Historias de la Nueva Era: El circo del siglo XXI
“Lo que pasa en el campo, se queda en el campo…” Frase típica
de los futbolistas cuando les tiran de la lengua por alguna trifulca durante el
partido. Los “apasionados hinchas”, entretanto, se enzarzan en las gradas,
quedan para darse de palos a las afueras del campo, e incluso hacen cruce de
garrotes y hojas de acero; mientras ellos, los futbolistas, comparten cervezas
e incluso mujeres, en lugares discretos, o se abrazan y besuquean cuando se
reencuentran vistiendo la camiseta nacional, se ensalzan y bromean sobre las
patadas que intercambiaron en el terreno de juego.
La verdad es que no sé muy bien cuándo los políticos se
convirtieron en futbolistas, y a nosotros, los vulgares votantes, en forofos
suyos; pero ese partido que juegan como mínimo una vez a la semana, donde “el
campeón del mundo de lanzamiento de huesos de aceituna”, insultaba “al
coletas”, “el niño del postgrado en HardvarAvaca”, y el “españolazo de las
mascarillas del ejército”, que se escaqueó de la mili, insultan al “plagiador de
la tesis doctoral”, mientras el resto de los componentes de sus respectivas
plantillas aplauden como posesos, o patean, silban e insultan a los del equipo
contrario. Solo es la previa al desfile de banderas en las calles, donde los
seguidores/forofos de unos y otros, se insultan e incluso apalean. Todo ello,
no me cabe duda, pensando que ellos son los que tienen la razón, y el resto son
el enemigo, los rojos o los fachas.
No voy a caer en la trampa mentirosa del, “todos son
iguales”, los políticos son unos sinvergüenzas y sus partidos nos engañan,
porque los que tenemos una edad, ya estuvimos bastantes años reprimidos sin
partidos políticos, “porque era lo que convenía al pueblo”, y el palo que paseaban,
siempre sostenía la misma bandera, pero la verdad es que parece que ese sea el
camino al que nos quieren retornar.
La realidad es que el sistema ha convertido a esos partidos
políticos y a quienes los representan, en marionetas y meros instrumentos con
los que dar forma a los intereses del verdadero poder, los que nunca se
presentan a unas elecciones y siempre ganan, las oligarquías del país.
No he querido entrar mucho en esta movida de las elecciones
madrileñas, y tampoco en las de aquí, las que se celebraron va ya para tres
meses, y que al parecer quieren repetir porque los ciudadanos nos equivocamos
al votar; porque me gustaría (intento), salir de la grada de los hooligans y
sentarme en una más tranquila para poder ver sin apasionarme. No es fácil desde
luego, porque las burradas son muy grandes y seguidas, y las redes sociales no
ayudan. Demasiada información, demasiada mentira, demasiada jungla, demasiados
insultos personales y a la inteligencia y, sobre todo, mucha facilidad para dar
nuestra opinión, como si esta le importase a alguien.
He intentado racionalizar lo que desde aquí hemos llamado,
más o menos, “lo de Madrid”, y he llegado a una conclusión que seguro no es
políticamente correcta.
“Los de aquí no entendemos lo de allí precisamente porque
somos de aquí” (tontería número no sé qué de la noche). Aunque la derecha y la
extrema derecha se empeñen, este país no se puede mirar desde una óptica de
uniformidad, porque somos múltiples sociedades con estilos de vida, cultura, costumbres
y anhelos, muy diferentes.
Recuerdo que en un viaje a Madrid fui a visitar a los
compañeros que no conocía personalmente, pero con los que hablaba casi a diario
por cuestión de trabajo. Se acercaba la hora de salir y me dijeron “espérate
que cuando salgamos vamos a tomar unas cervezas a la Plaza Mayor”, “no hace
falta –les conteste yo- supongo que lo que tendréis ganas es de iros a casa”. “que
va hombre –me contestaron extrañados- siempre vamos cuando acabamos la
jornada”.
