Vistas de página en total

domingo, 5 de abril de 2020

Historias de la Nueva Era: El Domingo de Ramos (Desconfinando la memoria)

 

Hubo un tiempo en que “el día de la palma” era una fecha marcada en el calendario. Era la España del nacional-catolicismo, pero mayoritariamente (por lo que puedo recordar), la fecha era especial, no por las cuestiones religiosas, sino porque en la mayoría de familias ese día era una especie de “presentación en sociedad” para el nuevo año, después de meses de braseros y sabañones, cobijados en las casas. Con unas economías muy limitadas, era habitual que se adquiriese alguna prenda nueva, en el mejor de los casos, o las madres hiciesen un vestidito o pantaloncitos para los niños, “esto para estrenar en la palma”, se decía. Naturalmente una o dos tallas de más, igual que los zapatos, para intentar solventar “el estirón” y que durasen al menos un par de temporadas. No eran tiempos de muchas fiestas y alegrías, por lo que ese día recuerdo que se esperaba con ilusión, como una buena excusa para juntarnos con los amigos.

Los vecinos del barrio acostumbrábamos a peregrinar al monasterio de Pedralbes, a apenas dos kilómetros, caminando, porque las dos líneas de autobús que pasaban por allí, el SJ y el BC, tardaban más de una hora en pasar y lo habitual era que ni tan siquiera parasen, porque solían ir completos en días y horas señalados.

En aquellos años, finales de los cincuenta y principios de los sesenta, la iglesia del monasterio se ponía a reventar, por lo que había más gente fuera que dentro, pero en realidad eso era lo de menos. Cuando acababa la ceremonia, salía el cura y bendecía las palmas y palmones. Las niñas bien, llevaban unas palmas alambicadas, con una forma parecida a los farolillos, de las que colgaban toda clase de chismes de caramelo, en forma de rosario, bastones, ristras de ajos, juguetitos… Los palmones de los niños, básicamente, eran una competición de “a ver quien la tenía más larga”, y se adornaban con guirnaldas navideñas y algún patético lazo en la punta. Una vez bendecidas, se realizaban las pertinentes fotografías en los jardincillos del entorno, y entonces, bastantes niños se dedicaban a golpear los palmones contra el suelo, para desmocharlos y algunos destrozarlos casi por completo. Otros más ñoños, como yo, procurábamos resolver las peleas con quienes pretendían quitártelas para desmocharlas, e intentar que llegasen salvas a casa, donde permanecían todo el año, secándose, atadas a lo largo en la parte exterior de la terraza.

Luego, vendrían los días y horas de tétricos curas vestidos de negro en una televisión en blanco y negro, de la repetición año tras año, de Fray Escoba, Marcelino Pan y Vino, de gentes procesionando tras figuras, que parecían sacadas de una película sado-masoquista, encapuchados, encadenados, lacerándose la piel y destrozando sus pies descalzos, el olor a cera y naftalina, la oscuridad, mucha oscuridad… pero esa, es otra historia.

 

Esos son solo parte de mis recuerdos de esa festividad, pero creo que no deben de ser muy diferentes para una generación que si por algo nos distinguimos, era por la uniformidad a la que fuimos sometidos.

No hay comentarios: