Sentado en el malecón del puerto, miraba la mortecina mancha
verde grisácea balanceándose lenta y pesadamente un par de metros bajo sus
pies, centelleantes reflejos metálicos del color del arcoíris, y la atmósfera
cargada de nauseabundo aroma oleo-salino.
El sol se acostó sobre los edificios del horizonte y Aníbal
se preguntó si eso era vivir; una tarde más, un día más.
La apestosa mancha verde grisácea, de mortecinos colores
pardos, se balanceaba lentamente, un par de metros bajo sus pies...
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