Historias de la Nueva Era: La niebla
Los días de niebla, y sobre todo las noches, siempre me han
producido sentimientos contrapuestos. Por un lado, de inquietud, por no
llamarlo directamente temor y, por el contrario, algo placentero, como el
flotar en un espacio desconocido de profundos silencios y en ocasiones de sonidos
envolventes (supongo que rebotados en los millones de gotitas de agua que la
forman), sin poder determinar su ubicación.
Recuerdo que cuando Alejandro y Rocío eran pequeños, y la
niebla bajaba desde la cima de Sant Pere Martir haciendo desaparecer la
emisora, les contaba que, alguien la había borrado y tendríamos que volverla a
dibujar, antes de que nos borrase también a nosotros. Siempre me ha gustado fantasear, en ese
absurdo en que se mueve la mente cuando le da la gana, que la niebla lo que
hace es eso, intentar modificar el mundo borrándolo y volviéndolo a dibujar,
intentando hacerlo mejor.
Actualmente hay muchas voces que hablan de volver a dibujar
un mundo nuevo y mejor cuando todo esto pase. Hablan del respeto a la naturaleza,
de apostar por lo que realmente importa, de devolver los besos y abrazos
escatimados anteriormente a los seres queridos, de premiar a quienes nos han
regalado su cultura y su arte, adquiriendo sus libros, yendo a conciertos o a
las funciones de teatro; también, por supuesto, a quienes se juegan su vida, no
por ser superhéroes, que esos no existen, sino porque creen cumplir con su
obligación. En definitiva, ganas de comerse la vida, la única que tenemos y que
muchos parecen haber descubierto ahora.
Olvidamos que no son nuestros ni el lápiz ni el papel, y
nuestra mano como mucho, solo es el instrumento que utiliza esas herramientas
al servicio de quienes ostentan el verdadero poder. Sabemos cómo nos gustaría que fuese ese nuevo
mundo, pero también sabemos porque nos lo recuerdan cada día, que lo único cierto
es que será un mundo menos libre, menos humano, con más impuestos, más miseria
y, sobre todo, con ciudadanos más temerosos. A las personas se les pondrá en la
tesitura de elegir entre libertad o seguridad, y los amos del lápiz y el papel
habrán vuelto a ganar, igual que cuando éramos pequeños y el dueño del balón no
solo tenía que jugar, sino que, o se hacía lo que él quería o se llevaba la
pelota y se acababa el partido.
Esta noche, al sacar al Twidy al final de la calle, a apenas
cincuenta metros, donde ya es montaña, y situado en la pequeña plazoleta desde
donde se divisa una ciudad envuelta en una atmosfera lechosa que la borraba y
redibujaba continuamente, por la velocidad con la que circulaban las nubes bajas,
empujadas por el viento, no he sentido la sensación de flotar en el inmenso
silencio, solo he sentido la otra sensación, la del temor por un presente
incierto y un futuro en el que no consigo verme situado por alguna extraña
razón.
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