerte y ululaba dentro de las casas.

La lluvia mojaba menos, o al menos nos importaba menos mojarnos, porque un paraguas era un artículo a mantener para toda la familia.

Las velas eran imprescindibles en las casas, y la electricidad casi una bendición intermitente, en unos hogares donde solo alimentaba bombillas de luz incandescente, amarillenta, débil y de escasa duración.

Las calles, durante las noches, apenas eran iluminadas por ocasionales postes de madera, donde se sujetaban aquella especie de platos de porcelana que protegían una bombilla, cuyo mantenimiento hacía un operario, escalando el poste con una especie de crampones semicirculares, que ataba a los zapatos con cinchas de cuero.

Fuera, al anochecer, la atmosfera se impregnaba del toxico hedor del picón, aquel carbón mineral que algunos recogían junto a las vías del tren (las maquinas a vapor de los trenes) para venderlo, quemado en los braseros que se metían bajo la mesa camilla, en las frías noches de invierno (familias alrededor de la mesa camilla)

Las lentejas, antes de cocinarlas, había que expandirlas sobre la mesa para retirar las piedrecillas que contenían.

Los gorgojos eran un complemento más que casi formaba parte de la alimentación.

Pateras metálicas que llegaban a las estaciones de Francia y la del Norte, cargadas de hombres que huían de la miseria y el hambre, agarrando bajo el brazo una maleta de cartón asegurada con cuerdas, embutidos en su único traje, que habían guardado para los domingos y como mortaja cuando llegase el día, con la esperanza de encontrar un jornal y poder traerse a la familia.

Pisos compartidos por varias familias. Habitaciones de alquiler.

El primo Antonio, que también llegó del pueblo, zurrón al hombro, gorra y camperas, huyendo del mar, de la piel y los pulmones quemados por el salitre de los barcos de pesca de Tarifa.

Manos llagadas de cavar zanjas junto a las carreteras. Manos quemadas y los huesos retorciéndose en una prematura artrosis de los yeseros. El cuerpo y el alma destrozados de los destajos de los encofradores. Un eslabón en la cadena de la fábrica automovilística.

La esclavitud de las fábricas y la conciencia de obrero, aunque llevase traje y corbata.

La fiambrera envuelta en una servilleta, para la comida fría del medio día.

Las radios de galena, y ya con posibles, aquellos aparatos de condensadores, lámparas y bujías.

El “parte” de las diez de la noche. Reminiscencias de la guerra civil.

La “señora Francis” y el amor y servidumbre cristiana de la mujer hacia el hombre.

Los guateques, aquellas fiestas de baile privadas, al compás del vinilo de 45 revoluciones del Dúo Dinámico, Doménico Modugno, Adriano Celentano… José Guardiola, versionando en castellano las canciones extranjeras, que el Régimen limitaba para su radiodifusión. Jóvenes en traje, y chicas vestidas de domingo, bailando el twist e imitando las imágenes que envidiaban, de una sociedad lejana, vista en las películas llegadas de fuera.

El tiempo pasaba más despacio, porque había menos cosas externas para llenarlo y porque todo se movía a menor velocidad. Carreteras estrechas, bacheadas y, a menudo, contorneadas por plátanos que descansaban su sombra en ellas, y en otoño las alfombraban con sus hojas perdidas. 

domingo, 19 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: La niebla

Los días de niebla, y sobre todo las noches, siempre me han producido sentimientos contrapuestos. Por un lado, de inquietud, por no llamarlo directamente temor y, por el contrario, algo placentero, como el flotar en un espacio desconocido de profundos silencios y en ocasiones de sonidos envolventes (supongo que rebotados en los millones de gotitas de agua que la forman), sin poder determinar su ubicación.

Recuerdo que cuando Alejandro y Rocío eran pequeños, y la niebla bajaba desde la cima de Sant Pere Martir haciendo desaparecer la emisora, les contaba que, alguien la había borrado y tendríamos que volverla a dibujar, antes de que nos borrase también a nosotros.  Siempre me ha gustado fantasear, en ese absurdo en que se mueve la mente cuando le da la gana, que la niebla lo que hace es eso, intentar modificar el mundo borrándolo y volviéndolo a dibujar, intentando hacerlo mejor.

Actualmente hay muchas voces que hablan de volver a dibujar un mundo nuevo y mejor cuando todo esto pase. Hablan del respeto a la naturaleza, de apostar por lo que realmente importa, de devolver los besos y abrazos escatimados anteriormente a los seres queridos, de premiar a quienes nos han regalado su cultura y su arte, adquiriendo sus libros, yendo a conciertos o a las funciones de teatro; también, por supuesto, a quienes se juegan su vida, no por ser superhéroes, que esos no existen, sino porque creen cumplir con su obligación. En definitiva, ganas de comerse la vida, la única que tenemos y que muchos parecen haber descubierto ahora.

