Antonio, "el chatarrero", tiene 93 años y es fácil
verlo montaña arriba y abajo, controlando que las obras que se realizan en la
parte alta del barrio no arranquen la tubería de agua que llega a su casa de la
ladera de la montaña, en pleno parque de Collçerola.
Antonio es de Almería y llegó a este barrio con su familia
hará cerca de medio siglo. Se fue abriendo camino, primero ejerciendo de
taxista con un Dodge Dart de su propiedad, luego repartiendo las comidas que
hacían en su casa a un colegio privado del barrio, donde al parecer importaban
poco las condiciones higiénicas en que se elaboraban, y ya estos últimos años,
recogiendo chatarra.
Antonio no ha cotizado nunca, siempre ha trabajado en negro,
pero eso no ha sido óbice para reclamar las ayudas sociales para él y para su
hija, Elisabeth, que vive con él y una niña que le hizo un
"enmigrante" sudamericano, al que echó de su casa acusándolo de vivir
del cuento.
Él siempre había tenido claro quiénes eran los culpables de
la situación del país, los socialistas y los "enmigrantes"; los moros
esos que llenan las consultas de la seguridad social, que tienen ventanillas
especiales en la administración donde los atienden por delante de "los
epañoleh", y sobre todo "zapatitos", que "ha repartido
entre sus amigos los dineros de los “epañoleh", y organizó la matanza de
los trenes de Madrid para ser presidente. El Rubalcaba y el Felipe, que son los
que montaron el 23F, están detrás de la ETA, y de todo lo que se menea en el
país.
Efectivamente, Antonio solo escucha la COPE y obviamente
nunca se ha perdido una convocatoria electoral para dar su voto al PP.
Lo peor de todo esto es que se puede decir de él que es una
buena persona, y yo me pregunto cuántas buenas personas de este estilo, son los
que soportan a esa banda de corruptos a la que siguen votando mayoritariamente
los "chatarreros" españoles.
No hace muchos días mientras paseaba con Twidy, mi perro, me
encontré a Antonio en el camino que lleva a su casa, y que él mismo, enjuto y
reseco como el tronco de un árbol viejo, se encarga de ir acondicionando por
los deterioros de las lluvias. Su oído deja mucho que desear, pero la vista la
tiene impecable y me reconoció a casi un centenar de metros.
En estas últimas semanas su mundo se ha ido desmoronando como
un castillo de naipes. Se desahoga conmigo y me cuenta sus temores. Que su hija
se ha juntado con un “denlincuente” al que le abrió las puertas de su casa, de
buena fe, hasta que se dio cuenta que era un borracho que había acabado con sus
reservas de “güisqui”, del que a él le gustaba tomar una copita de vez en
cuando, y se bebía media docena de latas de cerveza durante la cena. Lo echó de
casa, él le amenazó de muerte y su hija, “la Elisabé,” se ha puesto de parte
del otro. Ya no come en casa porque piensa que lo quieren envenenar, "que
lo quieren quitar de en medio", y que ha tenido que pedir al ayuntamiento
que le pongan una persona asistente social porque lo tienen abandonado y su
hija le ha vaciado hasta los pocos ahorrillos que tenía en el banco.
Se desahoga conmigo sin mirarme, los ojos acuosos perdidos;
mirando sin ver a esa ciudad que se extiende a nuestros pies. Cuando gira su
cara hacia mí, las lágrimas van dejando surcos por sus mejillas, que limpia con
la bocamanga del jersey.
A Antonio le ha fallado hasta su PP, y no solo porque se haya
juntado con los socialistas en muchas cosas, cree él, sino por esa banda de
sinvergüenzas que hacen cola para sacar número en los juzgados por haberse
llevado el dinero de todos nosotros. Eso sí, Antonio no desiste de la solución
para su "Eppaña"; insiste en que este país necesita un Franco para
ponernos a todos en cintura. Lo que Antonio igual no ha entendido es que a lo
peor ese "Franco" ya está entre nosotros, ya ha impuesto su dictadura
y lo único que pasa es que ahora se disfraza con distintos nombres, "los
mercados" y "la troika", entre otros; y que, en realidad, su voto
y el mío, aunque sean absolutamente contrarios, solo sirven para blanquear esa
dictadura en lo que llaman democracia.
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