Historias de la Nueva Era: 40 días y 40 noches
Cuarenta días y cuarenta noches, según
la Biblia, son los que pasó Jesús en el desierto, ayunando y sufriendo las
tentaciones del demonio. De cuarenta deriva el término médico “cuarentena”,
aunque curiosamente solo trata de indicar un tiempo no determinado de
abstinencia, aislamiento o lo que sea. Los Cuarenta Principales. Hasta el
cuarenta de mayo no te quites el sayo. Alí-Babá y los Cuarenta Ladrones. La
talla XL, que suele ser la mía… Cuarenta días y cuarenta noches, ese es el tiempo
que llevamos con el confinamiento, y desde luego no parece que fue ayer, aunque
cada día parece estar uno más alejado de lo que ocurre ahí fuera.
Y lo que sucede ahí fuera es que la vida, la de la naturaleza, sigue su curso. El ciclo invariable de su existencia. Incluso parece mucho más exuberante, colorida y ruidosa que nunca. Los gorriones, que llevan unos años luchando (supongo que inconscientemente), por evitar su extinción, pían ruidosos, los machos cortejan a las hembras y pelean por ellas entre las ramas de los tres únicos árboles, que tuvieron a bien dejar en esta especie de zona industrial en que convirtieron la calle. Ellas y ellos, van ocupando los agujeros de ventilación de las “terrazas catalanas” de estas viviendas, para hacer sus nidos, incluso antes de haber formalizado el matrimonio.
Por otro lado, si miras en paredes,
sobre las plantas y flores, o bajas la vista al suelo, es difícil no descubrir
algunos insectos, mayoritariamente escarabajos, de infinitas formas, colores y
tamaños, que también buscan aparearse. Los unos, los otros y las otras. Es la
orden que llevan grabada en los genes para conservar la especie.
Esta mañana, al abrir en la tablet la
web donde escucho una emisora de radio, en los titulares de noticias que van
incluyendo en portada, había una que decía “un estudio (de no recuerdo quien),
señala que ha aumentado el deseo sexual en un sesenta por ciento entre… quienes
llevan el confinamiento en solitario…”.
Hace unos días, en esa misma web, otro
estudio indicaba que “el deseo sexual había sufrido una disminución de casi el
cincuenta por ciento, entre… las parejas en confinamiento”.
Eso sí, el ser humano se autodenomina
“especie dominante” y “animal racional”.
Por tercer día consecutivo el sol se ha
despedido por la puerta de atrás, así que hoy tampoco hay foto del ocaso, pero
a cambio, la primavera esta mañana ha pintado el cielo de Capilla Sixtina. De
azules intensos y trasparentes, nubes espectaculares que modificaban imágenes y
tonos como lo harían bajo los pinceles de Miguel Ángel.
Hoy el Twidy parecía querer cobrarse su
día de encierro de ayer, así que lo saqué (me sacó) por la mañana, que no suele
ser habitual. Y hoy yo también extendí mi confinamiento un centenar de metros
montaña arriba. Como ya he dicho, la naturaleza y la vegetación, en concreto,
están exuberantes. El corto sendero que enlaza longitudinalmente las dos sendas
principales que suben hacia la Carretera de las Aguas, está siendo invadido por
margaritas, jaramagos (con h sonora, que decía mi padre), y yerbajos, que
decíamos los niños. La falta de decenas de seres humanos pisoteándola casi
diariamente, hace que la naturaleza reconquiste su terreno, porque la
naturaleza siempre recupera lo que es suyo, y paradójicamente, también es
cuando recuperamos la naturaleza para nosotros.
Allí, sentado en un peñasco, discutía con mis sentimientos de culpabilidad (los que impusieron a mi generación el nacionalcatolicismo de los curas católicos y los “grises” franquistas), pensaba si, en cualquier momento, aparecería en la plazoleta una nave de la policía de la Alianza para Restaurar la República, o del Emperador para mantener su Imperio Galáctico, y “se me caería el pelo”. Me lanzarían una red para apresarme y encerrarme en una jaula de Guantánamo custodiado por Chewbacca o simplemente, me dispararían con sus pistolas láser, desintegrándome, porque desconozco cuál es el límite de “poder sacar” al perro. He leído que el límite está entre los mil metros de Madrid como máximo y los cinco metros de un pueblo de Extremadura. Asimismo, que el límite es solo “para que el perro haga sus necesidades”. Que habría que saber qué entienden por “necesidades”, porque para un humano consiste en vaciar la vejiga de una tacada (en el caso de aguas menores), y para un perro en una suerte de regadío por goteo.
Para no tentar demasiado la suerte, decidí fumarme solo una pipa y volver al presidio, pero eso sí, de camino para abajo, no podía dejar de pensar en los resultados de esos dos estudios reflejados en la web radiofónica, y todavía me pregunto, cómo es posible que el ser humano aún no se haya extinguido… porque no será por intentarlo.
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