Olvidamos que no son nuestros ni el lápiz ni el papel, y nuestra mano como mucho, solo es el instrumento que utiliza esas herramientas al servicio de quienes ostentan el verdadero poder.  Sabemos cómo nos gustaría que fuese ese nuevo mundo, pero también sabemos porque nos lo recuerdan cada día, que lo único cierto es que será un mundo menos libre, menos humano, con más impuestos, más miseria y, sobre todo, con ciudadanos más temerosos. A las personas se les pondrá en la tesitura de elegir entre libertad o seguridad, y los amos del lápiz y el papel habrán vuelto a ganar, igual que cuando éramos pequeños y el dueño del balón no solo tenía que jugar, sino que, o se hacía lo que él quería o se llevaba la pelota y se acababa el partido.

 

Esta noche, al sacar al Twidy al final de la calle, a apenas cincuenta metros, donde ya es montaña, y situado en la pequeña plazoleta desde donde se divisa una ciudad envuelta en una atmosfera lechosa que la borraba y redibujaba continuamente, por la velocidad con la que circulaban las nubes bajas, empujadas por el viento, no he sentido la sensación de flotar en el inmenso silencio, solo he sentido la otra sensación, la del temor por un presente incierto y un futuro en el que no consigo verme situado por alguna extraña razón.


domingo, 5 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: El Domingo de Ramos (Desconfinando la memoria)

 

Hubo un tiempo en que “el día de la palma” era una fecha marcada en el calendario. Era la España del nacional-catolicismo, pero mayoritariamente (por lo que puedo recordar), la fecha era especial, no por las cuestiones religiosas, sino porque en la mayoría de familias ese día era una especie de “presentación en sociedad” para el nuevo año, después de meses de braseros y sabañones, cobijados en las casas. Con unas economías muy limitadas, era habitual que se adquiriese alguna prenda nueva, en el mejor de los casos, o las madres hiciesen un vestidito o pantaloncitos para los niños, “esto para estrenar en la palma”, se decía. Naturalmente una o dos tallas de más, igual que los zapatos, para intentar solventar “el estirón” y que durasen al menos un par de temporadas. No eran tiempos de muchas fiestas y alegrías, por lo que ese día recuerdo que se esperaba con ilusión, como una buena excusa para juntarnos con los amigos.

Los vecinos del barrio acostumbrábamos a peregrinar al monasterio de Pedralbes, a apenas dos kilómetros, caminando, porque las dos líneas de autobús que pasaban por allí, el SJ y el BC, tardaban más de una hora en pasar y lo habitual era que ni tan siquiera parasen, porque solían ir completos en días y horas señalados.

En aquellos años, finales de los cincuenta y principios de los sesenta, la iglesia del monasterio se ponía a reventar, por lo que había más gente fuera que dentro, pero en realidad eso era lo de menos. Cuando acababa la ceremonia, salía el cura y bendecía las palmas y palmones. Las niñas bien, llevaban unas palmas alambicadas, con una forma parecida a los farolillos, de las que colgaban toda clase de chismes de caramelo, en forma de rosario, bastones, ristras de ajos, juguetitos… Los palmones de los niños, básicamente, eran una competición de “a ver quien la tenía más larga”, y se adornaban con guirnaldas navideñas y algún patético lazo en la punta. Una vez bendecidas, se realizaban las pertinentes fotografías en los jardincillos del entorno, y entonces, bastantes niños se dedicaban a golpear los palmones contra el suelo, para desmocharlos y algunos destrozarlos casi por completo. Otros más ñoños, como yo, procurábamos resolver las peleas con quienes pretendían quitártelas para desmocharlas, e intentar que llegasen salvas a casa, donde permanecían todo el año, secándose, atadas a lo largo en la parte exterior de la terraza.

Luego, vendrían los días y horas de tétricos curas vestidos de negro en una televisión en blanco y negro, de la repetición año tras año, de Fray Escoba, Marcelino Pan y Vino, de gentes procesionando tras figuras, que parecían sacadas de una película sado-masoquista, encapuchados, encadenados, lacerándose la piel y destrozando sus pies descalzos, el olor a cera y naftalina, la oscuridad, mucha oscuridad… pero esa, es otra historia.

 

Esos son solo parte de mis recuerdos de esa festividad, pero creo que no deben de ser muy diferentes para una generación que si por algo nos distinguimos, era por la uniformidad a la que fuimos sometidos.

jueves, 2 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: Diálogos con mi selfi

¿” Crees” en un dios que vigila a los humanos uno a uno e incluso es capaz de leerte el pensamiento y conocer tus deseos o sueños impuros?

Cuestión de fe. Miles de millones de personas no pueden estar equivocadas.

¿” Crees” en un dios que conoce lo que hacen sus fieles en la tierra, y tiene reservados para ellos un harén y felicidad tras su muerte, y para ellas formar parte del harén y servir a los hombres?

