Tánger, agosto de 2.016. Yusef es uno más de los centenares
de vendedores/acosadores callejeros. Uno de esos embutidos en la “gandora”
blanca muy habitual, a los que un viajero bloguero (con bastantes seguidores)
en los que me documenté previo al viaje, denomina "araña" porque te
envuelven en su telaraña de palabras y sonrisas y no te dejan escapar (sobre
esto me referiré al final de la historia).
Íbamos a entrar en un comercio cuando Yusef se dirige a mí
con su retahíla y el manojo de baratijas. Ante mi negativa dice "te espero
aquí fuera y cuando salgas me das un Euro para un café" (directo al
subconsciente de un occidental). Y como no podía ser de otra forma, cuando
salimos allí estaba él apostado en la acera de enfrente, sin poder ocultar su
sorpresa de que la mosca se suicidase directamente ante la araña, y fui yo
quien me dirigí a él para darle el Euro.
Ahí empezó la sarta esa (también bastante habitual), sobre su
amor a los españoles, su idea de que nos tenemos que ayudar unos a otros porque
somos vecinos, compartimos historia y tal y tal... que ha visto que estábamos
interesados en unas sandalias y que él, por el aprecio que nos tiene a los
españoles, nos va a llevar a la tienda de un amigo que nos va a hacer el mejor
precio de Tánger. Obviamente otra de las características de muchos de ellos es
la de comisionistas y la captación de turistas para llevarlos a "sus"
tiendas.
A paso ligero, Yusef, mientras nos cuenta que hace unos años
estuvo viviendo en Madrid, nos lleva entre las callejuelas estrechas y
retorcidas de la vieja Medina, calles con pocos comercios y ningún turista. Una
insensatez, dicen. Sin embargo, llegamos a la tienda de su "amigo",
típica tienda/taller de marroquinería. Intercambian unas palabras en árabe (nos
pide disculpas por ello) y nos dice que le digamos que calzado nos gusta de
todo lo que tiene expuesto. Una vez elegido (como es habitual se niegan a
decirte el precio de las cosas hasta que confirmas que lo quieres y ahí empieza
el regateo), nos da el mismo precio que en la tienda anterior. Nos hacemos los
indignados, vuelven a hablar en árabe y Yusef nos dice que se lo ha hecho
reconsiderar al vendedor "porque somos amigos españoles" y nos rebaja
dos euros. Para no alargar más la cosa aceptamos y nos despedimos en la misma
puerta de la tienda.
Unos diez minutos después, otra vez en la Rue Siaghine
volvemos a toparnos con Yusef. Vuelve a mostrar las baratijas y con cara de
pena nos vuelve a pedir que le compremos algo de lo que lleva porque no ha
vendido nada en todo el día. Nos dice que ese país está muy mal, que se pasa
hambre y no hay trabajo (pienso que más de cuatro millones de españoles podrían
decir lo mismo del nuestro). Efectivamente Yusef está extremadamente delgado.
Le compramos una mano de Fátima por hacerle un favor y cuando nos despedimos
nos presentamos por primera vez. Ahí es cuando sabemos que se llama Yusef y le
hace mucha gracia que los dos nos llamemos igual. Nos deseamos suerte en la
vida y cada uno nos vamos por nuestro lado.
Antes de ir al Petit Socco, punto de encuentro con Rashid, el
guía, entramos en el Mercado Central a comprar alguna cosa, y al girar uno de
los pasillos, casi nos damos de bruces con Yusef. ¿Será verdad lo de la araña y
la telaraña y aun no nos hemos dado cuenta que estamos irremisiblemente
atrapados en ella?
El Yusef que nos habla no es el vendedor del que nos habíamos
despedido unos minutos antes. En las manos lleva un envoltorio en papel de
estraza y lo abre para enseñárnoslo mientras nos dice: "mirad lo que he
podido comprar gracias a lo que me habéis dado vosotros", y nos enseña una
porción de carne picada del tamaño de un puño. "hoy podremos comer carne
en casa porque mi mujer está ¿cómo decís vosotros? ¿embarazada?" "Le
hicieron una ecografía y es un niño". A Yusef se le ilumina esa mirada
oscura en profundos cuencos y la verdad es que se nos calló el alma.
Aproximadamente una hora después nos dirigimos a embarcar y
nos despedimos del guía Rashid.
Rashid, que debe rondar los sesenta años, es un tipo socarrón
que adereza sus explicaciones con comentarios graciosos que el mismo culmina
con una larga risilla, jijijijiji o ajajajaja musicalmente entonada.
A lo largo de la jornada habíamos creado una cierta
complicidad con él, seguramente porque éramos los más "viejos" del
grupo. En una de nuestras conversaciones lo vimos triste por primera vez. Nos
contó que cuando era joven se embarcó en una patera con su mejor amigo para
huir a España y que cuando llegaron, le dijo a la policía que lo devolviesen a
Marruecos. En la travesía a España pensó en su familia y no pudo soportar la
idea de no volver a ver a su madre en quince o veinte años. Su amigo le rogó
que no volviese, que habían sufrido mucho para llegar hasta allí, pero fue
inútil.
Rashid mira al infinito y se le humedecen los ojos cuando nos
cuenta que cinco años después fue a recibir a su amigo al puerto. Venia dentro
de una caja de madera. Había fallecido por causa de la droga. Nos dice que fue
uno de los días más tristes de su vida, porque aquel había sido su mejor amigo
desde la infancia.
En la travesía de regreso a Tarifa pienso en Yusef y el
término despectivo de "araña", y pienso en que el bloguero “viajero
empedernido”, los define así "porque te envuelven en su telaraña, con
palabras y sonrisas", a lo que añade que son "embaucadores", y
siento que seguramente es así y que es su forma de sobrevivir. La forma que
tienen para poder llevar un poco de carne a su familia.
El banquero embutido en su Emidio Tucci que envuelve en
"su telaraña, con palabras y sonrisas, para embaucar a unos ancianos y
robarles sus ahorros, "colocándoles Preferentes" y con eso poder
comprarse un buen coche, casa y segunda residencia (lo que sería la carne
picada) si no es una araña, ¿qué es, escorpión?
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