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domingo, 21 de junio de 2020

Historias de la Nueva Era: Día 1 de la "represa"

Y la primavera se marchó. La vimos pasar por delante de nuestras ventanas, bajo los balcones, sobre el cielo de nuestras terrazas... Algunas de las emisiones de radio y televisión, despedían su programa de los viernes deseando un buen fin de semana a los oyentes o televidentes, como si a nosotros nos importase su ficticia normalidad. Los meteorólogos nos contaban con entusiasmo las estadísticas de unas lluvias y temperaturas que siempre son superiores o inferiores al año anterior, como si a nosotros nos interesasen. Incluso al dudar de sus palabras, pues las fotografías de ese año anterior, muestran similares días de lluvia, calor o fresco que el actual...

De hecho, yo al menos, tenía tanto interés por esas cosas como si en pantalla nos mostrasen un Ferrari Testa Rosa, y nos dijesen que su precio había bajado 3000 Euros o que a un diabético le pusiesen ante sus narices un escaparate lleno de tentadores dulces (se de lo que hablo). Incluso, ya que no lo podíamos disfrutar, mejor si el fin de semana era frío y lluvioso, al menos no afectaría a nuestro ánimo más de lo que ya lo está. Nos habían abierto la puerta de la jaula, pero no salimos al exterior, sino a un patio como el de las prisiones, donde los presos pueden explayarse un ratito, aunque sea rodeados de muros y vallas de seguridad.

 Y se fue la primavera tal y como había venido (sin saber cómo había sido), y el verano nos trajo la “represa”, o al revés, la represa (nueva normalidad), nos trajo el verano, porque en esa competición en que se han enfrascado los políticos en los últimos meses, los del Ebro para arriba, los del Manzanares, los del Miño, los del Tajo, los del Guadalquivir, los del Guadiana..., empeñados en salir a todas horas en cualquier medio de comunicación o contaminación, para recordarnos lo bien que lo hacían ellos y lo culpables que eran los otros, he llegado a la conclusión de que al final nos van a convencer de que, hasta las estaciones del año nos traen ellos, en lugar de preocuparse por traer mascarillas, EPIs y respiradores, para cuando el cielo vuelva a caer sobre nuestras cabezas, que visto lo visto (por ejemplo en el montón de jóvenes que se juntan cada noche en la plazoleta de la calle, para contaminarnos con sus ruidos, basuras y virus), no tardará en caer.

 Hoy he vuelto a los Encantes, varios meses después. Como una imagen vale más que mil palabras (que original), ahí las dejo. Ni que decir tiene que el producto estrella de los puestos fijos, que son los únicos que están habilitados, son las mascarillas.

En el recinto, que tiene varias puertas de acceso, solo habían dejado cuatro abiertas, controladas por un vigilante jurado en cada una. Al salir, pasadas la una del mediodía, las colas, por el límite de aforo permitido, en cada una de ellas, daban la vuelta a la manzana entrelazándose unas con otras. Las colas van a ser la nueva identidad a partir de ahora, como el papel higiénico lo fue del confinamiento, y espero que la gente se lo tome como es debido, no me refiero a que las respete, que eso en este país (no sé en los demás) es una utopía, sino a defender el lugar como los pívots la zona de baloncesto.




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