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martes, 30 de mayo de 2017

Aquel 15 de febrero de 1978

 

Aquella noche se jugó una eliminatoria de Copa entre el Alavés y el Barcelona. Yo era el furri (cabo furriel) de la 42, en el CIR de Vitoria donde me chupé toda la mili, y aunque ese día no pusieron a la venta las entradas de precio reducido para “militares uniformados”, unos cuantos colegas catalanes, fuimos al partido vestidos de romanos ya que disponíamos de un permiso especial para llegar después de retreta. En el tiempo que estuve allí, el Alavés, donde jugaba un jovencísimo Valdano (al que veíamos más por las tascas de “la cuchi” o “la zapa”, que corriendo la banda), estaba en segunda división y fui unas cuantas veces a ver sus partidos, pero el campo esa noche estaba de bote en bote para ver aquel Barça donde aún jugaba Cruyf.

Mendizorroza por entonces, era un campo a la antigua usanza, como solo los habíamos visto en los NO-DOS y en blanco y negro. La contra tribuna lateral, donde estábamos ese día, tenía una cubierta de tejas, sostenida por columnas de madera, sobre un piso terrizo de unos diez desniveles, donde obviamente se estaba de pies.

Las semanas previas había nevado en Vitoria y alrededores hasta tal punto que, incluso algunos días quedaron cortadas las carreteras, y ese día (y los previos, como casi todo el año) llovía a raudales. El terreno de juego era un poema, charcos que se tragaban el balón, barro, mucho barro (que tiempos aquellos), y charcos que escupían la pelota en aguaplaning. Desde el principio los jugadores del Alavés (segunda división), se comieron a los del Barça, que eran incapaces de dar dos pases seguidos. El mejor fue Artola, el portero, y Cruyf estuvo, si, pero procuraba estar donde no había, ni balón ni posibilidades.

A nuestro alrededor la gente rugía de placer viendo como sus jugadores se imponían en el campo, y un grupo, dotado de los correspondientes chorizos, salchichones, barras de pan… se pasaba una enorme bota de vino, de unos a otros, sin parar. Cuando no tenían la boca llena, la empleaban en gritar ¡catalanes burgueses…! ¡catalanes capitalistas…! ¡catalanes fascistas…! ¡catalanes ladrones! ....  la retahíla no parecía tener fin, y llego un momento en que no me pude aguantar más.

-Oiga ya está bien de insultar no…? –me dirigí al que tenía a mi espalda.

-¡Hostia! ¿Qué pasa, que sois catalanes…?

-Pues sí, y ni somos fascistas, ni ladrones, ni burgueses…

-Coño… perdonad, que no queremos molestar… -¡Eh… dejad de insultar, que estos chavales son catalanes y es buena gente…! - Les gritó a sus colegas -… y pasad la bota y los fiambres para aquí a estos chavales, que todos sabemos lo que es la mili….

Aquella gente venía de Miranda de Ebro y el Alavés les daba igual. Habían ido a divertirse y a ver perder al Barça… y consiguieron las dos cosas. Nosotros no nos divertimos, pero también vimos perder al Barça, aunque eso si, pese al disgusto de la derrota por el ridículo que habían hecho, nos pusimos a gusto, bota va, bota de vino viene. ¿Y Cruyf? Se marchó como quien dice sin haberse manchado las botas, pero para dar la nota le montó un sarao al impresentable de árbitro, para que lo amonestase ante el regocijo y las burlas de todo el estadio.

Ahora, treinta y nueve años después, la final de Copa me ha traído a la memoria aquella noche de febrero, empapados en agua bajo la vetusta cubierta de Mendizorroza. Y lo peor es que, mirando la prensa con la crónica de ese día, alucino con el titular de El Mundo Deportivo “eliminatoria encarrilada”, “clima de trámite en el once azulgrana”. ¡¡Clima de trámite!!


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