El Ángel, con su espada de fuego daba sablazos al viento, y en su entorno
rodaban cabezas de gentes, algunos famélicos de pómulos
huesudos,
otros de rollizos mofletes,
también los había con el pelo largo, rubios, morenos y
rapados.
De lenguas diferentes, rodaban y rodaban, caminitos de sangre
aun cálida, zigzagueantes persiguiendo a su señor.
Ya no hablaban pues está claro que no podían,
Pero todos y cada uno, repito, todos sin excepción,
los ojos muy abiertos de asombro, más que indignación,
Se preguntan y nadie les responde, por qué los mata el que se
nombra su salvador.
Corre el sol de Este a Oeste, asomando y ocultando,
también corren las nubes y las horas del reloj.
Y allí en medio, enhiesto, brazo en alto, sigue el Ángel con
su espada,
dando mandobles sin fin; girando y girando.
Él dice que es su salvador, pero los que a sus pies se
encuentran,
piensan que es el exterminador.
(Los EEUU invaden Afganistan)
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