Allah es grande. Miles de millones de personas no pueden estar equivocadas, es cuestión de fe.

¿” Crees” que, tras la muerte vives diferentes reencarnaciones, incluso en diferentes especies animales, hasta completar tu karma?

Todo está escrito dentro de ti y en lo que nos rodea, simplemente tienes que observarlo e integrarte, ten fe.

¿” Crees” que hay decenas de miles de vírgenes, de multitud de aspectos y diferentes razas, que se han aparecido a niños y adultos, para predecirles el futuro y pedirles que edificasen templos en su honor, en esos lugares?

Tú no lo entenderías porque eres un incrédulo, la madre de dios viene a vernos para protegernos. A mi virgen no me la toques, si no crees en dios no creas, pero a mi virgen, a la virgen de mi tierra, ni tocarla. Es cuestión de fe.

¿” Crees” que la llamada “crisis financiera” fue culpa de los ciudadanos, y no de los banqueros y oligarquías que los saquearon, y después de eso han seguido ocupando los puestos de poder en el mundo?

Naturalmente, la irresponsabilidad de los ciudadanos estirando más el brazo que la manga y viviendo por encima de sus posibilidades, fue la causante de su propia desgracia.

¿” Crees” que una sopa de murciélago en China, es la causante de una pandemia que en solo cuatro meses se ha extendido en todo el mundo y matado miles de personas, previsiblemente cientos de miles en el futuro, pese a que algunas personas infectadas no tienen conexión con los transmitentes?

No cabe duda que la culpa es de los chinos, que comen de todo y sin cuidado alguno. Sí, todo empezó con una sopa de murciélago que se vendió en un mercado de Wuhan, te lo han dicho los responsables gubernamentales de todo el mundo.

¿No” crees” que todo esto pueda ser una operación organizada por las oligarquías que realmente gobiernan el mundo, los de Skull and Bones y los herederos de los Iluminati, entre otros, reunidos en el llamado Grupo de Bilderberg, para reducir la población mundial, empezando por los más débiles, enfermos crónicos y ancianos, y así poder seguir manteniendo sus privilegios y su “estilo de vida”?

¿Y si en lugar de una cosa tan absurda como una sopa de murciélago, el método más rápido y letal para conseguirlo, fuera el medio más utilizado en todo el mundo; por ejemplo, insertando un “virus” en las comunicaciones a través de los teléfonos móviles, que ocasionasen que el cerebro diese instrucciones falsas al organismo y provocase la enfermedad?

¿No te parece extraño que el primer médico chino en detectar el virus, fuese “silenciado” y repudiado, falleciendo semanas después, presuntamente por estar infectado de algo que no se había reconocido oficialmente cuando lo denunció?

¿No resulta sintomático que el marido consorte de la reina del Imperio Britanico, con representación en el Grupo Bilderberg, manifestase hace más de treinta años que, si volviera a nacer, le gustaría reencarnarse en un virus que matase unos miles de millones de personas?

¿A nadie resulta extraño que el Torneo de Wimbledon no sufra pérdidas económicas tras haberlo suspendido, porque curiosamente, la póliza de seguros incluía una cláusula que “cubría una posible pandemia mundial”? ¿Hasta hace tres meses había alguna diferencia lógica, entre poner una cláusula que cubriese una pandemia mundial o un aterrizaje extraterrestre en las pistas de tenis? ¿No es curioso que la familia real británica sea una de las promotoras del Torneo de Wimbledon e incluso la encargada de entregar los trofeos?

Eres un paranoico, conspiranoico. Un comunista-populista de mente sucia que solo quiere echar basura sobre una clase social y la monarquía. Vamos a ver ¿QUÉ PRUEBAS TIENES DE ESA CONSPIRACIÓN MUNDIAL?

Es cuestión de fe.

Eres un enfermo.

No, aun no, pero estoy seguro que lo estaré.


miércoles, 1 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: Los que se van en el anonimato


Coros de siemprevivas

giran locos pidiendo eternidades.

Sus señas expresivas

hieren las dos mitades

del mapa que rezuma soledades.

 

El arpa y su lamento

prendido en nervios de metal dorado,

tanto dulce instrumento

resonante o delgado,

buscan ¡oh soledad! tu reino helado.

 

Mientras tú, inaccesible

para la verde lepra del sonido,

no hay altura posible

ni labio conocido

por donde llegue a ti nuestro gemido.

 

(SOLEDAD - FEDERICO GARCÍA LORCA)

 

En la despedida, no tienen de sus seres queridos, ni un te quiero, ni un adiós, pero es que hasta sus cuerpos parece que deban ser inhumados en la clandestinidad, porque ya ni tan siquiera suenan las campanas para estos miles de seres humanos cuya única culpa era haber estado vivos.

Creo que no hay consuelo para ese dolor.