Historias de la Nueva Era: Desconfinando la memoria - La Marieta
A finales de los sesenta, nuestro vecino Ramón, decidió
comprarse una burra, a quien según confesaba, amaba más que a su mujer (de lo
que nadie tenía duda entre la vecindad). A la burra la llamó Marieta y la
instaló en la cuadra que tenía por encima de la vivienda, en la que durante
años tuvo una piara de cerdos (que a punto estuvieron de devorarlo en una
ocasión), y posteriormente, algunas vacas.
La Marieta podía haber acabado sus días en el más completo
anonimato, como cualquier otro animal de su especie, aunque eso sí, dándose la
gran vida, porque no hacía nada. Sus años pasaron en el establo con la sola
compañía de una perra llamada "Marquesa", lo que suscitó un amor casi
idílico entre ambos animales; pero he aquí que, el destino, quiso que no pasase
desapercibida, y cierto día, se presentó en la calle la farándula de la tele,
con la intención de grabar un anuncio de motocicletas en la que iba a
intervenir el animal.
El primer día de rodaje no se pudo hacer, porque el tiempo
era infernal, con lluvia y frío, pero eso nos permitió a niños y mayores,
descubrir que la gente que salía en la televisión era de carne y hueso. El
protagonista del anuncio era un tal Kiko, un humorista bastante conocido por
aquel tiempo que, helado y encogido, con las manos metidas en los bolsillos de
los pantalones hasta casi los codos, vestido de paleto y con la boina calada
hasta las orejas, soportaba estoicamente las miradas de curiosidad y
comentarios de las vecinas, mientras el agua le chorreaba sobre la masa de
pintura que cubría su cara.
El segundo día ya se pudo concluir el rodaje, el equipo se
las veía para deshacerse de los niños que nos colábamos en los planos, y encima
la Marieta, poco acostumbrada a la calle, y menos aún a que la montasen, se
negaba en redondo a caminar, sufriendo los palos del Ramonet (hijo del señor
Ramón), cabreado, no fuese que se arrepintiesen de trabajar con la burra, y
perder unos buenos dineros por su alquiler.
A los pocos días los vecinos asistíamos regocijados ante la
tele, viendo a nuestra heroína bajar por la carretera de las aguas, con el
paleto encima, que era adelantado por otros paletos montados en
"Mobiletes"...
-¡Nubolariiii..... tardoooooon.......!
Algunos meses después, el señor Ramón pensó que la burra se
pegaba demasiada buena vida y decidió ponerla a trabajar; así que le ató un
trillo pretendiendo arar sus bancales. La Marieta se negaba a moverse y el
hombre ya no estaba para muchas peleas, pero he aquí que entró en juego Miguel
Ángel. Ya en vacaciones escolares, el viejo Corella le propuso que, si por la
mañana le araba con la burra, el resto del tiempo podía disponer del animal a
su antojo, y así de paso se la desbravaba.
A Leandro e Hile, padres de mi amigo, no les pareció mal la
idea; ellos venían de un pueblo de Zamora y que su hijo aprendiese lo que era
trabajar la tierra, les parecía bien siempre y cuando cumpliese con sus
obligaciones habituales. Incluso, el hecho de tener a la burra prácticamente
metida en casa, no les extrañaba en absoluto. Claro que el resto del barrio no
estaba en la misma onda, para ellos, Miguel Ángel y su burra eran toda una
atracción de feria. La mayoría de nuestros vecinos no habían visto un burro en
su vida, y no acababan de acostumbrarse a verlo llegar al colmado de la señora
Carmen, atar al animal en la puerta, hacer la compra y regresar a su casa
montado en ella.
La Marieta tenía sus cosas, y a veces se ponía un poco brava.
Todos los niños de los alrededores habíamos dado con nuestros huesos en el
suelo en alguna ocasión cuando la montábamos, siempre contando, claro está, con
la autorización de Miguel Ángel, que actuaba como su verdadero propietario.
Gracias al animal, Gil, un amigo nuestro, hijo de un buscavidas que acababa de
instalarse en las cercanías; descubrió que el hombre también tenía capacidad
para volar, aunque no para aterrizar. El muchacho quiso montar a la burra por
detrás, en plan demostración Camasutra, y esta, que no estaba para cosas raras,
lo lanzó varios metros por el aire, utilizando sus patas traseras como
catapultas.
La historia de Miguel Ángel y Marieta la zanjó su madre tras
la enésima caída de su hijo, que acabó con magulladuras y el destrozo de la
garrafa de vino y gaseosas que acarreaba, aunque el motivo principal fue el
final del verano y el comienzo del curso escolar.
La Marieta volvió a su permanente encierro junto a la perra
Marquesa, quien, en los tiempos que Miguel Ángel se llevaba a la burra, ladraba
y aullaba hasta que la devolvía, recibiéndola entonces alborozada, dando
saltos, chupando y mordisqueando sus patas.
Pasaron unos pocos años y el viejo Ramón decidió enviar a la
pobre burra al matadero y a las pocas semanas murió de pena la perra Marquesa,
quizá cuando entendió que su única e inseparable amiga, no iba a volver más.
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