Los días, meses y semanas pasan. Vamos ya para dieciséis
meses en esta no-provisionalidad, esperando…
El hombre, y todo lo que le rodea, no es más que un lote de
tiempo envuelto en trajes de mil formas y materia (animal, vegetal o mineral),
todo para darle forma a lo único cierto y verdadero: el tiempo.
No sabemos cuál es la cantidad de la que estamos hechos, se
nos escapa inexorable e inútilmente o lo vamos llenando (y nos llenan), con
experiencias que hacen que parezca más grande de lo que es. Echamos la vista
atrás intentando revivir algún acontecimiento y nos damos cuenta de la cantidad
de tiempo que se nos ha escapado, como cuando dejamos un bote abierto
conteniendo un elemento líquido y cuando nos acordamos de él, meses después, se
ha evaporado por completo.
Lo medimos de muchas maneras dependiendo de lo que queramos
abarcar, hace más de un año que vinimos a este país, casi un mes que no cobro,
casi una semana que ganamos la Champions, un día desde ayer, hace una hora que
cené, un minuto que empecé este párrafo y un segundo que buscaba un acento.
Bueno, pues todo es pasado. Todo es tiempo que ya se ha ido y aquí sigo, en el
balcón como pajarillo colgado en la jaula de alguien superior, expeliendo
tiempo por todos mis poros, habiendo exhalado el montante que forman más de
cincuenta años y sin saber cuánto de él me queda aún dentro de este paquete
cada día más descompuesto por el uso.
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