Yo no entendía nada. En Barcelona teníamos una frase que
repetíamos muy a menudo cuando se acercaba la hora de largarnos, “a las tres en
la calle estés, y si puede ser antes, mejor que después”.
Parece una simpleza, pero yo lo que entiendo es que, para un
madrileño o un andaluz es muy importante esa forma de socializar (no para un
catalán, vasco o incluso gallego, aunque mande también allí el PP). Sus
prioridades son suyas y no tenemos por qué entenderlas o compartirlas. El
“madrileñismo” al que se refiere la anormal de su presidenta, lo forman eso y
otras muchas cosas que no entenderíamos, como los toros, la españolidad o
vanagloriarse de los atascos.
Si, tienen más contagiados que nadie, más fallecidos, una
sanidad que privatizan a pasos agigantados. En Catalunya hace años que la
Seguridad Social trabaja con hospitales privados concertados, lo coló
Convergencia y nadie rechistó, mientras que en Madrid llevan años de protestas
por la pretensión de la Comunidad de hacer lo mismo. Sin desdeñar los boicots
por parte de las cloacas del Estado, “nos hemos cargado la sanidad de los
catalanes”; no adjudicable a Madrid Comunidad, sino a Madrid-Estado y sus cloacas,
para más INRI en manos de un catalán, aunque no ejerza de ello.
¿Votan al PP, siendo la Comunidad que menos gasta en
educación, en proporción al número de habitantes? Aquí, en Catalunya, hay unas
cuantas decenas de escuelas en barracones, y no sé cuántas, pero muchas,
subvencionadas, la mayoría religiosas, que segregan a los estudiantes por sexo,
raza y condición social. Todos sabemos que es una enseñanza para familias
pudientes, que pagan en dos recibos mensuales, uno en concepto de educación, y
el resto, de un importe más elevado, como donativo a una fundación religiosa
del mismo Centro, para poder cobrar la subvención y que encima sea desgravable.
Todo eso, robándoselo a los colegios públicos donde el resto de ciudadanos no
pudientes, llevábamos a nuestros hijos.
Nuestros políticos no son muy diferentes, allí tienen al PP
de la Gürtel y el tres por ciento (entre otras muchas), y aquí tenemos a la
Unió de la sede embargada, el saqueo del Palau de la Música y la Convergencia
del tres per cent. Un PSC que ha traicionado sus principios, y lo que es peor,
la derecha que, aunque cambie de nombre cada tres años, sigue cortando el
bacalao.
Nosotros no entendemos porqué la mayoría del pueblo madrileño
ha votado a un partido que ha pervertido la sacrosanta palabra “libertad”,
convirtiéndola en un coctel de bar, a modo del “cubalibre”, ni el motivo por el
que ha preferido votar a un partido que les ha prometido bajar impuestos (un
engaño), en lugar de a quien prometía subírselos o, a quien les daba cancha
libre para festejar en las calles y llenar terrazas de los bares, en lugar de
confinarlos y cerrar esas terrazas. Bien mirado ese PP si ha sabido venderse
para ganar, y si añadimos la catalanofobia y la españolidad, se apuntan hasta
los fascistas.
Si no entendemos eso tampoco podemos pretender que ellos,
orgullosos de “ser España”, entiendan a dos millones de catalanes que se quieran
ir o pretendan al menos que les dejen elegir, si quieren seguir perteneciendo a
“su” país.
Yo sí que entiendo a esos dos millones de catalanes. Pero no
entiendo cómo, mientras la derecha que nos ha mandado, y nos sigue mandando
desde el exilio, nos recortaba en educación y sanidad, distrayéndonos con otros
menesteres, solo salíamos a la calle unos cientos, o unos pocos miles en el
mejor de los casos, de pensionistas y denostados sindicalistas, a protestar; y
me preguntaba dónde estaban los dos millones faltantes, a los que al parecer
eso se las traía al pairo, porque nos han convencido que es más importante una
bandera que la cesta de la compra. El circo del siglo XXI no es la arena de un
recinto cerrado, sino otros a los que llaman parlamentos.
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