Historias de la Nueva Era: Los ruidos del confinamiento
Los de la obra de enfrente de casa, aporreando estructuras de
aluminio con martillos de hierro hasta que no aguantamos más. Les instamos a
que utilizasen mazos de madera o goma, pararon y esta semana ya disponen de
mazos de madera.
Los de los perros del Parra, uno de los vecinos, que a modo
de “vieja del visillo”, están pendientes de cualquier cosa que pasa en la calle,
para iniciar una competición de ladridos y aullidos.
Los de algún vecino de la parte sur del barrio que, a las ocho
de la tarde, pone a todo volumen el “resistiré” del Dúo Dinámico.
Los del helicóptero de los mossos que pasan dos o tres veces
al día, siguiendo el recorrido de la autopista.
Los de los helicópteros que llegan de vez en cuando al
hospital de Sant Joan de Deu, y te hacen encoger el corazón.
Los de las sirenas de ambulancias y policía, que se ven y
oyen a lo largo del día por las diferentes vías.
Los de las dos horas de rap a todo volumen, con las que nos
obsequió el vecino contiguo, por la misma ventana donde su “abuelastro” hace
más de cincuenta años, colocaba la tapa-altavoz del tocadiscos y le daba por
compartir los discos de la Piquer, cuando tenía ganas de molestar a los
vecinos.
Los aplausos de las ocho de la tarde, excepto los cuatro
vecinos de la parte alta del barrio, donde el ruido es de cacerola, trompetilla
y nuestra bocina, como protesta a los sinvergüenzas que intentan tapar su
responsabilidad, con el homenaje a quienes tienen que arriesgar su vida y la de
sus familias por su culpa.
El silencio de la madrugada, cuando salimos el Twidy y yo. Un
silencio tan absoluto que, a veces, me hace sentir un escalofrío en la espalda.
Hoy los protagonistas de la tarde primaveral han sido los pájaros.
La gaviota, que al parecer se ha viciado con los palomos del
vecino y los merodea continuamente, navegando como un velero por entre las
nubes.
La paloma torcaz, que observa curiosa a la tribu de gorriones
cebados con el níspero del Parra.
El halcón, capaz de permanecer completamente quieto, como
colgado del cielo por un hilo invisible, mientras se hace sombra con las alas y
otea detenidamente la vaguada de la montaña.
Y hoy, 45 días ya, hasta me ha parecido sufrir un espejismo y ver un precioso lago que se extendía hasta el horizonte… y navegar…
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